CINE / UN OCÉANO ENTRE NOSOTROS, DE JAMES MARSH
Un océano
entre nosotros
James Marsh
Manual
de la antiépica, o cómo si uno es víctima de sí mismo, y de la autoexigencia, eso
puede resultar letal. Quiénes vayan a ver Un
océano entre nosotros creyendo que es la típica película de superación
personal a través de un viaje en solitario por los océanos del planeta se va a
llevar una decepción. La película de James
Marsh (Reino Unido, 1963), documentalista (con Man on Wire obtuvo el Óscar en 2008) y director de La teoría del todo y Agente doble, parece que va a ir por un
derrotero, que va a ser el ensalzamiento de un héroe que se enfrenta él solo a
las tempestades, y es lo opuesto, la crónica dramática de un fracaso
vergonzante cuyo protagonista quiere a toda costa ocultar.
Donald
Crowhurst (Colin Firth) trabaja en
una pequeña naviera diseñando prototipos de barcos, lo que le permite ir
tirando con su esposa Clare (Rachel
Weisz) y sus tres hijos pequeños hasta que decide hacer algo notable cuando
en una feria de artículos para la navegación escucha las hazañas del navegante
solitario Sir Francis Chichester (Simon
McBurney), a pesar de su escasa experiencia marítima: participar con un
prototipo de trimarán, que él mismo diseña, en la Sunday Times Golden Globe en
1968, una regata que da la vuelta al mundo en solitario. Su decisión provoca el
entusiasmo del periodista Rodney Hallworth (David Thewlis) que contagia
a los medios locales y nacionales. Cuando Donald Crowhurts se lance al océano
tomará medida de sus propias carencias (se marea nada más perder de vista la
costa), del pésimo diseño de su nave y de sus dificultades para orientarse y
encontrar la ruta. Entre el dilema de regresar como fracasado o seguir adelante,
escoge esto último aunque ello le suponga montar una farsa que se convertirá en
su pesadilla.
Curiosa
historia la de este enloquecido marino aficionado que una vez que empieza su
engaño (no llega a doblar el Cabo de Hornos) no puede echar marcha atrás ni
poner un gramo de cordura a su viaje a ninguna parte. La mitad de la película
se centra en los preparativos, que incluyen el endeudamiento personal del
estrambótico aventurero para financiar su periplo, y la otra mitad en esa nada
heroica navegación en solitario. No esperen ver los aficionados a aventuras
marítimas grandes tempestades, salvo una que a punto está de engullirlo en su
furia, ni a alguien luchando a brazo partido contra los elementos naturales.
Donald Crowhurts se va desintegrando a sí mismo según avanzan los días, se
deteriora su mente al mismo ritmo que su nave hace aguas, la comida se descompone
y el caos reina en su camarote. El mayor peligro al que se enfrenta en su
travesía es él mismo.
A James Marsh le falta poner pasión en una
realización que es monocorde, a Colin
Firth estar menos encorsetado en su personaje y a la gran Rachel Weisz más papel porque el suyo
le viene, y es, muy pequeño. Lo que podría haber sido un drama desopilante
sobre un insigne farsante que quería ser héroe, ser quien no es (me viene a la
cabeza El hombre que quiso ser rey de
Rudyard Kipling), se queda en un film neutro que simplemente se
deja ver sin generar ningún entusiasmo. El academicismo de su director y la
frigidez de su cuadro actoral pesan en
contra.
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