SOCIEDAD / LOS SUEÑOS DE PUTIN PRODUCEN MONSTRUOS
No hay nada más execrable que una guerra, una cacería humana que enfrenta unos seres con otros que no se conocen y que bien podrían ser amigos si otros no hubieran decidido que fueran enemigos. No hay mayor criminal que el que la desencadena o la provoca. Después de los zarpazos sangrientos del terrorismo yihadista y la pandemia del Covid, nos viene la guerra de Ucrania y la amenaza creíble de una conflagración mundial. Una concatenación de acontecimientos desastrosos que se unen a la emergencia climática que ya parece irreversible. Una película documental del pasado siglo serviría para denominar este período: Este perro mundo.
Mal
empezó el siglo XXI con la caída de las Torres Gemelas, todo un símbolo de lo
que se avecinaba, y estamos ahora en una de las peores encrucijadas después del
fin de la Segunda Guerra Mundial. Por primera vez Europa, y por ende Estados
Unidos, siente pánico existencial y el eje dominante puede estar girando ciento
ochenta grados. La posibilidad de enfrentamiento entre bandos es una hipótesis
que no se descarta, como tampoco el empleo de armas nucleares que causarían un
desastre global. Parece que, cada cierto tiempo, el hombre necesita
exterminarse y no ha sido suficiente la pandemia del Covid. A los buitres de
las farmacéuticas se unen ahora los cuervos siniestros de los fabricantes de
armas.
Durante
décadas, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos hizo lo que
le vino en gana. En el pasado siglo, la potencia hegemónica planeó golpes de
estado sangrientos (Chile), apoyó dictaduras militares (Argentina), invadió
países soberanos (Panamá, Granada... ), intervino en guerras lejanas (Vietnam),
financió a guerrillas desestabilizadoras (Nicaragua), planeó y ejecutó
asesinatos (Orlando Letelier por parte del estadounidense Michael Townley a las
órdenes de la DINA pinochetista, los secuestros y asesinatos de izquierdistas
bajo el paraguas de la operación Cóndor), bloqueó países (Cuba) e instruyó a
los violadores de los derechos humanos (la Escuela de las Américas, la
universidad de los torturadores) de las dictaduras latinoamericanas. Y si
hablamos del siglo XIX la lista de injerencias sería inacabable. Un
escalofriante currículo. ¿Por qué lo hizo? Porque pudo, nadie se lo impidió y
tampoco se lo reprochó excesivamente.
Latinoamérica era su patio trasero y en Vietnam libró un pulso contra el
comunismo. Estados Unidos, en su política de desestabilización mundial, armó y
financió a los talibanes y a Osama Bin Laden para expulsar a los rusos de
Afganistán, contribuyendo a la entrada en escena del yihadismo internacional
con resultados tan desastrosos para la población norteamericana (11 S) y
Europea (Madrid, París, Londres, Barcelona...)
Da la
sensación de que hay en el mundo guerras de primera y tercera categoría. La de
Yemen, por poner un ejemplo, que dura años, nada menos que seis, y ha provocado
377.000 muertos de una población de treinta millones, según Naciones Unidas,
sigue matando aunque los medios de comunicación sistemáticamente la ignoren.
Allí, el agresor es Arabia Saudita, con quien las potencias occidentales, y
especialmente Estados Unidos, tienen unas relaciones privilegiadas a pesar de
que se conculcan los derechos humanos, es una dictadura hereditaria, las
mujeres no tengan derechos reconocidos, se descuartice a un periodista y
recientemente se decapite en un solo día a 80 chiítas; una guerra, la del
Yemen, en la que armamento europeo, y español para nuestra vergüenza, y
norteamericano está contribuyendo a la aniquilación de la población. Pero ese
es un conflicto bélico de tercera categoría, como el de Siria, el de Libia, si
es que existe Libia, o ese Irak que fue reducido a escombros. Y por no hablar
de Palestina, el eterno olvidado.
Putin
es un psicópata desalmado, pero ya lo era mucho antes de invadir Ucrania. El
oligarca ruso y exagente de la KGB redujo a escombros Chechenia, masacró a
secuestrados y secuestradores en el teatro Dubrovka de Moscú, no le importó que
en una operación supuestamente
liberadora en una escuela de Beslán, en Osetia del Norte, murieran 186 niños,
dejó a los suyos morir a bordo del submarino Kursk, asesinó con polonio a
Alexander Litvinenko y a balazos al líder opositor Boris Nemtsov, ha inclinado
la balanza en Siria a favor del dictador Bashar al-Ashad mediante bombardeos
brutales y reprime en la actualidad
ferozmente las manifestaciones cuyos detenidos pueden ser enviados al frente,
es decir, al matadero, porque en eso se ha convertido para los reclutas rusos
esa guerra fratricida contra sus hermanos ucranianos. En su invasión de
Ucrania, cínicamente definida como operación militar, podemos decir que Putin casi ha clonado el argumentario de
Estados Unidos cuando invadió Irak, con la salvedad de que Ucrania linda con Rusia
e Irak está a más de once mil kilómetros y separado por una océano inmenso de
la potencia agresora. En Irak, durante meses, miles de tropas norteamericanas y
británicas, y un ingente armamento, se acumularon en las fronteras del país
mesopotámico para frenar al sátrapa Sadam Hussein, en otro momento aliado de
Estados Unidos. Irak se plegó, en todo momento, a ser inspeccionado por
técnicos de Naciones Unidas que buscaron infructuosamente esas armas de
destrucción masiva que le vendieron Estados Unidos y el dictador ya había
gastado contra los kurdos. Contra la opinión de casi toda la comunidad
internacional, salvo los países implicados (y ahí estaba el presidente de
España José María Aznar desoyendo manifestaciones masivas en contra de la
guerra), Estados Unidos y sus aliados arrasaron el país asiático de Oriente
Próximo y las bombas “inteligentes” y los misiles de crucero “quirúrgicos”
redujeron a cenizas hospitales, colegios y viviendas ante la pasividad de la
comunidad internacional, y se asesinó a periodistas (Enrique Couso) y se colgó
muy rápidamente a Sadam Hussein que podía haber contado muchas cosas. No hubo
sanciones contra los agresores, no se les congelaron sus cuentas, no se les
aisló internacionalmente, no se consideró llevar al TPI al siniestro Trío de
las Azores. Nada. De esa guerra, como en todas las desencadenadas por Estados
Unidos y las potencias occidentales,
nadie rindió cuentas. Se hicieron porque se pudieron. La ley de la
selva. La ley del más fuerte. La misma que está en estos momentos aplicando
Putin con sus misiles “quirúrgicos” y sus bombas “inteligentes”.
La
perspectiva de los últimos conflictos cambia con Ucrania. También desde el
punto de vista informativo que, en la guerra de Irak, se centraba casi en el
agresor (esos pilotos americanos emocionados porque las explosiones de las
bombas que lanzaban les parecían adornos navideños o los cohetes del 14 de
julio; procurar no mostrar cadáveres para dar la sensación de que bajo esos
edificios reducidos a escombros no había nadie) mientras que en Ucrania el
punto de vista (también porque en Rusia la censura informativa es férrea y
todos los periodistas han salido) es el del agredido. Ucrania está en Europa,
como Rusia, no nos olvidemos. Ucrania hace frontera con los miembros de la OTAN,
que no solo no ha desaparecido, como si ocurrió con el Pacto de Varsovia, sino
que se ha ido ensanchando a costa de los países que antiguamente estaban bajo
la orbita soviética y dejaron de estarlo a raíz de la caída del muro de Berlín
y el derrumbe del bloque socialista. Putin es tan belicista como lo puedan ser
un montón de presidentes de Estados Unidos (Johnson, Nixon, Bush padre e hijo,
Clinton, que lanzaba misiles en pleno escándalo Monica Lewinsky, e incluso el
premio Nobel de la Paz Barak Obama especializado en matar con drones) y está
dispuesto a torcerle el brazo a la potencia en declive y a sus adláteres
europeos. La cascada de sanciones de todo tipo que se han implementado para
asfixiar a Rusia, y que tienen un efecto bumerang en nuestras sociedades que ya
estamos notando, no van a provocar otra cosa que una escalada en el conflicto.
La sociedad rusa está acostumbrada a pasar penurias; los europeos hemos
disfrutado de un estado de bienestar del que llevamos años despidiéndonos.
El
alabado Zelenski, ungido en héroe nacional por su resistencia numantina y el
dominio de las medios de comunicación, coqueteó demasiado tiempo con la OTAN y
la UE de forma inconsciente sin prever las reacciones que tendría su poderoso
vecino. Ahora la razón ha callado y solo se oye el lenguaje de las armas y el
odio. Putin se juega en Ucrania su futuro (no es descartable un golpe de
palacio) y Estados Unidos y Europa su predominio en un mundo cuya balanza
parece inclinarse hacia Rusia y su aliado China.
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