LITERATURA / LOS 39. LA VERDAD HISTÓRICA A TRAVÉS DE LA FICCIÓN
Soy de los que opinan que
muchas veces es desde la ficción que uno se puede aproximar a la llamada verdad
histórica, si es que esta existe, porque los historiadores, por lo general,
suelen ser muy parciales y cocinan los datos para abonar sus tesis. Esa fue la
razón por la que cuando escribí mi novela histórica El centro del mundo,
sobre la conquista de México por Hernán Cortés, optara por dos puntos de vista sustentados
por una serie de lecturas de autores mexicanos y españoles que no se ponían de
acuerdo sobre los mismos acontecimientos. Con Los 39. La pérdida del paraíso,
y concretamente para este primer tomo Guanahaní, no me dejé guiar exclusivamente
por los diarios de Colón, que resultaban muy parcos y fríos (el genovés estaba
obsesionado con el oro que no encontraba y no se extasiaba por ese mundo
fascinante que sus ojos descubrían) y decidí introducir una serie de
acontecimientos no reseñados pero que probablemente podían haber sucedido. La
ficción se puede permitir esas libertades si encajan con la lógica, si tienen
credibilidad. El resultado es una narración inmersiva y sensorial de uno de los
mayores acontecimientos de la historia de la humanidad, de un viaje a los
desconocido comparable al del hombre a la Luna.
Las tres novelas de la
trilogía se pueden leer en la clave literaria de género de aventuras con
trasfondo histórico, pero es mucho más que eso porque es también una novela de
personajes enfrentados, porque habla de las pasiones humanas, de las carnales y
las crematísticas, de la erótica del poder. En el enfebrecido proceso de
escritura, no estaba en este siglo sino en 1492 y eso pienso que se nota en la
lectura. Cuando digo que no estaba en el presente sino en una época pretérita,
no es una afirmación gratuita: estaba las veinticuatro horas del día de los 12
meses que duró la redacción de los tres tomos de la trilogía navegando y
abriéndome paso por esas selvas frondosas del Nuevo Mundo, solo de ese modo se
puede realizar ese proceso inmersivo.
El uso del lenguaje es
fundamental en la novela. Hay escritores de novela histórica que modernizan el
lenguaje utilizado en sus creaciones y lo adaptan a nuestros tiempos. Para mí
eso es un error. Yo rechacé esa opción y me incliné por utilizar el lenguaje
ceremonioso de uso común en aquel tiempo, el del Siglo de Oro, el
cervantino, rico en adjetivaciones y con numerosas pausas, y tengo que decir
que no me costó hacerlo, que no tuve que impostar en ningún momento porque para
mi suerte lo tenía interiorizado en algún lugar de mi cerebro por haber leído
en mi juventud a todos los clásicos españoles y estar familiarizado con su léxico
y su forma de redactar. Fue un viaje astral a otra época y espero que el lector
me acompañe.
Los 39
es una novela histórica, ya que relata ese primer viaje de Colón, las
incidencias que hubo durante la larga singladura por la ausencia de viento, los
intentos de amotinamiento de una tripulación desesperada por las penurias y la
convivencia en el reducido espacio de las naves, y asustada porque creían que
dejando de ver tierra en el horizonte llegarían a un punto en el que se
despeñarían en el vacío, y luego el descubrimiento de todas las islas de las
Antillas a las que el Almirante fue bautizando de forma caprichosa. Ese primer
tomo es un libro de viajes salpicado de anécdotas.
Están los diarios de Colón que ilustran ese
itinerario, pero son muy parcos. Colón, obsesionado con la idea de que había
llegado a la India y había descubierto otra ruta que la de Marco Polo, a quien
envidiaba, por la esfericidad de la tierra, hizo ese viaje exclusivamente por
lucro personal y alimentando su faceta de visionario. Pero sobre los 39 hombres
que dejó en la Hispaniola cuando embarrancó la Santa María no hay absolutamente
nada documentado, existe un misterioso vacío que es el que yo me he encargado
de rellenar.
Esos paisajes selváticos
y hermosos encerraban el infierno para los castellanos que tuvieron que
quedarse allí: árboles venenosos, reptiles letales, humedad y calor
insoportables y unas enfermedades terribles de las que se contagiaron por su
promiscuidad sexual. Los europeos
llevamos a América la epidemia mortífera de la viruela, pero los nativos
exportaron la sífilis al Viejo Continente.
Pero Los 39, con
ese trasfondo histórico, es, sobre todo, una novela de aventuras, clásica, como
las que me fascinaban cuando era un avezado lector en mi juventud, que devoraba
de forma compulsiva sin dejar de leer, porque los expedicionarios se han de
enfrentar a un buen número de adversidades y también a unos vecinos feroces,
los indios caribes, que sembraban el terror por la zona con sus razias, y a
ellos mismos en disputas internas para dirimir la autoridad.
Y, por último, es también
una novela romántica, aunque el término se ha devaluado mucho, porque habla de
esos amores mestizos, algunos de ellos documentados, que se produjeron durante
las expediciones de descubrimiento de América entre los españoles y las
indígenas. Toda colonización es brutal, son operaciones económicas de rapiña, en
el caso concreto de América, la búsqueda de oro que finamente encontraron en
grandes cantidades en el continente, pero la llevada a cabo por los españoles,
a pesar de la leyenda negra difundida de forma interesada por los británicos,
no tuvo ese sesgo de racismo que sí se dio precisamente en el norte de América,
con la colonización británica y el exterminio prácticamente total de las tribus
nativas, cosa que no sucede ni en Centroamérica ni en Sudamérica a pesar de lo
que se dice de nosotros, especialmente en México.
En la novela hay dos
personajes contrapuestos que crean, con sus acusadas personalidades, el
conflicto que todo relato literario debe tener. Juan de la Plaza, pendenciero y
despiadado soldado, y Marín de Urtubia, el literato y escribano, quien
transcribe la jerga de Cristóbal Colón a sus diarios, el cronista mucho más
sensible a ese mundo nuevo y empático con ese paisanaje inocente. Marín de
Urtubia se aísla entre esa turba de marinos que vienen de los bajos fondos de
Andalucía y Vascongadas, de sus cárceles muchos de ellos, es el más humano,
experimenta en sus carnes lo que yo denomino síndrome de Fletcher Christian, el
oficial de la Bounty que, cuando se produce la rebelión contra su despótico
capitán, toma la decisión de romper con su mundo para asimilarse a la cultura
polinesia, una decisión dramática en la que no hay vuelta atrás. Marín de
Urtubia se queda en el fin del mundo desconocido, rompe con los lazos de su
civilización y no fue el único español que lo hizo.
Siempre digo que la
literatura española ha pasado de puntillas sobre este enorme filón que es el descubrimiento
y colonización de América, seguramente por un complejo de culpa. Hubo de ser un
escritor húngaro, László Passuth, quien alumbrara una novela extraordinaria sobre
la conquista de México por Hernán Cortes, Los dioses de la lluvia lloran
sobre México, Ramón J. Sender con La aventura equinoccial de Lope de
Aguirre, José Manuel Fajardo en 2013 publicó Carta del fin del mundo,
sobre el episodio de los 39 y también lo hizo Antonio Pérez Henares en La
Española y posteriormente sobre la gesta de otro conquistador, Cabeza de
Vaca, las novelas de aventuras de Alberto Vázquez Figueroa Cienfuegos,
Centauros, El Inca, el norteamericano Gary Jennings con Azteca.
En cine son pocas las películas
inspiradas en estos episodios. Aguirre, la cólera de Dios de Werner
Herzog, 1492 de Ridley Scott, El Dorado de Carlos Saura, El
nuevo mundo de Terrence Malick, Apocalypto de Mel Gibson.
La serie que para Secuoya
Films ha dirigido Max Lemcke y Jorge Saavedra, inspirada, sobre todo, en el
segundo volumen de la trilogía La pérdida del paraíso, Fuerte Navidad,
rodada en Huelva, Canarias y las selvas de Colombia, con un reparto hispano colombiano
en el que figuran Hugo Silva y Pablo Derque, Juan de la Plaza y Marín de
Urtubia respectivamente, promete a juzgar por lo poco que he visto de ella. En
un principio debía intervenir en el guion, pero finalmente no fue así. Soy
consciente de que un relato audiovisual es muy distinto a una novela, que los
guionistas se habrán tomado libertades con respecto al texto, pero quiero creer
que han sido bastante fieles al espíritu de lo que he escrito.
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