CINE / LA INOCENCIA, DE LUCÍA ALEMANY
Es muy raro encontrar una ópera prima que rezume
tanta frescura y veracidad como la de la realizadora Lucía Alemany (Tortosa,
1985) que había debutado con el cortometraje 14 años y un día como esta La
inocencia que podría haberse titulado 17 años y un día. La pérdida de la
inocencia de la adolescente Lis (una extraordinaria Carmen Arrufat en estado de
gracia absoluta que llena la pantalla), una chica de 17 años que sueña con
convertirse en una estrella de circo y hacerse mayor para no tener que pedir
constantemente permiso a sus padres para noctambular, en brazos de su noviete
Néstor (Joel Bosqued), un macarra poligonero, trae consecuencias indeseables a
la chica y la hace bajar a la realidad.
La película es un acertado retrato de esa juventud que
está a un paso de la mayoría de edad y quiere disfrutar de la vida sin
cortapisas ni obligaciones. Los enfrentamientos familiares con unos padres,
Catalano (Sergi López, muy metido en su papel), brutal y autoritario con el que
apenas tiene trato, y Soledad (Laia Marull), sometida y esclava del qué dirán,
un entorno escolar marcado por el bulling
—la pelea con la repelente Patri (Lidia Moreno), la chismosa del
colegio—y todo ello durante el verano, durante unas ruidosas y alcohólicas
fiestas del pueblo en donde todos se desmadran más de la cuenta..
Por un momento, sobre todo por sus personajes y los
ambientes discotequeros, retratados muy fielmente por la directora, creía estar
asistiendo a una película de Bigas Luna que había regresado de entre los
muertos para dirigirla. Pero no.
Hay algunas escenas soberbias que conviene destacar:
los primeros besos que Lis se da con Néstor, cargados de sensualidad y
recogidos en un primerísimo plano de bocas (cómo lo haría el director de Jamón,
jamón); la pérdida de la virginidad de Lis, no muy satisfactoria, por incómoda
y poco glamurosa, en el coche de Néstor; la reacción del éste cuando se entera
de que su chica está embarazada; la cara de sufrimiento de ella en las fiestas
del toro embolado que se corresponde con la del animal torturado; el dramático
enfrentamiento entre Soledad, la madre, y Lis, la hija, cuando finalmente le confiesa
que está encinta.
Lucía Alemany opta por un naturalismo luminoso para
contarnos y hacernos partícipes, porque forzosamente se empatiza con la
interpretación que Carmen Arrufat hace de su personaje, esta pequeña historia
de pueblo, llena de vida y también de dolor cuando se pierde la inocencia y uno
empieza a saber de qué va este mundo. La película rezuma ternura por todas sus
costuras.
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