LITERATURA

TAMBIÉN SE MATA
BAJO LOS ÁRBOLES



Cuando surgió la novela negra en Estados Unidos, país pionero de ese género, de la mano de Raymond Chandler, Dashiell Hammet, James Cain, Erle Stanley Gardner y toda una cohorte de excelentes escritores que se habían curtido en el campo de los guiones cinematográficos, se tenía la sensación de que ese tipo de narrativa estaba indisociablemente unido al ámbito urbano. La novela negra era, también, novela urbana; las historias criminales se desarrollaban en los bajos fondos de las grandes ciudades, o en las altas esferas cuando el detective recibía el encargo de hacer averiguaciones sobre la vida turbulenta de la hija de algún magnate. La corrupción, la extorsión, el robo, la estafa, el asesinato, tenían forzosamente por escenario la colmena humana, y  las calles de Nueva York, Los Ángeles o San Francisco prestaron su escenario a ese tipo de literatura que luego se convirtió en cine negro e inundó las pantallas de medio mundo de manos de los mejores maestros de esa cinematografía de luces y sombras que tan bien supieron captar el ambiente malsano en el que se desarrollaban sus historias. 
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