SOCIEDAD / LOS MEDIOS
LOS MEDIOS
Hace
tiempo que pienso que la batalla por unos medios de comunicación dignos la ha
perdido la ciudadanía en mi país desde que los grandes grupos empresariales
controlan la casi totalidad de la prensa escrita, y un buen número de
digitales, y las televisiones de ámbito estatal están al servicio de sus amos. Cuando
un partido en el gobierno obliga a despedir a cuatro directores de un diario
porque denuncia una trama de corrupción o determinada prensa inventa una realidad
inexistente, el ciudadano se convierte en un ser inerme y manipulable. Entre esto y la lluvia de noticias falsas,
cada vez cuesta más deslindar lo que ocurre en el mundo. El periodismo crítico
y de investigación está amordazado mientras pululan los mercenarios sin
escrúpulos que fabrican basura mediática.
Con
contundencia, sin casarse con nadie, desde la indignación más absoluta, como no podía ser de otra
forma, Pablo Iglesias ha irrumpido
como una tromba en la campaña electoral cargando contra los medios de
comunicación que han actuado como correa de transmisión de las cloacas del estado,
y lo ha hecho, con más virulencia si cabe, precisamente contra la Sexta, la
teóricamente cadena “progre”, que ni mucho menos lo es (es el dinero, estúpidos,
el que está tras esos guiños hacia la izquierda en sus tertulias), y
especialmente contra un periodista que se ha especializado en aventar todos los
bulos, mentiras, dosieres falsos, infamias e insidias contra la formación
Unidos Podemos en cuanto los poderes fácticos tuvieron la percepción de que la
formación morada podía llegar al poder por las urnas. La policía más corrupta y
el periodismo más vomitivo se coordinaron para restar votos y credibilidad a la
formación a la izquierda del PSOE en una guerra sucia e infame que esperemos
tenga consecuencias judiciales para sus protagonistas: el ministro que ordenó
esa campaña, la policía patriótica que se inventó todos esos informes falsos y
el periodista que, a sabiendas, los aventó. El daño hubiera sido mínimo si las
cadenas privadas de ámbito estatal no se hubieran hecho eco de toda esa basura
policial-mediática, y de ahí el rifirrafe entre Pablo Iglesias y Antonio G.
Ferreras a costa de la indignidad de la cadena y sus programas de debate
estrellas Al Rojo Vivo y la Sexta Noche por mantener en su parrilla
de tertulianos a un personaje que es la vergüenza de la profesión periodística.
El
estallido de ese escándalo político mediático en España casi coincide con la
noticia nefasta de la detención de Julian
Assange en la embajada de Ecuador en Londres tras siete años de insoportable
asedio en el recinto diplomático. Ningún demócrata debería sentir indiferencia
por ese hecho de una gravedad extrema que quiere silenciar y poner de rodillas
al cuarto poder ante el económico que ya sin tapujo de ningún tipo ostenta el
control del mundo. Con esa táctica de
matar al mensajero (Julian Assange
puede ser extraditado a Estados Unidos y allí se puede enfrentar a cualquier
pena) en vez de perseguir la multitud de actuaciones delictivas que denunciaban
los documentos de Wikileaks vertidos a la prensa (torturas, asesinatos,
detalles de la guerra de Afganistán y la invasión de Irak, oscuridades de las
satrapías del Golfo Pérsico…), se lanza un mensaje claro y contundente a los
medios independientes que aún quedan para que callen para siempre porque la
mano del imperio llega a cualquier aldea del mundo.
Cuando
el poder económico corrompe los partidos y las instituciones, controla la
judicatura y amordaza o compra a la prensa no es que la democracia esté en
peligro sino que desaparece. Las grandes corporaciones, que no los estados que
hace tiempo están al servicio de estas, mueven sus piezas por el tablero para
repartirse el pastel global y saquear el mundo a su antojo. Llegará un momento en
que hasta esta democracia ornamental en la que, de vez en cuando, nos permiten
meter una papeleta en la urna, siempre que no se cuestione el sistema, será
prescindible. Llevamos años instalados en la pesadilla orwelliana sin habernos
dado cuenta de ello.
Comentarios