CINE / EL CONDE DE MONTECRISTO, DE MATTHIEU DELAPORTE Y ALEXANDRE DE LA PATELLIÈRE
Buena
racha lleva el cine francés adaptando las novelas de Alejandro Dumas. Tras el
éxito de Los tres mosqueteros, le llega el turno a Edmundo Dantés y sus aventuras
en una enésima versión de El conde de Montecristo que, sin lugar a duda,
es la mejor hasta el momento rodada. Cansados de que hayan sido anglosajones y
un argentino los que hayan adaptado su clásico de la literatura popular, el dúo
de realizadores galos Matthieu Delaporte (París, 1971) y Alexandre de La
Patellière (París, 1971, hijo del también realizador Denys de La Patellière),
el mismo tándem de D’Artagnan y Milady, filma la que puede ser,
aparte de la mejor, la definitiva versión de este clásico popular, a años luz
de la filmada en 1934 de Rowland V. Lee con Robert Donat y Louis Calhern, la de
1951 de Phil Karlson con John Dereck y Anthony Quinn, la argentina de 1953 de
León Kilomovsky con Jorge Mistral, la de 1975 de David Greene con Richard
Chamberlain, Tony Curtis y Louis Jourdan y la de Kevin Reynolds en 2002 con Jim
Caviezel, Guy Pearce y Richard Harris, aunque hubo una muy notable miniserie
dirigida por Josée Dayan en la que el famoso conde era encarnado por Gerard Depardieu
y su enamorada por Ornella Muti.
Adaptar
la voluminosa novela de Alejandro Dumas no es nada fácil, hacer de ella un
espectáculo atractivo que dura tres horas y no desfallece casi en ningún
momento —a mitad hay un ligero bajón, cuando un Edmundo Dantés liberado y rico
empieza a planear su venganza y a jugar con máscaras para no ser reconocido—
requiere mérito cinematográfico y, en realidad, lo que ha hecho el dúo de
realizadores es simplemente no innovar, basarse en el típico cine de aventuras
clásico de toda la vida, desechar los aparatosos y ruidosos efectos especiales que
infestan el cine manufacturado en Hollywood y cuidar mucho los aspectos
formales de la película hasta el punto de dotarla de una elegancia narrativa
muy notable.
Este
El conde de Montecristo aúna acción, aventura, emoción y pone mucho el
acento en el romanticismo del relato, resaltando la historia de amor imposible
y trágico entre Edmundo Dantés (Pierre Niney, el doble de Salvador Dalí que
interpretó Franz de Françoise Ozon, está magnífico) y Mercedes Herrera
(Anaïs Demoustier) y la feliz entre Haydée (la muy bella franco-rumana Anamaria
Vartolomei) y Albert de Morcerf (Vasilli Schneider).
Entre
persecuciones, intrigas, traiciones y venganzas que jalonan el relato cinematográfico
en una producción exquisita (los suntuosos castillos del Loire ayudan) que
cuida los detalles, con magníficas secuencias a ojo de dron o ralentizadas —la
agresión de Maximilien Morrel (Oscar Lessage) al fiscal de Marsella Gerard de
Villefort (Laurent Lafitte) después del juicio— destaca la secuencia de la fuga
de Edmundo Dantés del castillo prisión de la isla, extraordinariamente bien
rodada, y el duelo a espada final con el hombre que causó la ruina de Edmundo
Dantés, Fernand de Marcef (Bastien Bouillon), lo más sangriento de la película,
y todo ello con una banda sonora muy eficaz que pone el acento en las escenas
clave y es obra de Jerôme Rebotier.
Una
película de aventuras deliciosa y entretenida esta, como las de antaño, y un
tanto importante que se apunta el cine francés a la hora de pergeñar esta
impecable superproducción de época. Un largometraje en el que se nota lo bien
que se lo pasaron sus realizadores y eso redunda en el espectador.
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