CINE / LA SOMBRA DEL PASADO, DE FLORIAN HENCKEL VON DONNERSMARCK
Lo
que le pierde a esta película río de Florian Henckel von Donnersmarck (Colonia,
1973) seguramente sea la desmesura de su planteamiento, sus más de tres horas
de metraje. El director de La vida de los otros, con la que ganó el
Oscar a la mejor película extranjera en 2006, vuelve a hurgar en el trauma de
las dos Alemanias y se despacha a gusto contra el nazismo y el comunismo, de
paso, en La sombra del pasado rodada en 2018.
La
historia real del pintor de Alemania del Este Gerhard Richter, aquí Kurt
Barnert (Tom Schilling), aficionado al arte desde pequeño gracias a su tía Elisabeth
May (Saskia Rosendhal) que lo lleva a museos y sufre brotes psicóticos que
motivan que sea esterilizada por Carl
Seeband (Sebastian Koch, protagonista de La vida de los otros), un
médico de las SS encargado de las campañas eugénicas del Tercer Reich, y
posteriormente eliminada; el médico nazi, que cae en manos de los rusos al
terminar la Segunda Guerra Mundial, y salva su vida gracias a que consigue
traer al mundo con buen pie al hijo de su captor Major Murawjow (Evgeniy
Sidikhin) en un parto complicado de su esposa y este, en agradecimiento, le
posibilita una nueva identidad como devoto comunista en la Alemania del Este; y la huida de este falso comunista a la RDA y
la del pintor Kurt Barnert que se enamora de su hija Ellie Seeband (la muy bella Paula Beer, la
protagonista de Frantz de Françoise Ozon), su compañera de clase, y se
matricula en la Escuela de Bellas Artes de Berlín para hacerse con un nombre
ignorando que el padre de ella es quien envió a su tía a los campos de
exterminio, serían materia de una serie y no de una película porque abarca un
número considerable de años y de la historia reciente de Alemania.
Alguna
de las secuencias sobra del filme, porque chirría, como por ejemplo las largas disquisiciones
sobre arte conceptual cuando el pintor Kurt Barnert se matricula en la Escuela
de Bellas Artes y discute con su colega Günther Preusser (Hanno Koffler) y con
el director, y la película se desvanece hacia su final. Le falta capacidad de
síntesis al film de Florian Henckel von Donnersmarck, autor también del guion,
que se dispersa por muchos de sus tramos de este tríptico y se pierde en
disquisiciones aparentemente trascendentales, aunque la película tenga muchos
alicientes dramáticos e interpretativos para seducir al espectador.
La
película gira en torno a la libertad, concepto tan difícil se asumir tanto en
la Alemania nazi como en la comunista, y el arte cuestionado por los regímenes
totalitarios sean de derechas o izquierdas. Así, en la primera secuencia
museística del filme, vemos al guía (Lars Eidinger, el coprotagonista de El
profesor de persa), que acompaña a Kurt Barnert niño y su peculiar tía por
las salas, tachando de arte degenerado los cuadros de Kandinsky, Georges Grosz,
Max Ernst o Paul Klee, y a Kurt Barnert adulto pintando a regañadientes los
carteles propagandísticos del realismo socialista en Alemania del Este.
“Una
de las características comunes a todas las dictaduras está en los esfuerzos de
sus dirigentes por controlar los medios informativos y el arte”, dice el
director de La vida de los otros que, en esta ocasión, se ve desbordado
por su propio proyecto megalómano.
En general podemos
pensar que el tema de los campos de exterminio ya ha sido ampliamente tocado en
la literatura y en el cine. Sin embargo, José Luis Muñoz tiene la habilidad de
narrar los sucesos fuera de ese tiempo histórico, basando el nudo narrativo en
la acción-reacción de los personajes y acercándose más a una novela
psicológica. LUIS VEA
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