SOCIEDAD / ME GUSTAN "LAS FLEQUIS"
ME
GUSTAN LAS FLEQUIS
Con las
incertezas políticas, aquí y allá (bienvenidas sean todas para los que creemos
que la política es el arte de dialogar y llegar a consensos), algunos están
perdiendo las formas. Hay quien ya las había perdido mucho tiempo antes. Hay
quien nunca las tuvo.
Catalunya,
solemos decir ingenuamente los catalanes, es diferente. Aquí, queremos creer,
no anida el político casposo, carpetovetónico que corre por Madrid, el del
barrio de Salamanca con abrigo con solapas a lo Bárcenas y señora con abrigo de
visón y plumita en el sombrero. La cercanía al país vecino del norte nos hizo
afrancesados. En el pasado reciente fuimos tan exquisitos como para tener una divine gauche que se sentaba en las
terrazas de la mítica Tuset Street mientras los estudiantes indignados por el
franquismo rompían a adoquinazos los escaparates de las exclusivas tiendas
reeditando el Mayo Francés a pequeña escala. Mientras en Madrid los Saura, Camús, Regueiro y compañía
hacían cine mesetario, en Barcelona un puñado de cineastas iluminados por la nouvelle vague, los Nunes, Camino, Aranda, Suárez, Bofill, Esteva Greve y compañía facturaban
películas crípticas realizadas con sofisticación y tan vanguardistas como
vacías. En esos tiempos de esplendor, pasados, aterrizaron en la ciudad de los prodigios tipos como Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez que la convirtieron
en la capital del realismo mágico; un aprendiz de joyero llamado Juan Marsé demostraba que no había que
ir a la universidad para ser el mejor escritor de España y Carlos Barral dirigía una de las mejores editoriales del país que
sigue siéndolo. Mientras en el resto de España Ismael Merlo, José María
Prada, Alfredo Mayo y Emilio Gutiérrez Caba se quemaban bajo
el sol de La caza, aquí nos tragábamos
títulos como Dante no es únicamente
severo y los monstruos de la cançó,
la mejor aportación de Catalunya a la cultura de la piel de toro, cantaban
canciones emblemáticas que ya forman parte de nuestra memoria sentimental.
Pues
bien, todo ese país idílico de nunca
jamás, que era el terruño catalán, parece que se va yendo al traste y más
desde que ha empezado ese largo e interminable (y aburridísimo) procés hacia no se sabe dónde que ha
aparcado asuntos vitales que atañen al día a día de los catalanes. En Catalunya
nos llevábamos las manos a la cabeza cuando cierto impresentable alcalde
vallisoletano, representante del ala más casposa del Partido Popular, hizo una
alusión a los morritos de Leire Pajín; el ministro de agricultura
Arias Cañete alardeaba de su
superioridad intelectual como macho que es y arreciaba el coro de chirigoteros
contra la ministra de igualdad Bibiana
Aído. La derecha española es impresentable. Los catalanes no somos así.
Craso
error. Un personaje, tan poco respetable entre los de su profesión, como Antonio Burgos, ha escrito un artículo
hablando de Las flequis, en alusión a
la estética que llevan determinados miembros de la CUP. ¿Tú has visto el
uniformado flequillo de las tías que han mandado a por tabaco a Arturo Mas, a
las dirigentes de la CUP separatista catalana? ¡Esos sí que son flequillos, y
que se quiten El Cordobés y Oneto! Al igual que a las pelorratas proetarras de
Bildu les dicen genéricamente "Las Nekanes", estoy por sacar de pila
como "Las Flequis" a estas horrrosas nekanes de la CUP, que aunque
ronean de separatistas han prestado a España el impagable servicio de mandar a
Mas a tomar por saco y de parar de momento "el procés". No sólo no le gusta ese corte de pelo,
sino que extiende su crítica a su vestuario informal (a mí me dan mucho miedo
las chaquetas y las corbatas desde que detuvieron a Rodrigo Rato) y afirma que esa gente no se lava, como si hubiera
compartido mesa con ellos. Lo malo del caso es que esos comentarios machistas
por parte de un escritor profundamente reaccionario, que se autoproclama
monárquico por estética, adscrito a la
caverna mediática más casposa, han encontrado su eco en la civilizada Catalunya
con motivo de la investidura, o no, de ese desnortado personaje llamado Artur Mas que pasará a la historia por
ser el president que más elecciones
anticipadas ha convocado, cuatro en cinco años, y menos ha gobernado.
Fiel a
sus principios asamblearios, y en una reñida votación, pues la CUP tiene dos
almas, una independentista, pero la otra anticapitalista y de izquierdas, los cupairas han dicho no a la investidura
de un personaje como Artur Mas
perteneciente a un partido en descomposición por la corrupción sistémica de su
familia fundadora, los Pujol. Y le
han dicho no aplicando la lógica,
porque la CUP no puede votar a un president
que ha recortado servicios sociales y ha
llevado una política de privatizaciones, porque Artur Mas, y lo que representa, está en sus antípodas ideológicas
aunque el voluble candidato se haya sacado la corbata capitalista y amenace con
ponerse un anillo en la oreja y un piercing en la nariz. Y ha estallado la
tormenta, y contra las mujeres, claro, no contra los hombres. Y así han
abundado, en las redes, esa taberna global en la que cada uno escupe lo que
quiere y puede, pero que queda por escrito, los comentarios machistas y
deleznables contra Anna Gabriel,
cogiendo el testigo del graciosillo Antonio Burgos. Que si el flequillo.
Que si los aros. Que si es fea. Que si no se lava. Y, de paso, cargando contra
todas las mujeres que están empezando a tener responsabilidades de gobierno en
este rincón peninsular, como Ada Colau,
que nada tiene que ver con la vituperada CUP.
Cuando el
debate ideológico empieza a derivar hacia la forma de vestir del contrincante, su
peinado y su cara (nadie habla de las barrigas cerveceras, las calvas casposas,
los alientos mefíticos o los sobacos pestilentes de los políticos machos), cuando
lo que se esgrime contra el contrario se queda en la superficialidad, muy mal
vamos. De todos esos comentarios odiosos e insidiosos de los cegados por el procés que tachan a la CUP de traidores
y estafadores, cuando son los más consecuentes con su ideario (¿qué hace
Esquerra Republicana de Catalunya arropando a un partido corrupto hasta el
tuétano que se ha despertado al independentismo por el cerco judicial?), hay
alguno preocupante. La CUP son els porcs;
els porcs al escorxador. La CUP son
los cerdos; los cerdos, al matadero. Así es que en medio del procés, sin culminarlo, con un horizonte
de nuevas elecciones y un futuro movedizo (el miedo de los independentistas
sobrevenidos es que la izquierda obtenga un muy buen resultado), el bon rotllo que presidía la política
catalana parece haber saltado por los aires, y no será culpa de Madrid, digo
yo.
No
quiero terminar sin decir que a mí sí me gusta el peinado de Anna Gabriel, su vituperado flequillo
que le favorece; que a mí sí me gusta cómo va vestida; que a mí sí me gusta su
aspecto físico; que a mí sí me gusta cómo está afrontando ese aluvión de
insultos, que la tildan de puta para arriba, y que la animo a que no cambie ni
estética ni éticamente.
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