MIS LIBROS Y SUS HISTORIAS/ BARCELONA NEGRA
en 2020 cumplo 50 libros
1987
BARCELONA NEGRA
La génesis de esta
novela fue muy particular. Barcelona, en 1984, sufrió una espantosa ola de
calor. Coincidieron esas temperaturas anómalas, que rondaron los 40 grados, con
unos incendios pavorosos que se extendieron por toda la sierra de Collçerola y
hacían el ambiente irrespirable. Literalmente se derretía el asfalto de las
calles. La situación era apocalíptica. Para conjurar el calor se me ocurrió que
nada mejor que escribir una novela distópica que ambienté en el año 2005. Imaginé
una sociedad hiperviolenta, sin valores morales, regida por la ley del más
fuerte y a dos policías, Raúl Guerra (no pensé en el escritor Raúl Guerra Garrido, que conste) y su
compañero de fatigas llamado Félix, de talante violento. Imaginé una víctima
que se llamara Alicia Sánchez (entonces no conocía a Alicia Sánchez Camacho del PP) que aparecía degollada en la bañera
de su casa. Y una investigación policial de los dos polis para descubrir quién
y por qué había muerto esa mujer tan atractiva. Contagiado por Vértigo de Alfred Hitchcock, hice que mi protagonista masculino se enamorara
de la difunta a medida que conocía detalles de su vida. Por su parte ese
policía muy heterodoxo y bastante canalla vivía un infierno familiar. Y, desde
su casa, que era más o menos la mía, divisaba la Sagrada Familia que detestaba
(en eso se parecía a mí). Lo medular de la novela, más allá de la trama
policial, eran los ambientes sórdidos por los que circulaba esa pareja de
policías, un barrio Chino muy degradado. Había corrupción en las entrañas de
esa ciudad podrida hasta el tuétano en la que el lector no encuentra un solo
personaje positivo. Y calor, mucho calor. Y sexo, también. Empezaban a haber
emigrantes, más en mi novela distópica que en la realidad. Vampiricé a una chica
que me gustaba y la convertí en la partenaire de Raúl Guerra. Creo que el
personaje de ficción se llamaba Silvia y el real Aina. La novela la escribí con
una Olivetti portátil y la terminé en un apartamento de Playa de Aro al que
solía ir para abstraerme: en invierno era el único habitante de esa imponente
mole de 28 pisos clavada en la arena. A medida que avanzaba la novela le daba a
Aina, en quien se basaba mi Silvia ficticia, los capítulos con la idea de que
actuara en la vida real como ella en mi fantasía literaria, con lo que la
novela negra, distópica, hiperviolenta y sofocante se convirtió también en un
maquiavélico instrumento de seducción.
La novela sufrió varios accidentes, uno de ellos
pudo ser letal. Un verano, en ese edificio de apartamentos, mientras descargaba
mi coche que, por entonces era un Ford Fiesta rojo, dejé una bolsa con los
doscientos folios en el interior del ascensor y alguien lo llamó desde uno de
los pisos superiores y cogió mi bolsa con el manuscrito. En ese momento podía
haberse abortado por completo Barcelona
negra. Afortunadamente quien llamó el ascensor y cogió la bolsa se dio
cuenta de que aquellos folios manuscritos no tenían valor para él y lo bajó a
la portería. Se equivocó. Valían 18.000 euros de ahora.
Decidí, ya que tenía una cantidad de páginas
considerable, enviar la novela a un concurso. Al Azorín, nada menos. Y, contra
todo pronóstico ganó dos meses después de que también hubiera ganado el Tigre
Juan. ¿Estaba soñando? En el jurado del premio, que monetariamente era de los más
sustanciosos, estaban, entre otros, Guillermo
Carnero, Andrés Amorós, Luis Goytisolo y Enrique Cerdán Tato. La Diputación de Alicante, que convocaba el
premio, incomprensiblemente no se encargaba de gestionar la edición de la novela.
Ese trabajo debía hacerlo yo. Y ahí empezó un calvario que me amargó en parte
la alegría de recibir un premio tan prestigioso y bien remunerado (con su importe
me compré un Ford Sierra gris metalizado). Cómo ya tenía asegurada la edición de
El cadáver bajo el jardín con Silverio Cañada de Editorial Júcar en
la colección Etiqueta Negra, le hice llegar el manuscrito de Barcelona negra porque encajaba en su
colección, un paquete certificado. Silverio
Cañada se dio prisa en maquetar la novela antes de firmar yo el contrato.
Por entonces alguien de la Diputación me dijo que la editorial Espasa
seguramente publicaría Barcelona negra y me puso en contacto con una tal Felicidad Orquín que no hizo jamás
honor a su nombre. Me llegaron las galeradas de la editorial Júcar (un rollo
interminable, una especie de canuto de un papel satinado sin fin y que tenía
que ir desenrollando para ir leyendo) y llamé a Silverio Cañada diciéndole que, puesto que no había firmado
contrato con él, no iba a publicar la novela con Júcar. Yo estuve desagradable
por teléfono y él cabreado porque ya había invertido horas y dinero en el
libro. Llegamos a un acuerdo de que haríamos servir la plancha para Espasa. Y
ahí se enredaron las cosas porque Felicidad
Orquín me iba dando largas, pasaban los meses, no me enviaba el contrato y
no me decía nada del manuscrito que le había hecho llegar a Espasa. Me di
cuenta a los seis meses que, en realidad, no estaba interesada en editarla. Y
me reconcilié, no sé cómo, con Silverio
Cañada y le dije que de nuevo quería publicar con él. Yo, de él, me hubiera
mandado a la mierda. Pero Silverio
era un tipo noble (luego nos hicimos buenos amigos) y utilizó las planchas de impresión,
que todavía guardaba, y Barcelona negra
(me inspiré en el título en la Barcelona
sur de Jordi Cadena) fue el
número 40 de la colección Etiqueta Negra y esta fue la contraportada:
“Barcelona año 2005. Una sociedad violenta,
despiadada. Una sequía se abate de forma pertinaz sobre la Ciudad Condal. El
agua escasea. La urbe se pudre por dentro. La violencia impera en sus calles.
No existe moral. Una prostituta aparece degollada en su apartamento. Nadie ha
visto nada. Un policía nada escrupuloso investiga con métodos poco ortodoxos.
El policía está tan podrido como la ciudad que vigila. La gente muere en la
calle, como perros. Los ancianos son invitados a suicidarse. Segunda novela
publicada por José Luis Muñoz, Barcelona Negra (Premio Azorín 1985) es
una obra descarnada, violenta y virulenta que ofrece una visión tremebunda y
caótica de la sociedad del futuro. Todo está americanizado, la gente no lee, la
imagen se ha adueñado de las mentes y la única relación posible entre los
humanos es la violencia y el sexo”. Sin saberlo, era un libro premonitorio, y
quizá fuera el de cabecera de Christine
Lagarde que pasó a la historia diciendo aquello de que vivíamos demasiados
años y eso no era sostenible. .
Llegó el momento de la presentación. La diputación de
Alicante, que se había lavado las manos en todo lo referente a la edición del
libro, me convocó para presentarlo oficialmente y hacerme entrega del premio. Fui
sin prepararme nada. Era un novato en esas lides. Cuando me hicieron pasar al
salón de plenos y vi que todos los asientos los ocupaban autoridades y
políticos empecé a preocuparme. Cuando, tras las palabras laudatorias de
algunos de los miembros del jurado, concretamente de Guillermo Carnero que alabó la originalidad de la novela, y me
pasaron el micrófono me quedé pálido. Tras un sinfín de carraspeos (por dentro
me decía que escribía precisamente para no hablar y, mira, por dónde, tenía que
hablar en público) improvisé durante media hora un discurso balbuciente, y
bastante ininteligible porque hablaba en voz muy baja, divagando sobre esa
Barcelona futurista que había imaginado. Me aplaudieron por cortesía en vez de
tirarme un zapato a la cabeza. Salí en algunos diarios locales y nacionales.
La portada del libro, de J. Pablo Suárez era muy buena: mi denostada Sagrada Familia y un coche futurista. Gracias a ese premio me invitaron a la Feria del Libro de Valencia. No recuerdo que firmara muchos libros pero sí recuerdo una orgía alcohólica con tipos de cuidado: Silverio Cañada, al que finalmente conocía en persona; Ferrán Torrent, que iba acompañado de una rubia espectacular; el malogrado escritor argentino Raúl Núñez que, años más tarde moriría de SIDA, un ejemplo de artista maldito y bohemio, que venía acompañado de una chica que parecía menor de edad y llevaba rotos en las medias; Ricardo Muñoz Suay; Paco Camarasa, que vivía en Valencia antes de montar la librería Negra y Criminal de la calle La Sal de Barcelona y Juan Madrid. Bebimos más de la cuenta. Nos bebimos todo el bar y creo que nadie pagó esa borrachera que podría haber servido para que Gonzalo Suarez filmara Parranda. Salimos dando tumbos a las siete de la mañana con alguna tensión sexual que podía haber acabado a puñetazos (en aquellos tiempos Juan Madrid, con todo mi cariño, era un elemento de cuidado, encantador, sí, pero de cuidado). De aquella farra de alcohol, y sexo para alguno, murieron casi todos: Raúl Núñez, Ricardo Muñoz Suay, Silverio Cañada y Paco Camarasa. Con Ferrán Torrent no he vuelto a coincidir. Juan Madrid es uno de mis mejores amigos y recuerda como yo esa farra olímpica. De los chorros de esa borrachera literaria nació un relato que años más tarde publiqué en la revista Interviú.
La portada del libro, de J. Pablo Suárez era muy buena: mi denostada Sagrada Familia y un coche futurista. Gracias a ese premio me invitaron a la Feria del Libro de Valencia. No recuerdo que firmara muchos libros pero sí recuerdo una orgía alcohólica con tipos de cuidado: Silverio Cañada, al que finalmente conocía en persona; Ferrán Torrent, que iba acompañado de una rubia espectacular; el malogrado escritor argentino Raúl Núñez que, años más tarde moriría de SIDA, un ejemplo de artista maldito y bohemio, que venía acompañado de una chica que parecía menor de edad y llevaba rotos en las medias; Ricardo Muñoz Suay; Paco Camarasa, que vivía en Valencia antes de montar la librería Negra y Criminal de la calle La Sal de Barcelona y Juan Madrid. Bebimos más de la cuenta. Nos bebimos todo el bar y creo que nadie pagó esa borrachera que podría haber servido para que Gonzalo Suarez filmara Parranda. Salimos dando tumbos a las siete de la mañana con alguna tensión sexual que podía haber acabado a puñetazos (en aquellos tiempos Juan Madrid, con todo mi cariño, era un elemento de cuidado, encantador, sí, pero de cuidado). De aquella farra de alcohol, y sexo para alguno, murieron casi todos: Raúl Núñez, Ricardo Muñoz Suay, Silverio Cañada y Paco Camarasa. Con Ferrán Torrent no he vuelto a coincidir. Juan Madrid es uno de mis mejores amigos y recuerda como yo esa farra olímpica. De los chorros de esa borrachera literaria nació un relato que años más tarde publiqué en la revista Interviú.
En julio de 1987 fui con dos libros (El cadáver bajo el jardín y Barcelona negra) a esa primera Semana
Negra mítica, la mejor de todas. Y allí volví a coincidir con Juan Madrid y Andreu Martín, y conocí a Manuel
Vázquez Montalbán, Manuel Quinto, Fernando Martínez Laínez, Mariano Sánchez Soler, Julián Ibáñez, Paco Ignacio Taibo II y la flor y nata de la novela negra
norteamericana que editada Júcar (Donald
Westlake), una escritora japonesa, el ruso Yulen Semionov, que era agente de la KGB, Thierry Jonquet, entre otros muchos. Como era un verdadero pardillo
a esa edad y no sabía cómo comportarme, tras la presentación del libro, un par
de debates en los que era, por mi timidez, el mudo de los hermanos Marx y el
coqueteo con una chica de la editorial de la que nunca más supe, me despedí a
la francesa porque tenía un viaje planeado a los Estados Unidos y eso el boss Paco Ignacio Taibo II no me lo perdonó: estuve castigado hasta el
2002 y no fui invitado a ninguna Semana Negra a pesar de que seguía publicando
novelas negras.
La novela tampoco le gustó nada a Rosa Mora y a un crítico de El Noticiero Universal que, tras cuestionar la decisión del jurado del premio Azorín (dijo que estaban borrachos), me atacaba por hablar mal en la novela de
Barcelona (venía a decir: qué sabrá de la Ciudad Condal un tipo nacido en
Salamanca), porque el reseñista ignoraba que yo siempre me he considerado
gracienc, del barcelonés barrio de Gracia, y luego me confundía con Raúl Guerra,
el policía de la novela, y venía a
decirme que era un fascista, pero me faltaba el talento de Luis Ferdinand Celine y estaba más cerca del rudo Mike Spillane y de su personaje Mike
Hammer. Tenía la piel muy fina y esa reseña me dolió.
También hubo quien
habló muy bien de ella. El profesor Guillermo
Carnero hizo una valoración de la obra ganadora “Barcelona negra”, describiéndola como una síntesis entre la novela
negra y la futurológica. Los personajes se mueven en un mundo regido por la
violencia y el desprecio de la vida humana, de lo que da muestras el que – en
ese año dos mil veinte – se resuelva el problema de la Tercera Edad de un modo
tan radical como prohibiendo su atención médica o despenalizando su asesinato.
Carnero se felicitó que hubiese vuelto la novela en su forma más tradicional,
olvidando de algún modo esa novela experimental y minoritaria que estuvo en
boga hace aún pocos años.
Los de El País,
salvo Rosa Mora, me salvaron la
vida: Es posible que a este nuevo
narrador, que posee pulso, vocación, fuerza e ingenuidad al mismo tiempo, le
haya tocado la negra. Al menos la de aparecer en una colección de novela negra,
bajo el título de Etiqueta Negra, y como si fuera un cultivador más del género,
cosa que no lo es del todo.
También le gustó a Paco Ignacio Taibo II antes de
castigarme sin más Semanas Negras: Nos
encontramos pues ante una novela de acción, escrita con un lenguaje muy vivo,
con gran profusión de diálogos que ilustran más acerca del carácter de los
protagonistas que mil descripciones juntas y en la que el débil filamento que
separa el mundo legal del ilegal se rompe constantemente y de forma
imprevisible. Una novela que se lee de corrido, sin pausas, pero que en muchas
ocasiones resulta lacerante. Quizás, para paliar el profundo pesimismo y la
sordidez que recorren sus páginas, el autor, prisionero de su propia narración,
recurre al humor que, dadas las circunstancias, resulta evidentemente negro.
Novela negra que podríamos calificar como
urbana hasta una situación límite. Uno de los principales méritos del narrador
es saber recrear ese ambiente sofocante, muy físico, en el que se desenvuelve
la acción de la novela, y en el que el lector se ve inmerso, y la creación de
un buen número de personajes – Guerra, Félix, Jefe, Silvia, Rosa, etc. – bien
trazados.
Un halo de misterio e inquietud recorre esta
breve novela desde su primera a la última página. Y esa inquietud, la que el
protagonista-narrador siente cada vez de forma más acuciada a medida que se van
esclareciendo los acontecimientos, es la que consigue transmitir desde sus
páginas José Luis Muñoz haciendo gala de unas dotes narrativas verdaderamente
espléndidas.
Mi máxima
satisfacción fue conseguir la bendición de Francisco
González Ledesma que, cuando me fue presentado en Negra y Criminal, años
más tarde, me dijo lo que había disfrutado leyéndola. Muchos años más tarde Paco Camarasa bautizó su festival
literario como Barcelona negra y yo
no le demandé.
En 2020 cumplo 50 libros y lo vamos a celebrar el día 19 de marzo a las 19 horas en la librería Alibri de Barcelona
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