CINE / COMANCHERÍA, DE DAVID MACKENZIE
COMANCHERÍA
David Mackenzie
Se está revitalizando
el western, un género que nunca ha muerto, aunque los caballos de crines al
viento y cuatro patas hayan sido sustituidos por los de cuatro ruedas y motor
diesel, pero el esquema argumental es el añejo y nunca falla. Diversos autores
de novela negra (ahí me apunto) llevan hablando desde hace algún tiempo de la
relación entre ambos géneros. Pues el escocés David Mackenzie (Corbridge, 1966)—Convicto, Al final de
los sentidos, American Playboy— parece
habernos escuchado a los que hablamos de
ese maridaje perfecto que se da tanto en cine—el Clint Eastwood de Un día
perfecto; los Coen de No es país para viejos o Fargo, entre muchos ejemplos—como en
literatura: las novelas de Jim Thompson o Cormac McCarthy. Podemos decir que el western es el género negro en espacios abiertos
y ambientes rurales, como, a la inversa, el género negro es el western en
espacios cerrados y ambientes urbanos, y no andaríamos muy desencaminados.
Comanchería, que me gusta
bastante menos que el original Hell or
high water (Pase lo que pase), llega a nuestras pantallas, casualidad o deseo
de los programadores, junto a otro western, este de factura mexicana: Desierto. Dos parejas de protagonistas
en el del escocés, dos hermanos, Toby Howard (Chris Pine), divorciado y con problemas para pagar la manutención
de su expareja e hijos, y Tanner Howard (Ben
Foster), recién salido de presidio por haber matado a un padre maltratador,
que se convierten en forajidos circunstanciales y asaltan bancos de una forma
un tanto chapucera como afectados por las hipotecas y las subprime (el tema de rabiosa actualidad y quizá dé ideas en
Europa), y frente a ellos una pareja de rangers
texanos, un viejo sheriff llamado Marcus Hamilton (Jeff Bridges), con una pata en la jubilación y que no es de moverse
mucho para atrapar a los delincuentes—una parte de la película permanece sentado
frente a un banco, esperando que lo atraquen—,
y su ayudante Alberto Parker (Gil
Birmingham), un comanche medio mexicano de pocas palabras, cuyos caminos se
cruzan porque unos transgreden las leyes y a los otros les pagan para perseguir
a los que las transgreden, pero los cuatro están en el mismo bando: el de los
perdedores.
Persecuciones por
campo abierto y carreteras secundarias, violencia seca e impactante, diálogos
impagables que dan fe de un buen oído—el toma y daca entre el sheriff y la chica de
la cafetería a propósito de esa propina de 200 dólares que deja el asaltante,
que el primero le exige como prueba y la segunda le niega por ser ya de su
propiedad—, cuatro buenos actores de tres generaciones y un
guion sin fisuras mantienen al espectador atado a la butaca mientras ese drama
se desarrolla ante sus ojos y las simpatías se reparten por igual entre esos
cuatro personajes que no deberían enfrentarse a tiros sino irse a tomar unas
cervezas juntos en uno de esos salones que transitan por Texas, porque los
enemigos de los cuatro son las entidades bancarías que asaltan unos y
defienden, por contrato, otros. Robar un
banco es un delito, pero más delito es fundarlo, Bertolt Brecht dixit.
Comanchería habla, además, lo que
es de mucha actualidad y porque estamos ante un film negro social, de ese
Estados Unidos blanco, pobre y abandonado a su suerte por los gobernantes que
habita en la América profunda y es la que ha dado la victoria a Donald Trump, porque los tipos que no
tienen para llegar a final de mes y viven en míseras caravanas cuyos buzones están a pie de carretera (los
hermanos forajidos), no creen en el sistema político clásico y se agarran a un
clavo ardiendo.
La inmensa llanura de
Texas, un mar infinito de polvo, bien fotografiada por Giles Nuttgens, con sus máquinas de perforación y carreteras
secundarias de tierra, sin la épica de superproducciones de antaño como Gigante, le sirve a David Mackenzie como escenario para desarrollar ese thriller
poblado de personajes de carne y hueso —el diálogo ante la camilla vacía de la madre
que murió explica el posterior proceder de esos forajidos inocentes; las pullas
cariñosas que le lanza Marcus al policía comanche mientras comparten cuarto de
motel dan idea de la entrañable relación entre esos dos defensores de la ley y
el orden—y para pergeñar algunas secuencias impagables como
cuando los hermanos Howard atracan una entidad bancaria de cierta envergadura y
tienen que salir de estampida porque los clientes (estamos en Texas) sacan su
artillería y pasan de rangers y
policías. Texas es el genuino Oeste y poco ha cambiado, como esa América rural que
retrata David Mackenzie que parece sacada de las páginas de John Steinbeck o William
Faulkner: pobreza endémica.
Dos últimas
anotaciones sobre este western con dos parejas de camaradas que destilan
ternura. No es casual que el guion lo haya escrito Taylor Sheridan—ahí está Sicario de Denis Villeneuve, otro western negro modélico—, y una recomendación: vean la película en VO para no perderse esa
extraordinaria, defectuosa o impostada, dicción de uno de los grandes actores
del momento: Jeff Bridges.
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