LITERATURA
El
jefe de la banda
Los
escritores no mueren, pero las personas sí. La muerte de Francisco González Ledesma la esperábamos desde hacía ya tiempo. El
padre del inspector Méndez, un atípico y muy humano policía criado en el
franquismo, el escritor que junto a Manuel
Vázquez Montalbán mejor supo recrear un barrio que era el suyo, el Raval—Historia
de nuestras calles—, y unas épocas, el
franquismo y el postfranquismo, se ha ido hoy con 87 años pero ya nos había
dejado a casi todos mucho antes para enfrentarse a su enfermedad en silencio y
en soledad.
No
recuerdo cuando fue la primera vez que nos vimos, si en una Semana Negra o en
la librería Negra y Criminal de la Barceloneta que frecuentábamos. Bien
parecido, afable y simpático, siempre tenía en la boca una sonrisa o una
ocurrencia, sobre todo con las damas. Ejercía de caballero de otra época con un
físico que yo solía confundir con el de otro grande: Juan Marsé. Ambos hijos de la dura postguerra.
Coincidíamos
en ferias del libro, o en Sant Jordi. Siempre le veía en eventos literario-gastronómicos,
con una croqueta en la mano y una copa de vino en la otra. Y, mientras, yo leía
su extraordinaria obra que iba publicando con regularidad desde que Silver Kane, el estejanovista escribano
que se ganaba el pan escribiendo novelitas del Oeste a la semana, ¡hasta 1000! se
convirtió en Francisco González Ledesma,
pero también había sido Taylor Nummy,
Silvia Valdemar, Rosa Alcázar, Fernando Robles o Enrique
Moriel, porque como todo escritor era un impostor.
Ganó
el Planeta con Crónica sentimental en
rojo, novela magnífica que no tuvo suerte en su adaptación al cine (José Luis López Vázquez no podía ser
Méndez). La última novela que leí de él fue Una
novela de barrio, con la que obtuvo el premio RBA de Novela negra. Le
siguieron No hay que morir dos veces y Peores maneras de morir, cuyos títulos
parecían premonitorios. El género negro español no se entiende sin él, para el
que fue un pilar fundamental y un maestro indiscutible.
La
última vez que lo vi fue hace cinco años, en uno de esos desayunos que ofrecen
a los escritores por Sant Jordi para que carguen pilas y se enfrenten a sus
sesiones de firmas, y recuerdo que me dijo que ya no iba a escribir más, que ya
no tenías fuerzas para controlar las historias que narraba y a sus personajes.
Y así lo hizo.
Paco Camarasa,
el librero de Negra y Criminal, le buscó un apodo perfecto que todos usábamos: el jefe de la banda. Pues el jefe de la
banda se nos fue, como se nos fue Manolo
Vázquez Montalbán, pero la banda
sigue y te seguiremos leyendo, Paco, y escribiendo hasta que la cabeza aguante,
sin saber exactamente cuántas novelas le quedan a uno, frase de otro colega: Juan Madrid.
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