LIBROS / NO DAR PAPAYA
NO DAR PAPAYA
José Vaccaro Ruiz
No
necesita cartas de presentación este abogado y arquitecto barcelonés que, a una
edad tardía, y eso se lo agradecen infinitamente los lectores que se ahorran
los experimentalismos, ha desembarcado en la literatura más negra posible. Seis
novelas (Tablas, La Vía Láctea, La granja,
El invitado de Nunca Jamás, Catalonia Paradís, y Ángeles Negros) hablan, y muy bien, del
buen hacer de este escritor que es como si en una coctelera mezcláramos a Manuel Vázquez Montalbán y Francisco González Ledesma y le
añadiéramos un toque de profunda incorrección política, porque José Vaccaro Ruiz no se corta a la hora
de abordar temas delicados y escabrosos. El barcelonés hunde el bisturí siempre
en los entramados de la corrupción que seguramente debe conocer a fondo por su
trayectoria profesional.
No dar papaya
(Nova Casa Editorial, 2015), título original donde los haya, sigue los pasos de
un delincuente de poca monta, tan astuto como violento, Jacinto Cortés, que
emigra de Extremadura, del cacereño pueblo de Malpartida, por un asunto de
sangre (asesinar al cacique local), para establecerse en la Ciudad Condal e ir
medrando desde perseguidor de morosos, con no muy buenos modales para cobrar
las deudas (la navaja albaceteña resulta muy convincente en sus manos) a
prestamista usurero en la vejez. Pero se olvida del undécimo mandamiento, No dar papaya, no bajar la guardia, y
paga las consecuencias. —Vale, sí. Pero ese
once mandamiento que dices, ¿en qué consiste? —Muy sencillo: en no
dar papaya.
José Vaccaro Ruiz
construye en No dar papaya una novela
de la memoria, casi una novela histórica, sobre esa Barcelona que ya no existe
de las veladas pugilísticas en el Price y el Salón Iris, en donde cruzaban los
guantes José Legrá o Urtain, los locales de variedades del Paralelo con esa
Tania Doris de piernas inabarcables, y extiende sobre ese mundo marginal que
coexistía con el régimen franquista, una
mirada nostálgica que se refleja en la entretenida narración. Desapareció el Price y el Iris se convirtió
en una sala de películas S que pronto pasarían a ser X. La industria de la
bragueta iba sustituyendo a la de los puños, y el multiorgasmo pajillero a la
emoción del KO técnico.
Recrea con precisión el novelista la
España del estraperlo y la picaresca. Las
pérdidas que sufrían los fletes de los navíos anclados en la Zona Franca del
puerto eran notables. Empezando por los descargadores, los gruistas o los
mismos aduaneros: allí todos metían mano. El mismo Jacinto Cortés, el
protagonista, obtiene pingues beneficios a costa del tráfico con el Pelargón,
una leche en polvo muy de moda entonces.
El Chino, el Raval, el de antes, el
que hermanaba a Francisco González
Ledesma y Manuel Vázquez Montalbán,
chicos de barrio de esa zona siempre deprimida de calles estrechas y modesto
malvivir, es parte del escenario en el que se desarrolla No dar papaya, y José
Vaccaro Ruiz ofrece descripciones naturalistas de la zona. El extremeño se conocía al dedillo el barrio
Chino, sabía que detrás de las grandes avenidas como la calle Pelayo o las
Ramblas, a escasos metros, había cantidad de callejuelas y pasajes escondidos y
solitarios, sin luz y con olor a meados y a basura donde dormían la mona los
borrachos y las putas hacían mamadas a destajo.
Pueblan la novela de este escritor,
tan tardío como aventajado, que no ha tenido que construir su yo para
destruirlo luego, personajes del mundo marginal barcelonés, prostitutas ajadas
con años de profesión a cuestas. La Nati
se echó la reglamentaria meada matutina y una ducha que la despejó. Creía tener
un hueco entre las tres y las cinco de la tarde, lo aprovecharía para pagarse
una siesta. La noche anterior había formado parte de un elenco de cinco
profesionales contratadas en una fiesta de despedida de soltero que acabó a las
seis de la madrugada, y eso le estaba pasando factura.
Y salta, siempre, el humor y la
ironía en las páginas del libro. Y tras
barra libre de coñac y whisky de garrafa, lo emparedaron entre dos putas en un
reservado, el par de avezadas coimas con la orden clara y terminante de no
darle tregua, dejándolo a las seis de la mañana más escurrido y chupado que la
colilla de un caliqueño.
José
Vaccaro Ruiz construye su novela con rigor arquitectónico, echa mano del
naturalismo para describir el escenario sórdido en el que se mueve, hace un uso
efectivo de la violencia, crea personajes reales, domina la técnica del diálogo
y señala, entreteniendo, que la corrupción es anterior a Blesa y compañía. No dar papaya es, sin lugar a dudas, una
de las mejores novelas negras salidas de este autor que pisa fuerte.
Publicado en El Cotidiano, Tarántula y Entretanto Magazine
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