SOCIEDAD / LAS FRONTERAS
Al hilo de la reedición en Estados Unidos de
mi novela “La frontera sur” (Sed, 2022) para los ciudadanos hispanoparlantes,
un libro cuyo eje argumental es esa frontera artificial, aleatoria y
caprichosa, como lo vienen a ser casi todas, que hay entre Estados Unidos y
México, me viene a la cabeza una serie de reflexiones sobre esas barreras naturales (el mar
Mediterráneo, que tantísimas vidas se cobra) o artificiales (ese muro que separa
los dos países norteamericanos y que promete ampliar Donald Trump si vuelve a
gobernar, pero que ni Barack Obama ni Joe Biden han echado abajo sino todo lo
contrario, lo han alargado, o el de Cisjordania elevado por Israel), que se levantaron en el mundo cuando el muro
por antonomasia, el de Berlín, cayó bajo los mazazos entusiastas de los
alemanes que se reunificaban después de la derrota de la Segunda Guerra
Mundial, entusiasmo que en mí se tradujo en escepticismo.
El escritor español Manuel Vázquez Montalbán,
novelista de género negro y uno de los intelectuales más lúcidos y mordaces que
tuvo mi país, predijo que el XXI sería el siglo de las grandes migraciones, un
proceso natural, fruto de la necesidad, que los gobiernos europeos y el
norteamericano, entre otros, intentan ponerle freno como esos cocodrilos que
acechan a los rebaños de ñus que se disponen a cruzar el río Mara y lo
consiguen a pesar de sus muchas bajas.
Cuando estuve hace muchos años en México
D.F., el taxista locuaz que me conducía al centro de la ciudad me comentaba de
lo absurdo de ese gran muro que entonces ya se estaba construyendo: “Por muy
alto que lo hagan, lo saltamos. Y, además, la mitad de Estados Unidos era de
México y los gringos nos lo robaron”. Pues sí, era de México, y antes de
España, y parece ser que una masa imparable de latinoamericanos (hondureños,
salvadoreños, guatemaltecos, nicaragüenses, venezolanos) que huye de la miseria
y la violencia que reina en sus países, va a la conquista de ese Nuevo Mundo
tal como hicieron los pioneros en la conquista del Oeste doscientos años atrás,
pero ya no son nativos pobremente armados los que tienen enfrente sino
policías, militares y civiles los que les dan caza.
Las fronteras son flexibles según quiénes
deban cruzarlas. Hungría, y Polonia, cerraron las suyas con alambradas de
espino cuando una riada de emigrantes que venía de países de Oriente Medio en
guerra, sirios, iraquíes, también afganos, trataba de pasar por su territorio
para buscarse un futuro mejor para ellos y sus descendientes; esa misma Polonia
que rechazaba a unos con porras y gases lacrimógenos, como también hacía la
Hungría de Orban, ahora, con los refugiados de la guerra de Ucrania, se muestra
generosa y acogedora: son cristianos, son europeos, son rubios. No muy
diferente es Rishi Sunak, el primer ministro del Reino Unido que puede hacer
bueno a su antecesor Boris Johnson y se olvida del origen migrante de sus
padres, que quiere enviar nada menos que a Ruanda (¿por qué no al espacio?) a
todos los emigrantes que intenten llegar a Gran Bretaña ilegalmente cruzando el
canal de La Mancha. ¿No sería más fácil y práctico por su parte acogerlos y
emplearlos en su país en donde están teniendo graves problemas de
abastecimiento por, entre otras cosas, falta de conductores de camiones y
reponedores en supermercados, además de las consecuencias nefastas del
Brexit?
España fue corresponsable no hace mucho de
una tragedia en la frontera de Melilla en la que murió un número indeterminado
de subsaharianos machacados sin piedad por la policía marroquí y expulsados por
la Guardia Civil los que conseguían pisar territorio español en aplicación de
la política de expulsión en caliente. Muertos sin nombre que fueron a parar a
una fosa común. Años antes, unos guardias civiles, en la playa de Tarajal, no
solo no ayudaron a salir del agua a unos subsaharianos que trataban de llegar a
la costa nadando sino que les dispararon pelotas de goma que provocaron el
ahogamiento de una parte de ellos sin que los causantes de esas muertes
recibieran ningún tipo de castigo por ello. En mi país también existe la
impunidad policial, aunque no llegue a los niveles de Estados Unidos.
Los países desarrollados de Europa y América
temen una invasión de los desheredados de unas tierras que ellos mismos han
esquilmado a través de todo tipo de compañías que han explotado sus recursos
naturales o han provocado guerras para redondear sus negocios o ayudaron a que
se establecieran gobiernos títeres y corruptos con los que negociar con ventaja
el saqueo. Una África sumida en la anarquía más absoluta desde que fue
descolonizada y sus fronteras fueron trazadas con tiralíneas por los
colonizadores sobre mapas en despachos alejados, vertedero del Primer
Mundo, sigue siendo el terreno abonado
para el saqueo sistemático, últimamente de chinos y rusos que han tomado el
relevo a ingleses, holandeses y franceses. Los piratas siguen existiendo,
aunque ya no lleven parches en el ojo ni patas de palo.
Las tragedias se suceden a diario en esa fosa común en que se ha convertido el Mediterráneo, el mar de las grandes civilizaciones de la época clásica. Las muertes de los que huyen del hambre, la sequía, las guerras y las persecuciones religiosas y políticas son consecuencia de políticas criminales de algunos de los estadistas europeos. La primera ministra italiana Giorgia Meloni, la admiradora de Benito Mussolini, cantaba en un karaoke con su ministro Matteo Salvini mientras seguían llegando cadáveres a las costas de Calabria. Las pateras naufragan y ni las ONG ni los buques mercantes que se cruzan con ellas pueden rescatar a sus náufragos por expresa prohibición del gobierno xenófobo de extrema derecha de Italia que, recordemos, ha sido votado por una inmensa mayoría de la población, y eso es lo más grave. No solo Giorgia Meloni se muestra indiferente, y beligerante, contra el drama de la migración, sino que tiene la complicidad activa de los que votaron esas políticas de endurecimiento contra los migrantes ilegales y Europa mira hacia otro lado. No solo Hitler fue el responsable del Holocausto, también los alemanes que lo auparon y lo estuvieron aclamando mientras iba ganando la guerra a cualquier precio.
Tenemos muy poca memoria o somos como el
perro de Pavlov que solo reaccionamos antes imágenes que nos golpeen. Parece
que nos hemos olvidado la de ese niño, Aylan, ahogado en las costas de Grecia
hace ya muchos años. Hay Aylanes a miles mientras crece nuestra indiferencia y
se votan políticas que directamente asesinan sin que tengan que asomar las
bocachas de las armas.
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