SOCIEDAD / 11 DE SEPTIEMBRE
11 de
Septiembre
La
fecha es fatídica se mire por donde se mire. En 1714 los austracistas catalanes
perdieron frente a los borbónicos y Catalunya se quedó sin buena parte de sus
instituciones por apostar a caballo perdedor. En 1973 Augusto Pinochet, con el
apoyo de la CIA, bombardea el Palacio de la Moneda y acaba con Salvador Allende
y su sueño de alcanzar el socialismo por métodos democráticos. En 2001 pilotos
suicidas de Al Qaeda abaten las Torres Gemelas de Nueva York, la ciudad más
liberal de Estados Unidos, en uno de los atentados más oscuros que se conocen y
que daría pie a ese negocio formidable que se bautizó como cruzada contra el
eje del mal, causó cuatrocientos mil muertos, la destrucción de todo Oriente
Medio y el rebrote del yihadismo. ¿Qué hay que celebrar?
Somos
animales de costumbres el Filósofo Rojo y yo. Raras avis que nos conocemos
desde hace más de medio siglo y en ese tiempo tan dilatado no nos hemos perdido
nunca el rastro que ha ido de las barricadas a las montañas. Empieza a ser ya
un ritual celebrar el 11 de septiembre a la gallega en una taberna de las
Masías de Voltregá, extenso municipio rural que pivota alrededor de una de las
cunas del independentismo, Vic, en una colonia fabril convertida en un rosario
de viviendas pareadas que luce alguna estelada y lazo amarillo por esas fechas.
Le damos al pulpo, a los calamares, al lacón y al Ribeiro mientras los
independentistas llenan, una vez más y esta vez solos, la Diagonal de Barcelona
desde la Plaza de las Glorias hasta el Palacio Real en donde piensan derribar
el muro del 155. Seis kilómetros que llenan con un millón de entusiastas
manifestantes que han renovado sus camisetas (nunca sirven las del año pasado,
hay que hacer que corra el dinero) para que este año la marea sea de color
coral.
Como
muchos catalanes (a ver si se celebra el dichoso referéndum para cotejar las
cifras), dejé de ir a esas concentraciones patrióticas del 11 de septiembre en
cuanto tomaron un cariz independentista y excluyente, así es que mi
cuatribarrada de antaño se debió perder en alguna de mis mudanzas. También he
de confesar que mientras gobernó el PP
estuve a punto de abrazar la causa independentista simplemente para no ser
gobernado por ese infausto partido que me produce urticaria y reconozco que si
algo positivo ha tenido el movimiento independentista catalán para el resto de
España ha sido cargarse el gobierno de Mariano
Rajoy; por ese rechazo al tufo rancio que venía de Madrid y por los sucesos
del 1 de octubre fui a depositar mi voto en el referendo de autodeterminación y
fue uno de los 130.000 del NO a la independencia.
El
ribeiro corre por nuestras gargantas y cada vez veo más esteladas en la
pantalla de la TV3 que tengo enfrente. Ese ondear de banderas, lo confieso, me
produce grima aunque las enarbolen los revolucionarios de las sonrisas. Los que
agitan la rojigualda me dan miedo, que conste. Ni los gritos de Yo soy español, español, español, ni los
de In-in-dependenciá me parecen líricos
ni comparables al Pueblo unido jamás será
vencido. Bebo y como pulpo mientras pregunto al Filósofo Rojo si se
adoctrinaba en Vic. Había libertad de
cátedra, unos sí y otros no, pero las directrices del departamento de
Ensenyament de la Generalitat eran la de fomentar la identidad catalana. Glups.
Me suena a Formación del Espíritu Nacional.
Identidad.
Ahí está el quid. Y saber qué es identidad catalana y para qué sirve. Y si se
edifica sobre rasgos étnicos, religiosos, culturales o lingüísticos. Sentir la
pertenencia a un territorio, a una comunidad de gente que lo habita y partícipe
de él. Pero el nacionalismo, que de eso va todo este tinglado, necesita un
enemigo opresor, y ahí está España. España recorta el estatuto de autonomía,
humilla a Catalunya, encarcela a su gobierno y reprime a porrazos a ese 48%
fervientemente independentista que lo seguirá siendo a pesar de las falacias,
torpezas y gesticulación de sus líderes.
El
Filósofo Rojo da la espalda a los manifestantes de la Diagonal. Vivir en Vic y
no compartir ese entusiasmo patriótico, que incluye una llamada a la oración
desde el ayuntamiento, es muy complicado. Si
pones la cuatribarrada en el balcón de tu casa ya te miran mal, dice; pero si pones la rojigualda te retiran el
saludo. En Vic ETA perpetró uno de sus atentados más monstruosos y el
monumento en su recuerdo sencillamente da pena o es directamente insultante
para esas víctimas del terrorismo. Curioso: mis amigos de una de las zonas más indepes de Catalunya reniegan del
nacionalismo que se palpa a todas horas, quizá como hartazgo por sobredosis.
Seguimos
con los análisis políticos mientras damos cuenta de los calamares a la romana,
la dueña del local nos pregunta qué queremos de postre y el cocinero libanés sale al aire libre a fumar. Con su tarta de orujo y mi biscuit seguimos
con nuestros análisis políticos. Curiosamente
los territorios en donde el carlismo tuvo más presencia en Catalunya son los
más independentistas; el nacionalismo catalán se nutre también de una
religiosidad católica y tradicionalista extrema y ahí tenemos a Oriol Junqueras, de misa diaria, a Jordi Pujol y el monasterio de
Montserrat. Como el nacionalismo
vasco salió de los conventos y tuvo a un jesuita, Xabier Arzallus que dejó la sotana por la política, como uno de sus
popes indiscutibles, el que mandaba en la sombra, el que reprendía a los chicos
de ETA, remacho.
Volvemos
a Vic tras paladear dos whiskies escoceses y hablar de ginebras, vodkas y demás
bebidas espirituosas. Buscamos una buena cervecería inglesa por calles
desiertas en las que la tropa independentista ha dejado un rastro de banderas
esteladas en los balcones y pancartas exigiendo la libertad de los presos
políticos. El que haya presos políticos
es una aberración, digo. Pedimos, en una terraza, dos pintas Paulaner de
barril.
Lo malo de los nacionalismos es que son
movimientos transversales, no de clase, y se
construyen contra el otro, me dice mientras media su Paulaner que se debe beber paladeando y es
casi alimenticia, será mi cena, y me pone un ejemplo meridiano. Le pregunté a una señora de la limpieza
independentista del instituto si se sentía más cerca de una señora de la
limpieza de Córdoba o de su empresario catalán. De la señora de Córdoba, por
supuesto. Pero el fragor de las banderas e himnos impiden esos
razonamientos, el nacionalismo es una emoción y funciona aunque sus líderes
hayan declarado esa independencia exprés que es una filfa y muchos de ellos
hayan puesto tierra de por medio.
Pasé, una vez proclamada la república
catalana, por el Palau a ver si habían arriado la bandera española, y ahí
seguía,
comento. La luz mengua y miro los balcones buscando una bandera española: ni
los seguidores de Anglada, el Le Pen
de Osona, se atreven. Iban de farol, como
jugadores de póker, como confesó Clara Ponsatí. Vic sigue desierta; el ejército
independentista ha tomado Barcelona desde las 17:14. Esto se habría acabado si el estado no interviene. ¿Qué habrían hecho
al día siguiente de proclamada la independencia? Nada porque no había nada
detrás. ¿Vistes su cara de funeral? Nunca he visto una proclamación de la
independencia más triste que esa, la gente estaba emocionada y la clase
política acojonada. Pero el estado acudió en su ayuda, los alimentó con la
persecución judicial, la prisión y el 155. Ya no queda Paulaner y estoy de
acuerdo con el Filósofo Rojo que es la reencarnación de Antonio Gramsci. El
nacionalismo catalán dibuja una España monolítica, casposa y fascista que no
existe más que en su imaginación, la España inventada que necesitan para
reafirmarse.
Lo
lamentable de todo eso es que el proceso lo ha paralizado todo, no se gobierna,
no se legisla, no se abre el parlamento, no se producen debates políticos, el
monotema consume todas las energías y amenaza con eternizarse. Nos declaramos
profundamente aburridos y hartos.
Un
grupo de treinta muchachos negros fornidos juegan en una cancha de fútbol como
si Vic fuera Harlem. Son los hijos de los emigrantes que trabajan en las
cárnicas. Son los nuevos viguetanos. Nos despedimos con un apretón de manos. Nos
prometemos una nueva cita en Vic, el próximo 11 S. El Filósofo Rojo, siguiendo
un ritual estudiado para estas fechas, escuchará La mauvaise réputation de George
Brassens en cuanto entre en casa. Pienso en Salvador Allende y en el sueño perdido de la izquierda mientras voy
de Osona, la comarca más independentista de Catalunya, al Val d’Aran, la menos.
El dilema no es entre España y Catalunya sino entre catalanes. ERC ha tomado
nota. Otros siguen ciegos y sordos.
LA NOVELA NEGRA SOBRE EL APARTHEID QUE MUERDE Y DESGARRA
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