SOCIEDAD / EL REFUGIO DE LOS CANALLAS
El refugio de los canallas
Hace días
que resuena en mi cabeza esta frase de Samuel Johnson, un eminente escritor y
pensador británico del siglo XVIII: “El patriotismo es el último refugio de los
canallas”. España versus Cataluña. No me
gusta esa rojigualda enorme que ondea en la madrileña Plaza Colón, como tampoco
esas demostraciones a la coreana a las que son muy dados los independentistas
catalanes, aunque les reconozco una coreografía impecable heredada de los
Juegos Olímpicos. En nombre de Dios y de la Patria se han cometido las peores
fechorías de la historia, los humanos nos hemos pasado a cuchillo cuando la
veda de caza se ha levantado en forma de guerra. El patriotismo, por su propia naturaleza,
suele ser excluyente: lo mío es mejor que lo tuyo. La patria la enarbola
precisamente quien se quiere aprovechar de ella. La patria son sus gentes, no
un ente indefinido y místico que se reelabora a partir de una mito (casi
siempre falseado) y se le adorna de misticismo.
Hace
un mes escribí sobre la charca España, ese lodazal maloliente en el que se
mueve un partido que orilla la ilegalidad, encima nos gobierna y pretende
darnos clases de democracia desde celdas de presidio, pero quisiera constatar
que la charca Cataluña es tan hedionda como la española para que no se me acuse
de parcialidad. Si me duele España, cada vez más, también me duele Cataluña y
sus personajes públicos.
Muchos
catalanes se muestran desolados por todo lo que va aflorando acerca de esa
familia mafiosa que es el clan Pujol, capitaneado por el patriarca, el padre
del nacionalismo catalán, el Papa, y la madre superiora de la Congregación, la
siniestra Marta Ferrusola, aunque más que desolados diría yo que los ciudadanos
de Cataluña estamos profundamente irritados y asqueados. Aun ahora, en estos
momentos que salen a relucir nuevas hazañas de la banda mafiosa dignas de un
cómic de Mortadelo y Filemón, el órgano oficial de la Generalitat, TV3, hace
una especie de panegírico humano de la ex primera dama catalana y de su marido
cuando deberían centrarse de su carrera delincuencial. Durante decenios esa
familia de (presuntos) delincuentes ha detraído con total impunidad de las
arcas públicas, de nuestros bolsillos, del suyo y del mío, millones de euros
para su lucro personal, y la diferencia con otras familias mafiosas que actúan
en el resto del estado español es que ellos lo hacían con una naturalidad
pasmosa porque creían que esa era la recompensa que se merecían por sus
desvelos por Cataluña. Tengo la sospecha que el modelo catalán de corrupción política
fue el manual que utilizaron los delincuentes del caso Gürtel, Púnica, Lezo, o simplemente PP y acabamos antes.
Nunca
me gustó el clan Pujol, el patriarca, la madre superiora y sus hijos pijos, y siempre
pensé que si ese era el modelo de catalanes, si Jordi Pujol Soley era el
prototipo de catalán medio, estaba
dispuesto a nacionalizarme ciudadano de Beluchistán. El médico que fue banquero
y luego fue el todopoderoso presidente de Cataluña durante 23 años, el fundador
de Convergencia Democrática de Catalunya, partido que prefirió disolverse y
convertirse en PDCat para no expulsarlo de sus filas, fue un patriarca autoritario, maleducado,
soberbio e insolente que se creyó por encima del bien y del mal; su primera
dama abría la boca para proferir estupideces racistas contra los emigrantes y
su lengua e irrespetuosas con uno de sus sucesores, el presidente Montilla,
porque era cordobés; y sus hijos eran unos clasistas tan bien adiestrados por
sus padres en el delito que todos han sido imputados sin excepción.
Si
estuviéramos en tiempos de la Roma patricia, esa especie de conducator que es la vergüenza del
pueblo catalán habría tenido la decencia de abrirse las venas en la bañera de
su casa para no soportar tanto oprobio. No parece que Jordi Pujol Soley vaya a
hacerlo, ni que se decida a tirar de la manta para que sepamos las connivencias
que tuvo durante su reinado de despotismo lucrativo
Pujol
ha existido porque la corrupción sistémica ha campado a sus anchas a lo largo y
a lo ancho de la piel de toro; porque Felipe González paró el caso Banca
Catalana en su momento; porque las más altas instancias del poder y del estado
de este país hundido en una insoportable corrupción, dependían de su apoyo que
negociaba a cambio de la vista gorda en sus negocios.
Todos sabían quién era Pujol y él conocía los
trapos sucios de los que tenían información sobre él, pero todos mantenían la omertá, el silencio que se imponen entre
sí los clanes mafiosos.
A ese personaje detestable que es Jordi
Pujol, a quien todos rendían años atrás pleitesía, español del año, amado por
muchos catalanes de buena fe que confiaban en su falsa honradez, le concedo un
par de frases lúcidas para la posteridad. Un periodista de TV3, Albert Om, el
canal que lo estuvo enjabonando durante décadas, alabó en cierto momento su
perfecta carrera como político catalanista y estadista ejemplar y el president, que entonces lo era, exclamó
en un gesto de sinceridad loable: Encara
puc espatllar la meva biografia (la llevaba estropeando desde el inicio, la
frase debía haber sido otra: Pueden descubrirme y saberse lo que hice). La otra
frase se produjo cuando la UDEF (¡Qué
coño es eso de la UDEF!) destapó la tapadera de su cloaca y sentía su
aliento en la nuca: Potser m’havia
d’haver mort abans. Sí, claro, para no afrontar la vergüenza de haber sido
uno de los personajes más corruptos de nuestra democracia y asumir sus
responsabilidades.
EL RASTRO DEL LOBO (Ediciones Traspiés, 2017)
Aribert Ferdinand Heim, conocido como el Carnicero
de Mauthausen o Doctor Muerte, fue uno de los mayores criminales de guerra
nazis, que, como su colega el doctor Mengele, burló la acción de la justicia.
Joachim Schoöck, un policía de Stuttgart, dedica casi toda su vida a seguir el
rastro de ese lobo solitario, implacable y de una crueldad extrema (la obsesión
de Heim era establecer los límites del dolor físico) que dejó falsas pistas por
medio mundo, murió muchas veces, y renació otras tantas, y tuvo una infinidad
de identidades ayudado por los miembros de Odessa.
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