LITERATURA / HOMBRES MALOS, DE LUIS ALEIXANDRE GIMÉNEZ
Lo que nos sucede en la infancia o en
la adolescencia nos marca para toda la vida, y de ese trauma, gravado a fuego
en nuestra alma, no nos podemos desprender aunque hayan transcurridos muchos
años, tendremos que convivir con él. Hay quien
recurre a la terapia psicológica para convivir con él, quien lo exorciza
mediante la escritura o quien, caso extremo, descarga su ira contra el causante
del trauma sin importarle el tiempo transcurrido.
Un paseo literario por todos los
estados de la violencia es el que nos propone el castellonense Luis Aleixandre
Giménez en Hombres malos, publicado
por Cosecha Negra, una joven editorial que nace con enorme ímpetu en Andalucía
y ya tiene en su catálogo nombres como Alberto Pasamontes, Víctor Claudín o
Miguel Izu. Violencia doméstica en el primer acto a cargo de un progenitor
despreciable y sencillamente odioso que tanto viola a su mujer como vende a su
hijo para que sea sodomizado por un profesor, un alcalde y un cura —La
asquerosa desnudez de Don Anselmo, la suavidad de los labios de Andrea, los
billetes que su padre guardó en el bolsillo a cambio de su virginidad, la
excitación ante la visión de las braguitas de su inocente compañera, la vulva
abierta de su madre ante las embestidas del borracho de su marido, el regalo de
dos mariposas amarillas sobre un trozo de papel, las manos viciosas del
profesor sobre su propio sexo, el olor putrefacto y rancio del aliento de su
padre. —; bulling escolar, esa
nefasta costumbre arraigada, como preámbulo; y las vicisitudes terribles de
unos policías en prácticas cuando caen en manos de una banda eslava. Con todos
estos personajes y un ambiente rural castellonense próximo a Vila-real, de
donde es el autor, construye Luis
Aleixandre Giménez una novela coral (Hugo, el muchacho sodomizado; Fele, su
amigo que no lo impidió; Andrea, la chica enamorada de Hugo que ingresa en la
academia de policía, y Diego, su colega) que
empieza en el verano del año 1983 y en la que la violencia sexual
da pie a otra violencia tan brutal como esta, la que se cuece a fuego lento con
el miasma de la venganza y se ejecuta con frialdad absoluta al cabo de muchos
años porque tu vida ha quedado destruida y la venganza es la única medicina
posible.
En Hombres
malos, como ya sucediera en El
retorno de José Vaccaro, con la que la novela de Luis Aleixandre Giménez
tiene una vinculación temática aunque no temporal, es una madre agraviada y
ofendida, violada por su propio marido, quien pasa el testigo de la venganza a
su hijo para que la ejecute, y este lo hace tras cuidarla con mimo hasta su
último suspiro: Bajó sus párpados y, con la yema de sus dedos, forzó una
sonrisa que quedó apuntalada en su rostro hasta el día de su cremación. La
acicaló o mejor supo: colorete en sus mejillas, la aplicó sombra de ojos y
cepilló su pelo con cariño.
Hay en Hombres malos una historia de amor juvenil, que no se marchita con
el tiempo transcurrido —Nada en esa mañana de domingo podía impedir que los
recuerdos de Andrea refulgieran en cada rincón de la alquería. No había espacio
en el que posara la mirada sin verla allí, con sus cabellos anaranjados y sus
ojos turquesa. — que precede a una historia de violencia extrema. Luis Aleixandre Jiménez (Vila-real,
1964), autor de las novelas Veinte días
desenfocado, Letras cautivas, Días de fútbol, Mil ramos de flores no son suficientes, Dios no baja a los infiernos, entre otras, construye un relato que
se inscribe dentro de los parámetros del hard
boiled, el género negro más duro, deudor del Ojo por ojo, diente por diente bíblico, que gira sobre la ferocidad
de una venganza que el tiempo transcurrido no consigue atemperar sino
acrecentar: Descubrió que matar era un acto tremendamente difícil de llevar
a cabo; aunque tuvieseis mil motivos para hacerlo, se requería de un temple y
un valor extraordinario.
El libro,
también, es una andanada contra cierta clase política, especialmente de la
comunidad valenciana, que es absolutamente corrupta en todos sus extremos, no
solo en lo económico, y que identifica con determinado partido aunque se libre
el autor de citarlo explícitamente: No creo que practicara la pedofilia solo
para obtener placer sexual, sino para realizarse como persona poderosa, para
materializar su dominio sobre los demás, llegar donde otros ni siquiera soñaban con acercarse. Y todo eso los politicuchos de tres al cuarto lo lleváis
a cabo sin ningún remordimiento. Tenéis la necesidad de saberse los ganadores,
triunfadores, superiores al resto de los ciudadanos, y para ellos sois capaces
de robar, engañar y abusar; en una palabra: putear a los demás.
Se pregunta el lector, tras finalizar
las cuatrocientas páginas de esta novela negra ágil que no decae en su ritmo
endiablado, quién resulta más malvado en esta historia en que víctima y victimarios
intercambian sus papeles. —Se había convertido en un ser nuevo, diferente.
Era un asesino. Matar le había proporcionado una gran satisfacción; muy pocas
personas podrían decir lo mismo. —¿Es licita la venganza sobre los que te
han arruinado la vida cuando eras un adolescente? Esa es la pregunta que hace
el autor al lector en esta novela negra no apta para estómagos sensibles
escrita con un naturalismo extremo —Imaginaba las raíces abriéndose por el
paso entre los huesos y la carne de putrefacta del cuerpo, y como la savia que
producían de tan inmundo alimento contaminaba al resto del árbol —, o se la hace él mismo.
Sólo reprochar un final dulce, difícil
de casar con todo lo que le precede, y algunos diálogos forzados, faltos de
realismo.
Tu dolor y el de tu madre lo
provocaron otros, los hombres malos de verdad, los que priorizaron su placer
sin importarles una mierda el sufrimiento permanente de un niño inocente y de
su madre.
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Un asesino en serie siembra el terror en la ciudad de San Francisco asesinando a jóvenes prostitutas de origen vietnamita. Mad Walker, un detective atípico, le sigue los pasos y sospecha que el monstruo estuvo en la misma trinchera de ese infierno llamado Vietnam.
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