MIS LIBROS / MARERO
ENTREVISTA SOBRE MI ÚLTIMO LIBRO MARERO EN
AGENDA
URBANA DE VALENCIA
Ginés Vera
¿Qué orden y/o criterio ha seguido a la hora de seleccionar
estos relatos impares, diecinueve en total, que conforman el volumen ‘Marero’?
Pues le diré que ha
sido un poco por orden de caída. Tenía claro que “Marero” iba a abrir el libro
de relatos y que “El último inquilino” lo tenía que cerrar. El primero, por su
potencia; el segundo para aliviar, con una historia de vampiros, fantasmas y
amores románticos, tanta violencia y crueldad vertida en los anteriores. Es un
libro de relatos variopinto. Es como una especie de menú degustación literario
en el que el lector va a encontrar diversos géneros con los que me siento
cómodo: negro, fantástico y erótico. Y tampoco hay un orden cronológico. Hay
relatos escritos hace 45 años, como “Revoloteos”, una mosca que observa un
asesinato, junto a otros rabiosamente
recientes.
Un poco en la línea de la pregunta anterior va la de conocer
por qué ha escogido algunos ya publicados y/o premiados junto con inéditos como
‘Fase Terminal’.
Cuando hago una
antología propia, en este caso la quinta, el criterio que prima es dar salida y
visibilidad absoluta a relatos premiados, que ya no pueden optar a ningún
concurso, o publicados en antologías con otros autores. Reunirlos en un volumen
era una necesidad: que no se perdieran. Algunos de estos relatos han sido
publicados en volúmenes que editan instituciones públicas, pero eso tiene poco
recorrido. Compilándolos llegan a un mayor número de lectores.
Hay dos elementos –al menos- ineludibles en esta antología,
la violencia y la pasión, ¿hasta qué punto el inicio y el final de la vida
atraen la curiosidad, cuando no el morbo, del ser humano: la muerte, el sexo…?
Principio y fin. Somos
fruto de un acto de amor y la muerte, con frecuencia, es traumática, como, por
otra parte, es el nacimiento, y en esos dos momentos estamos solos.
Eros/Tanatos, en efecto, preside mi corpus literario. La pasión crea, la
muerte, destruye. En el género negro, que es en donde me muevo con más
comodidad, la violencia y el sexo aparecen siempre de la mano. En el cine
clásico de los cincuenta, en el que todos los que escribimos en clave negra
bebemos, el sexo (la rubia peligrosa) generaba violencia (el marido a
eliminar). Ni uno ni otro, en mi caso, son complacientes. La violencia me
horroriza, y por eso, cuando sale en mis relatos, procuro que también horrorice
al que está leyéndolos porque previamente el que los ha escrito se ha
horrorizado. No soy tarantiniano. Mis personajes tampoco tienen una sexualidad,
digamos, normal, sino más bien desaforada, que les suele causar algún problema.
No me interesa el sexo de un matrimonio feliz que lleva cincuenta años casado,
sino el que salta de un encuentro esporádico, el que se vive con una intensidad
rayana en la locura. Mi literatura va de extremos.
Me ha sorprendido gratamente que se bucee en historias hasta
cierto punto realistas, más que rozar lo fantasioso creo que tienden a una ficción especulativa, a una casuística
ficcional, como podría ser el argumento de ‘Llamas de pasión’ o ‘Sed Negra’.
Creo en la lógica
interna del relato. Muchos de ellos beben de hechos reales, como es el caso de
“Llamas de pasión”. ¿Y si las sombras que se vieron en el Windsor en llamas
fueran las de dos amantes pirómanos? A esos amantes, para enlazar con lo dicho
anteriormente, la pasión sexual les hace olvidar el peligro de las llamas. Lo
deciden así. Cuando escribí “Sed negra” estaba retrocediendo a ese paisaje
desértico, Mad Max, de los Monegros de mi juventud, cuando atravesarlos en
coche era una pesadilla. En la especulación fantasiosa cabe, además, la crítica
social. “Ciudad en llamas”, una novela distópica, anticipaba bastante lo que
está sucediendo en el mundo actual con gobiernos títeres de las corporaciones
industriales que son las que dominan el mundo.
También advierto toques literarios entre las páginas,
referencias a obras de otros autores como pueden ser el Ulises de Joyce o la
Casa Tomada de Cortázar o más delicadamente como las novelas policiacas en
‘Vuelo a Orly’ o el oficio del protagonista de ‘El último inquilino’.
La literatura se
alimenta de literatura. La dicotomía escribir o vivir es falsa. Escribir es
vivir. Como leer es vivir. Gracias a mis lecturas de infancia, del Jack London
buscador de oro, he ido hace unos años a Alaska. Gracias a Sommerseth Maugham
estuve en el Raffels Hotel de Singapur. Por ello en mi obra hay frecuentes
referencias a la literatura y a los escritores, y buena parte de los
protagonistas de mis novelas (“Lifting”, “Patpong Road”) son escritores. El “Ulises” de Joyce lo nombro porque no lo
soporto, a pesar del peso gigantesco que ha tenido en la literatura. Con
Cortázar sucede otra cosa. Cortázar es mi maestro. Con Cortázar descubrí el
lado lúdico de la escritura. “Calle cortada”, el relato de la antología, es
cortazariano por reflejar exactamente una anécdota que me afectó personalmente.
Ese relato, como “Vuelo a Orly”, fue escrito como exorcismo. El primero para
sobrevivir a unas obras infernales que me tenían cercado en mi casa de Granada;
el segundo, para poder tomar un avión que me llevaba a Nueva York una semana
después de que ese vuelo a Orly no llegara nunca a su destino. El protagonista
de “El último inquilino”, un encargo de Fernando Marías, debía ser escritor
para encontrarse con sus fantasmas en ese piso del Ensanche barcelonés que
recreo gracias a una serie de viviendas que visité, para comprarlas, y me
produjeron una mala vibración. Esas casas lúgubres las tenía en la memoria y
saltaron al relato en cuanto me puse a escribirlo.
La ciudad de Barcelona se nombra en varios de los relatos,
imagino que por ‘proximidad geográfica’, ¿es una ciudad que se aviene bien a
argumentos y contrastes narrativos?
Barcelona es un
personaje. No pasa con todas las ciudades. Viajo mucho, esa es otra de mis
pasiones, y sé cuándo una ciudad es literaria o no. Munich, Bangkok, Caracas,
Los Ángeles, Tijuana, Las Vegas… Las ciudades son entes vivos. La vitalidad de
Barcelona me sorprende a mí mismo que, aunque nacido en Salamanca, me considero
hijo de la ciudad, de uno de sus barrios con más personalidad: Gracia. Mi
segunda novela se llamó “Barcelona negra”. Como toda ciudad portuaria, la
Ciudad Condal ha sido, es y será escenario de narraciones de corte
negrocriminal. En algunas de mis novelas, en “Te arrastrarás sobre tu vientre”
o “Pubis de vello rojo”, recreo esa Barcelona cutre, a años luz de la de
diseño, de ese barrio Chino que ya es historia pero que podemos revivir gracias
a la literatura de Manolo Vázquez Montalbán o Francisco González Ledesma. Luego
están las fronteras sociológicas de la ciudad. La Barcelona sur separada por la
Diagonal de la Barcelona norte. Sur y norte. Otra de mis constantes. La
frontera entre la racionalidad, norte, y la pasión, sur, localizadas en esos
puntos cardinales también en el cuerpo humano. Escribí una novela ambientada en
Estados Unidos y México, “La Frontera Sur”, en el que ese dato era fundamental.
Quizá por eso vivo en una zona fronteriza.
Leo, al hilo de la anterior pregunta, que vive a caballo
entre la ciudad condal y el Valle de Arán, me preguntaba por sus manías como
escritor, ¿necesita un silencio absoluto? ¿Tiene algún objeto fetiche en su
mesa o despacho?
Silencio absoluto y
nadie a cuatrocientos metros a la redonda. Mejor de noche que de día. Elegir
como lugar de residencia el Valle de Arán fue algo muy pensado. Me gusta mucho
la montaña, perderme por los bosques, pero cuando lo hago estoy disfrutando y
trabajando porque se me ocurren historias negras que suceden en el ámbito
rural. Tengo en mi mesa de despacho una botella de Ballantine’s, pero el vaso
lo suelo tener en la cocina, dos pisos más abajo, para que no me entren
tentaciones. Cuando escribo en clave negra suelo ponerme a Miles Davis. Una
novela épica, que las tengo, “La pérdida del Paraíso”, exige Wagner.
Volviendo al tema del realismo palpitante en estas historias,
imagino que se inspirará a veces en ella, en la realidad. ¿Hay algún personaje
con el que se identifique en mayor o menor medida, quizá el del último relato
en busca de ese clima propicio al que aludía en otra pregunta?
Si con alguien me
identifico es con el escritor de “El último inquilino”, por supuesto. Es un
alter ego. Me hubiera gustado boxear, porque me gusta ese ritual de los
boxeadores en el ring, que es casi un baile masculino, pero me faltaba
agresividad. Suele decirse que el autor está en su obra. Eso funciona de un
modo relativo. En algunas obras estoy al 30%. En otras no llego ni al 2%. No me
identifico con el policía asesino de “Fase terminal” al que un sicario le
impone la condena que no le pudo poner la justicia ordinaria, pero me
interesaba contar la historia e imaginar el suplicio de la agonía de ese ser
abyecto. Hay otro que soy yo, el protagonista de ”Última cena en Sofía”, que es
lo que puede suceder cuando alguien se cita a ciegas con un admirador/a que
conoce por Facebook y no es quien dice ser. El de “Oscuro despertar”, que se
publicó en la revista Interviú, es Juan Madrid, en recuerdo de una farra
monumental que nos corrimos, precisamente, en la ciudad de Valencia hace más de
treinta años. Se lo dije, cuando me presentó el libro en Málaga, y se acordaba,
lo que da idea de la magnitud del evento.
¿Qué busca el lector de relatos en una antología que no
encontrará en una novela? Se lo pregunto no solo como autor de ambos géneros
sino seguramente consciente de que se lee poco y los lectores cada vez miran
más a la hora de escoger entre la variada oferta de las mesas en las librerías.
Determinado lector se
deja influencias por el número de páginas. Los veo cargados con libros pesados
y voluminosos, difíciles de manejar. Este libro tiene 800 páginas, pues tiene
que ser bueno porque si no el autor no se habría puesto. El relato, por su
brevedad, tiene que ser intenso y perfecto como una pieza de relojería. En la
novela puede haber divagaciones, tiempos muertos incluso, bajadas de ritmo. El
relato suele ser fruto de un impulso literario y se escribe de una tacada, y de
la misma forma se lee. La historia entra como un fogonazo y te pones a
escribirla. Pero no hay tradición de leer a cuentistas en nuestro país. Hay
maestros en el género corto que no lo fueron en el largo: Jorge Luis Borges,
Julio Cortázar, Antón Chejov, Raymond Carver…Ignacio Aldecoa fue uno de los
nuestros. “Marero” ganó el premio Ignacio Aldecoa. Ese relato, en última
instancia, es el culpable de que este libro esté en la calle.
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