SOCIEDAD / TODO HUELE A PODRIDO EN ESTOCOLMO


El inventor de la dinamita, Alfred Nobel, que tantas muertes dejó en los campos de batalla del mundo, utilizada también por los terroristas, y con la que los mineros se abrían paso en las entrañas de la tierra, y quedaban muchas veces sepultados bajo los escombros, quiso lavar su conciencia con los premios que llevan su nombre, como lo podría haber hecho Oppenheimer: inventas un producto destructivo y luego haces acto de contrición cuando ya no estás en este mundo y te has forrado.


Si a veces resultan controvertidos los premios Nobel dedicados a la literatura (Bob Dylan que declinó recibirlo y le hizo un feo estratosférico a la Academia) que ni se lo dieron a Milan Kundera ni a Paul Auster, por poner dos ejemplos que son autores favoritos de quien esto escribe, los de la paz resultan casi siempre polémicos. No sé si recordarán el que le dieron a Barak Obama nada más ocupar la Casa Blanca, que debió ser un premio preventivo antes de que hiciera algo, que no hizo nada, por cierto, que acreditara ese galardón.


Había un sinfín de buenos candidatos este año para llevarse el codiciado premio, desde organizaciones humanitarias como la UNRWA, que ha perdido a centenares de sus trabajadores en la orgía de sangre y fuego que ha montado el estado de Israel en Gaza, a Médicos Sin Fronteras, que nunca ha abandonado a su población pese al riesgo de muerte de sus sanitarios, Amnistía Internacional que siempre denunció los crímenes de Israel, la Corte Penal Internacional que va a sentar al país genocida en el banquillo, Open Armas que salva miles de vidas en el Mediterráneo mientras VOX lo quiere hundir, o personalidades como Francesca Albanese, la relatora de Naciones Unidas para Palestina, o su compatriota la sueca Greta Thunberg. Y no. No ha sido así.


Hubiera sonado a mofa haberle concedido el premio Nobel de la Paz a Donald Trump, que tiene una rabieta de niño pequeño por no haberlo conseguido, o a Isabel Díaz Ayuso que hace mucho por la concordia entre los españoles, pero se lo han dado a una de sus discípulas más aventajadas del Emperador Naranja, a María Corina Machado, trumpista, ultraderechista (invitada mediante video plasma al último aquelarre de VOX en donde se coreaba el hit del verano Pedro Sánchez, hijo de puta), admiradora de Israel porque preserva los valores de Occidente en tierras de musulmanes asesinando miles de niños, una señora de la clase alta venezolana que es tan patriota que pide públicamente que Estados Unidos invada su país y no abre la boca ante los asesinatos de venezolanos que comete caprichosamente su admirado ídolo en aguas internacionales. Vamos, un currículo perfecto para el premio gordo de la Academia.


El Nóbel de la Paz hace muchos años que no tiene ningún tipo de prestigio desde que se lo dieron nada más y nada menos que a Henry Kissinger, el tipo que montó el golpe de estado de Chile y sacudió el patio trasero de Estados Unidos, es decir, Sudamérica, apoyando a todos sus sanguinarios dictadores y las asonadas cuartelarias. Este año los de la academia sueca tuvieron la oportunidad de lavar su cara, y no lo hicieron: lo cubrieron, una vez más, de mierda.


La colina del telégrafo” es, pues, una excelente novela negra, una pieza literaria de exquisita confección que combina con soltura y acierto los elementos propios del género: crimen, investigación, transgresión, maldad, depravación... Pero es al mismo tiempo una inteligente incursión en las oquedades más oscuras de la mente, en los terribles destrozos que una contienda criminal como es la guerra moderna llega a causar de uno u otro modo en quienes han participado en ella, y de cómo, tal vez, quizá, aunque esto sea más bien una interpretación mía a posteriori, las guerras son en realidad el caldo de cultivo perfecto para dejar brotar esa iniquidad ancestral, ese brutal instinto de supervivencia que anida, en mayor o menor media, dentro de cada uno de nosotros: nuestros demonios más ocultos, el animal sanguinario que fuimos y que todavía somos.

CARLOS MANZANO en CULTURAMAS


VIDEO RESEÑA DE LAURENTINO VÉLEZ-PELLIGRINI



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