CINE
MAPA DE LAS ESTRELLAS
David Cronenberg
No
es el canadiense hombre que se deje domesticar por nadie. No lo era cuando
hacía sus primeras películas de serie B en las que sus protagonistas tenían
múltiples cicatrices físicas, que se correspondían con las psíquicas, les
estallaba literalmente la cabeza o se convertían en mosca. La evolución de la
carrera de este cineasta insólito, que siempre sorprende en sus películas nada
convencionales, es digna de estudio. Algunos creyeron que, tras los éxitos de Una historia de violencia y Promesas del Este, películas redondas,
sobre todo la segunda, el inquietante judío de origen lituano iba a convertirse
en maestro del cine negro. Pues no, quizá porque lo tenía fácil. A continuación
rodó Un método peligroso, una
película de época en la que se batían Sigmund Freud y Ernst Jung, y después Cosmópolis, la vida de un bróker
neoyorquino a través de un paseo en limusina por Manhattan, adaptando una
novela de Don DeLillo.
En
Mapa de las estrellas Robert Pattinson, el protagonista de Cosmópolis, salta de la parte trasera de
la limusina al asiento del conductor; él es Jerome Fontana, escritor y actor
que pasea a las estrellas por Hollywood esperando que llegue su momento de
gloria, el personaje más normal. Julianne
Moore es la decadente y poco glamurosa—interpreta una secuencia sentada a la taza del inodoro con las bragas
en los tobillos y habla de su estreñimiento mientras se limpia con papel de
váter—actriz Havana
Segrand, una neurasténica asaltada por fantasmas del pasado cuyo sueño es hacer
el remake de la película por la que su difunta madre Clarice Taggart (Sarah Gadon), abrasada en su casa en un
oscuro accidente, estuvo a punto de conseguir un oscar en los años 70, y tan
mezquina que acepta el papel aunque le llegue de rebote por la muerte del hijo
pequeño de Azita Wachtel (Jayne
Heitmeyer), la actriz que debía protagonizarla; Agatha Weiss (Mia Wasikowska) es una jovencita recién
salida del reformatorio por pirómana—intentó quemar la casa de sus padres con su hermano dentro—que entra al servicio de la excéntrica actriz; el
Dr. Stafford Weiss (John Cusack),
padre de la chica, sobre la que pide una orden de alejamiento, es un charlatán
que escribe best-sellers, da masajes
a domicilio a Havana Segrand y tiene un programa como gurú en la televisión; su
esposa Christine Weiss (Olivia Williams)
es una mujer depresiva y la agente del hijo de ambos, Benjie Weiss (Evan Bird), antigua estrella infantil
de televisión y politoxicómano que se ha hecho mayor—pongan el nombre de Haley Joel
Osment o Macauley Culkin en su
lugar—, un chaval egocéntrico, maleducado y desagradable
con los que le rodean; y Carrie Fisher
que hace de sí misma.
Con
esta fauna enloquecida David Cronenberg
(Toronto, 1943) construye una película demoledora sobre el estado actual de la
fábrica de sueños que lo más glamuroso que tiene es el famoso letrero clavado
en la colina del Monte Lee. Drogas, infidelidades, tríos de cama, lesbianismo,
abusos sexuales, incestos, maltrato, televisión basura, todo un cóctel infernal
que el director de Inseparables
remueve a conciencia para que le llegue al espectador el hedor de la putrefacción
que reina en Hollywood.
El
canadiense se sirve de la hipérbole más feroz en esta fábula sangrienta, en el
sentido más literal de la palabra, sobre un mundillo que al parecer detesta y
del que no espera nada, y menos con esta credencial. Si El crepúsculo de los dioses de Billy
Wilder era un melodrama sobre la decadencia de los astros cuya luz se
apagaba con los años, ambientada en la época dorada de la ciudad—y atentos, que aquí también hay piscinas adónde van
a parar muertos, y lujosas casas jaula transparentes, para ser observados, como
las del peculiar matrimonio Weiss—, Mapa de las estrellas es
una pesadilla sobre la decadencia de la fábrica de sueños, en donde ya no
brilla ninguna estrella, gobernada por imbéciles que tienen una calculadora en
el cerebro y buscan un público de encefalograma plano.
Con
mano convulsa, y excesos visuales marca de la casa—hay imágenes que sajan como el bisturí que creo que es su profesión frustrada—, David Cronenberg hace derivar
lo que parece una sátira enloquecida poblada por personajes disfuncionales
emocionalmente, y físicamente—las
quemaduras de Agatha Weiss hacen pensar en las cicatrices de los personajes de Crash—, verdaderos frikis, hacia un drama con tintes negro negrísimos. Si el
matrimonio Weiss no pudo escapar a su destino de conocerse y engendrar dos
peculiares hijos, éstos parecen abocados a seguir su mismo camino. Una película
negra que entronca con la esencia de la tragedia griega, el destino al que no
pueden escapar los protagonistas del film.
David Cronenberg
produce malestar, hiere, no deja indiferente a nadie, quizá irrite a muchos—Una
sátira desagradable y sin sentido sobre Hollywood en la que unos repulsivos
personajes se hacen cosas horribles entre sí,
dice Usa Today—y se acerca, en su
demencial provocación, a otro David,
Lynch. Mapa de las estrellas trastoca al espectador, lo que no está nada
mal entre tanto cine acomodaticio. Una película sulfurosa, que quema, porque el
fuego es un elemento omnipresente en ella.
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