CINE / MACBETH
MACBETH
Justin Kurzel
Tener un buen guión es
tener ya una buena película a no ser que seas un director muy torpe. Y qué
mejor guionista que William Shakespeare.
El Bardo universal, en el caso de que existiera, ha inspirado numerosas
adaptaciones cinematográficas. En William
Shakespeare está toda la condición humana resumida, toda, sin excepción. El
amor, los celos, la envidia, la ambición, la avaricia, la traición. Todas las
pasiones magistralmente expuestas para la eternidad en la contundencia de unos
textos que siempre son actuales aunque se escribieran hace más de cuatrocientos
años.
No lo tenía fácil sin
embargo el director australiano Justin
Kurzel (Gawler, 1974) con escasa experiencia cinematográfica. La tragedia
sobre quien personifica la ambición desmedida se había adaptado nada menos que
17 veces y con directores como Orson
Welles, Roman Polanski, Akira Kurosawa, Andrej Wajda, Glauber Rocha
o Peter Brook, pero sale con notable
alto en su empeño, filma, diría, una de las mejores versiones sobre el drama, o
quizá la mejor. Justin Kurzel se
aleja del teatro filmado de Orson Welles
y opta por el lenguaje cinematográfico y lo hace con una potencia visual
extraordinaria cuidando que cada uno de los fotogramas impacte en la retina del
espectador, que no lo deje indiferente, y mantiene ese crescendo sin pausa.
El Macbeth de este australiano es una
película tenebrista, oscura, recorrida por el barro y la sangre, violenta en
extremo, muy estilizada, que juega con interpretaciones extraordinarias y una
potente puesta en escena. Rodada en las Highlands escocesas, sacando un enorme
partido al dramatismo del paisaje gris de lagos y montañas, Justin Kurzel opta por la suciedad (una
Edad Media nada sofisticada, en las antípodas de las superproducciones de
Hollywood interpretadas por Robert
Taylor o Robert Wagner) y una
realización efectista que acompaña a los solemnes textos del dramaturgo
inmortal, los realza. Su Macbeth es
sanguinario en extremo y despiadado. Las secuencias de las batallas,
ralentizando los movimientos de los guerreros, deteniendo la acción, poniendo
énfasis en las cuchilladas y en los desgarros de la carne, tienen el sabor
épico del mejor cine de Orson Welles
(Campanadas a medianoche) y, por
extensión, del Braveheart de Mel Gibson que fue aplicado maestro del
genio norteamericano en las secuencias de las batallas. En los momentos álgidos
de Macbeth, la pantalla se funde a
rojo y resuena esa extraordinaria partitura de Jed Kurzel.
Pero este Macbeth no sería lo que es, una de las
mejores versiones cinematográficas de una obra de William Shakespeare, una de las mejores películas de esta temporada
que termina, sin la presencia de Michael
Fassbender, que borda su papel y se entrega a él con pasión, y de Marionne Cotillard, una impagable Lady
Macbeth. El tour de force entre estos
dos actores ya es motivo para no perderse la película.
Disfruten de la vista
y del oído. William Shakespeare fue
un hombre para la eternidad y Justin
Kurzel le rinde un extraordinario homenaje en una película épica nada
impostada en la que pone toda la carne en el asador. El cine, como la
literatura, se hace con sangre o no se hace.
Comentarios
Un saludo.
PD: he leído unas reseñas sobre su novela "El mal absoluto", que me resulta absolutamente interesante.