CINE / LA GAVIOTA, DE MICHAEL MAYER
LA
GAVIOTA
Michael
Mayer
No es,
ni será, la última vez que el extraordinario texto teatral de Anton Chejov será adaptado al cine, y
no parece ser su director, el estadounidense Michael Mayer (Bethesda, 1960), con películas como Un lugar en el film del mundo y trabajos
televisivos, la mejor opción para llevar
a cabo la adaptación del texto chejoviano.
En 1968 Sidney Lumet realizó
una versión cinematográfica con un reparto de lujo: James Mason, Vanessa
Redgrave y Simone Signoret.
Directores como Douglas Sirk, Laurence Olivier, Nikita Mikhalkov, Louis Malle y Anthony Hopkins, entre otros, se han atrevido con los textos del
extraordinario escritor ruso sin que ninguna de las adaptaciones hayan superado
a los originales y ni tan siquiera hayan sido películas notables que uno
recuerde en su subconsciente. Faltaría quizá que James Ivory se lanzara a ello, pero el exquisito director
estadounidense de Lo que queda del día
o Regreso a Howard End anda
desaparecido desde que perdió a su inseparable productor Ismail Merchant.
En una
lujosa dacha alejada de Moscú se reúne la vanidosa actriz de teatro Irina
Arkadina (Anette Bening) con su
hermano enfermo Sorin (Brian Dennehy),
un ex ministro de justicia al que le hubiera gustado ser escritor y haberse
casado. La pareja de Irina, el afamado
escritor Boris Trigorin (Corey Stoll),
que la acompaña, se prenda de la joven
Nina (Saoirse Ronan), una aspirante
a actriz de la que está locamente enamorado el hijo de Irina, Konstantin (Billy Howle), un escritor en ciernes
que ahora tendrá un doble motivo para odiar a Boris. En dos jornadas, distantes
entre ellas unos cuantos años, el drama sentimental y vital que envuelve a
todos los personajes se habrá cocido a fuego lento hasta producir estallidos
trágicos en esa dacha apartada.
La gaviota pivota sobre frustraciones sentimentales y
artísticas. El talento literario del
joven Konstantin siempre es menospreciado por su madre glamurosa,
principalmente en esa representación teatral amateur al aire libre de la que se
burla, del mismo modo que Nina nunca
conseguirá emular la excelencia interpretativa de Irina y su carrera artística
será un fracaso. En el complejo mundo de los sentimientos, los amores
equivocados que a Boris Trigorin no le afectan, son poco más que el capricho de
un hombre maduro prendado de la juventud e inocencia de su amante, para el
apasionado Konstantin son una tragedia sin vuelta atrás porque Nina, pasados
los años, sigue enamorada del escritor afamado.
Habría
que alabar a Michael Mayer que consigue
en todo momento que nos olvidemos del origen teatral de su película (un
servidor tiene fobia al teatro filmado, hasta al Otelo de Orson Welles al
que contrapongo Campanadas a medianoche) gracias a un montaje ágil, y reprocharle que
su realización sea tan plana, sin altibajos, como convencional hasta el punto
de no hacer vibrar al espectador en ningún instante. Tampoco el director de
fotografía Matthew J. Lloyd está a
la altura de una historia de época (color e imagen son definitivamente
apagados) y la banda sonora de Nilo
Muhly y Anton Sanko es anodina. En
el haber de la película es gozoso contemplar y oír a Annette Bening, Brian
Dennehy y Corey Stoll, muy por
encima del resto del reparto, ya que alguno de los personajes, como el de Masha
(Elisabeth Moss), sea perfectamente prescindible, no aporta nada a la historia.
Anton Chejov sigue sin tener suerte.
NEGRA
SOCIAL
VIOLENTA
TERRORÍFICA
THOMPSONIANA
LA NOVELA QUE MUERDE
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