SOCIEDAD / EL PRECIO DE LA CARNE
Cuando
hablamos de trata y explotación sexual de las mujeres ponemos nuestro foco en
el llamado Primer Mundo, olvidándonos del Tercero que es quien suministra el
mayor porcentaje de carne en el
supermercado del sexo. Nos gusta mirarnos el ombligo creyendo que no hay otros,
que nosotros somos primero y todo lo demás gira a nuestro alrededor. En África,
en numerosos países árabes, en buena parte de los países de Extremo Oriente, la
prostitución está tan enraizada en el ADN de sus pueblos y se lleva ejerciendo
desde tanto tiempo que es prácticamente imposible erradicarla. Las mujeres se
venden, incluso siendo niñas, en los matrimonios acordados. Los depredadores
sexuales occidentales, de todos los sexos, viajan a esos países a tener acceso
carnal con mujeres, hombres o niños y no siempre a cambio de dinero: el hambre
admite cualquier trueque. Solo en caso de pederastia, se les persigue y juzga
si se logra demostrar el delito a su regreso. El turismo sexual es una lacra
más a añadir al ya devaluado concepto del turismo genérico. Si eres hombre y
vas a Cuba, a Tailandia o a Senegal y no follas con una nativa es que eres
tonto. El Primer Mundo es depredador de las materias primas del Tercero, y en
ellas se incluye el ser humano. El
documentalista austriaco Ulrich Seidl resulta muy incómodo cuando retrata a
esas compatriotas, porque también hay mujeres, que van en busca de un buen pene
negro a Kenya.
A
lo largo de la historia el papel de la mujer en la sociedad ha sido
vilipendiado en general por el hombre. El machismo está en el libro de libros,
en la Biblia, y en el seno de casi todas las religiones monoteístas. Un simple
trozo de la costilla de Adán. Con esos
inicios, ¿qué se esperaban? Los nativos del Anahuac, el actual México, ofrecían
a Hernán Cortés joyas y mujeres, y seguramente se valoraban más las primeras
que las segundas por inalterables, porque no envejecían. En la Edad Media los
señores feudales ejercían el derecho de pernada con las esposas de sus súbditos
y cuando marchaban a las cruzadas se llevaban consigo las llaves de los
cinturones de castidad de sus cónyuges para evitarles tentaciones. En la
excelente película de Ridley Scott El
último duelo, el personaje interpretado por Matt Damon no se irrita porque
hayan violado a su esposa sino porque le han dañado una propiedad. Las cosas no
han evolucionado mucho desde entonces, aunque puede que sí las formas. En
conversaciones grabadas algunos políticos de partidos que se sientan en los
bancos del Congreso de los Diputados hablaban, literalmente, de volquetes de
putas para cerrar oscuros negocios con empresarios y el derecho de pernada se
sigue ejerciendo en algunos trabajos. Hay que pasar por el aro, o la
entrepierna de tu jefe. No hace muchos años en los anuncios de empleo se podía
leer el literal Se necesitan señoritas de
buen ver. Que fueran eficaces en su trabajo era lo de menos.
Existe
un desprecio generalizado contra las prostitutas, más todavía por los que las
utilizan o se lucran de ellas. Puta es uno de los insultos más recurrentes, una
palabra estigmatizada para que ellas no tengan ningún derecho por el simple
hecho de ostentar ese vocablo infamante que las denigra como una marca en la
piel. En una película norteamericana de hace unos cuantos años las marcaban
como al ganado. En Tailandia, en Patpong Road tienen un dorsal con un número en
la espalda para agilizar la transacción económica. Tampoco es que suene muy
bien la palabra prostituta y hetaira es demasiado sofisticada. El lenguaje está
tan pervertido como la sociedad.
En
Estados Unidos un asesino en serie llamado Samuel Little se jactó de haber
asesinado, después de violarlas, a 93
prostitutas a puñetazos, puesto que era muy corpulento, o estrangulándolas, sin
que la policía se molestara en investigar sus desapariciones por ser ciudadanas
de segunda clase. Este monstruo enorme, a pesar de su apellido, arrebató el
cetro a Gary Ridgway, el depredador de la Ruta 99, con una marca de 50
prostitutas asesinadas. Ante estos depredadores, Jack El Destripador es un
aficionado. En otros países, sin llegar a los extremos estadounidenses en donde
todo se sobredimensiona, hasta el crimen, sucede lo mismo. Ni muertas, esas
mujeres asesinadas después de ser usadas, son iguales que las demás: no merecen
protección vivas, no se persigue a quienes las mataron. Se lo han buscado por
su actividad de riesgo, se suele decir. El riesgo que tienen las víctimas del
feminicidio de Ciudad Juárez perpetrado contra las maquiladoras por una turba
de desalmados que las acechan en la oscuridad como lobos hambrientos. Para los
que desprecian el género femenino esas trabajadoras mexicanas explotadas en
Estados Unidos, que deben regresar de noche a sus casas, tampoco son dignas de
vivir y pueden ser violadas antes de expirar, desmembradas y vendidas a trozos
en lo que es un ejemplo vivo de capitalismo salvaje que se lucra hasta con los
cadáveres del Tercer Mundo. Películas snuff o traficantes de órganos que los
venden a las clínicas del Primer Mundo. Materia prima, en definitiva.
El
dilema de la prostitución está sobre la mesa y el gobierno progresista de PSOE
y UP parece decidido a optar por la abolición sin tener en cuenta al colectivo
de prostitutas que quieren seguir ejerciendo con garantías su actividad y a
quienes deberían consultar por estar directamente afectadas. Para esas mujeres
que ejercen libremente, la abolición va a suponer que la prostitución esté más
aún en manos de mafias locales o internacionales de cómo está ahora. El
colectivo OTRAS (Organización de Trabajadoras Sexuales) agrupa a las mujeres
que quieren seguir prestando servicios sexuales libremente, sin ser explotadas
por el proxeneta, y se declaran feministas aunque fuera del feminismo imperante
con el que chocan habitualmente. Conxa Borrell, cabeza visible de ese
sindicato, tiene las cosas claras: “Quien lo ejerce libremente no lo va a dejar
porque no hay un trabajo en el que se cobre más y te dé más tiempo libre para,
por ejemplo, conciliar con tu familia o cuidar a tus padres”. ¿Quién somos para
prohibir a un hombre o a una mujer que venda su cuerpo si aceptamos que un
hombre venda su vida en la mina, por ejemplo? ¿Es más indigno proporcionar
placer sexual a un extraño por dinero que trabajar como un topo y respirar
gases tóxicos para un empresario que se enriquece con tu esfuerzo que te
llevará pronto a la tumba?
Meter
a todas las prostitutas en un mismo saco es un error de bulto. En el comercio
de la carne también hay clases sociales. No es lo mismo una escort que tiene
una cartera de clientes seleccionados y cobra aceptablemente por sus servicios
en su apartamento o en habitaciones de hoteles, que una chica que está en la
carretera bajo la sombra de una sombrilla y con una botella de agua a mano y
será saqueada por el proxeneta al final de la jornada o sufrirá la paliza de un
cliente sádico que puede llegar a asesinarla. Una escort de lujo puede ganar al
mes hasta 120.000 euros en la temporada de verano en Ibiza, lo que le permite
estar los otros once meses del año ociosa. Un minero 24.000 euros al año como
mucho. ¿Es más digno ser minero?
El
prohibicionismo, a lo largo de la historia, ha dado resultados muy magros. No
hay más que recordar el resultado de la Ley Seca en Estados Unidos que hubieron
de retirar tras su fracaso estrepitoso y que fomentara la delincuencia en su
entorno. Lo mismo cabe decir de las drogas. Si se legalizara su producción y
consumo de estupefacientes, como abogaba el desaparecido Antonio Escohotado,
nos ahorraríamos un sinfín de muertes por adulteración y la violencia que rodea
al mundo del narcotráfico en los países productores y consumidores. Pero no interesa,
como no interesa acabar con los paraísos fiscales. Una abolición de la
prostitución generaría un efecto similar a lo que sucede en el mundo de la
droga, daría lugar a la prostitución clandestina, más descontrolada
sanitariamente y la indefensión de esas mujeres sería mucho más terrible en
manos de mafias que se lucrarían aún más y seguramente multiplicaría las
agresiones sexuales que ya en estos momentos son más que preocupantes.
Frente
a esa medida drástica del abolicionismo, que choca frontalmente contra los
intereses de las mujeres que quieren ejercer su actividad con todas las
garantías posibles, está la educación. Solo educando a nuestros jóvenes, en las
escuelas, pero, sobre todo, en el seno de las familias, dándoles una educación
sexual, en contraposición a la pornografía violenta que ven, e inculcándoles
una normativa cívica, de respeto hacia el prójimo sea del sexo que sea, podemos
mejorar la situación actual de violencia sexual contra la mujer. Claro que hay
padres y padres. Se ponen un sinfín de trabas para los adoptivos que no se
ponen a los biológicos. En este debate, en el de la prostitución que siempre ha
existido, sobran dogmatismos y falta racionalidad.
Extractos de la charla en Moralzarzal el pasado 19
de noviembre con motivo de presentar la novela Mercancía robada de Lluna Vicens, un valiente alegato contra la
prostitución forzada.
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