CINE / 53 FESTIVAL DE GIJÓN
53 FESTIVAL DE
CINE DE GIJÓN.
TERCERA JORNADA
Empieza a ir al festival de
Gijón a todo gas, en cuanto a la calidad media de las películas, y ello se advierte
con la primera de la mañana. Aferim!
va a concurso y lo hace por la cinematografía rumana que goza de un prestigio
ganado a pulso desde que Cristian Mungiu
(Cuatro meses, tres semanas y dos días),
Cristi Puiu (La muerte del señor Lazarescu) y Calin Peter Nezter (Madre e
hijo) la han hecho exportable. El joven realizador Radu Jude es el responsable de este fresco histórico que, de
momento, para el que esto escribe, es la mejor película presentada a la sección
oficial de Gijón y eleva considerablemente su listón de calidad
cinematográfica. La excusa argumental es muy simple: en el año 1835, con un
país poco cohesionado en el que los rumanos tienen que convivir con turcos,
judíos y gitanos, el condestable Costadin (Teodor
Corban) y su joven hijo Ionita (Mihai
Comanoiu), recorren el país para cazar a un gitano, un cuervo, como denominan despectivamente a los de su raza, que ha mancillado el honor del señor boyardo
al que sirven. En ese viaje, que para Ionita es iniciático, se irán topando por
el camino con una variopinta serie de personajes (el pope al que socorren en un
camino arreglándole la rueda del carro, que aborrece a judíos, gitanos, turcos,
rusos y alemanes, negándoles la condición de personas) y lugares, que, en
cierta manera, configuran el paisaje histórico de esa región, definido por la
brutalidad de los señores feudales y sus esbirros, todos los que obedecen sus
inhumanas órdenes sin ponerlas en cuestión y son meros esclavos carentes de
cualquier derecho, incluido el de la vida. Radu
Jude se sirve de una fotografía excelente en blanco y negro y una
ambientación prodigiosa para construir este fresco de un país que parece sumido
todavía en el oscurantismo y pobreza de la Edad Media (la secuencia de la
posada) y que podríamos calificar de una horsemovie
en la que se sustituye el coche por el caballo. Los westerns de John Ford y Don Quijote de la Mancha podrían figurar entre los referentes
cinematográficos y literarios de este notable film.
La segunda propuesta de la
mañana llega de Estonia y se proyecta en la sección Convergencias. Martti Helde,
el director de Risttuules, toma un
camino narrativo muy arriesgado para la denuncia del holocausto estalinista que
asoló los países bálticos y dejó medio millón de muertos y un montón de
deportados a Siberia. De este último va la película, de la deportación que
sufre una familia de clase acomodada de Estonia y la separación de sus miembros
(el marido acaba en un campo de concentración mientras su esposa es llevada a
Siberia), pero Martti Helde apela a
una narrativa vanguardista que acaba dañando el producto. El director de cine
estonio congela las imágenes, mejor dicho, las figuras humanas, porque la brisa
juega con las faldas de las chicas, agita las páginas de los cuadernos o riza
el agua de los lagos, y realiza lentos travelings en ese escenario detenido
mientras la voz en off lleva casi todo el peso dramático de la película y hace
que avance. Este recurso novedoso y osado, servido por una espléndida
fotografía en blanco y negro, sirve para un cortometraje, pero aplicado a un
largo parece excesivo. Impresionante estéticamente hablando; plúmbea a nivel
narrativo. ¿Ha visto Martti Helde El año pasado en Marienbad de Alain Resnais? Seguramente sí.
Tras la comida en Chez Meli,
restaurante con encanto de la villa de Gijón cuyas señas no les voy a
proporcionar porque se apuntarían, mejillones y pescado rematado con un armañac,
y discusiones de sobremesa con el Cinéfilo
Malévolo, un habitual de la semana cinematográfica (por fin estamos de
acuerdo en algo, en que Marte, de Ridley Scott, es lo peor de lo peor que
ha salido de las entrañas del director de Blade
Runner), la tarde se presenta intensa.
Masaan, película
hindú ambientada en Benarés, concurre en la sección oficial y no deja de ser un
melodrama convencional cuya mejor baza es su exotismo y su fotografía. Dos
historias de duelos amorosos cuyos supervivientes se cruzan al final. Dheepak,
un joven de extracción humilde, ayuda a su padre en la cremación de cadáveres a
orillas del río sagrado, y tiene una historia sentimental dramáticamente
fallida con Shaalu, muchacha de una casta superior. La atractiva Devi es
sorprendida por la corrupta policía en una cita amorosa en un hotel de la
ciudad con un joven estudiante, y ella y su padre son sometidos a chantaje si
no quieren que se haga público el escándalo. Neeraj Ghaywan, en este su primer trabajo cinematográfico, carga de
sentimentalismo esas dos historias de amores frustrados y fuerza el encuentro
de los amantes sobrevivientes al final. Hay
un clamoroso fallo de raccord en la dramática secuencia de la cremación que
lleva a cabo Dheepak y las interpretaciones son bastante flojas todas ellas. Masaan es una película absolutamente
kitsch.
Operación
México, un pacto de amor va a la sección Rellumes
(imagino que brillantes en bable) del
festival y es la opera prima del director argentino Leonardo Bechini. De como de una buena historia (un líder montonero
se aviene a entregar a la cúpula de su movimiento a la dictadura militar a
cambio de la vida de su mujer y sus camaradas) sale una mala película. A un
contador de historias debe exigírsele, en este caso esté basada en hechos reales,
que aparte de verídicas sean verosímiles,
y ahí falla estrepitosamente Operación
México, un pacto de amor desde el minuto cero. Ni el operativo policial
para detener al protagonista, su hijo y su mujer embarazada en las calles de
Buenos Aires es creíble; ni el lujo aparente en que viven los prisioneros
montoneros en un chalet con piscina y jardín, vigilados por unos policías y
milicos, que no lo parecen, lo es. Operación
México, un pacto de amor, está cargada de buenas intenciones pero está tan
mal rodada como interpretada. Los actores, tanto los reprimidos como los
represores, recitan pésimos diálogos sin un ápice de naturalidad. El film
adquiere cierta dignidad en sus últimos cinco minutos, demasiado tarde ya. Y es
una lástima, porque el tema daría para un thriller impactante en otras manos,
en las de, por ejemplo, el director de El
clan Pablo Trapero.
Muy gratificante el cierre
de la jornada con una película colombiana que habla de una realidad
desgarradora: los niños soldados enrolados a la fuerza en la guerrilla. Alias María, de José Luis Rugeles Gracia, sigue el deambular por la selva de una
joven guerrillera de trece años llamada María, embarazada de su jefe de grupo, que
debe cuidar de un recién nacido que otra guerrillera de más rango pone bajo su
custodia y de un niño guerrillero mucho más joven que ella. Con una fotografía
en color bellísima y una planificación excelente, José Luis Rugeles Gracia mete al espectador en la impenetrable
selva colombiana (ruido, barro, espesura, insectos) y consigue que empatice de
inmediato con ese ser, interpretado por una niña indígena de rasgos duros, que
no ha tenido infancia y que se queda embobada, en una de las mejores escenas
del film, con el ajuar de jabones y geles de una niña de su edad, cuando se refugia
en la casa de un pueblo, o anhela formar parte de ese grupo de chicas que canta
el himno nacional antes de entrar en el colegio, la normalidad que nunca tuvo
porque lleva arrastrando toda su vida un fusil ametrallador más alto que ella.
El director colombiano no toma partido en esa cruenta guerra civil que dura más
de cincuenta años y ha dejado más de doscientos mil muertos sobre el terreno.
Tan crueles y expeditivos son los guerrilleros, que viven en la selva arrostrando
todo tipo de penalidades y en una huida constante, como los militares y
paramilitares que los combaten y practican la táctica de tierra quemada. Una
película dura que conmueve y conmociona, es decir, que logra todos sus
objetivos.
BOOKTRAILER DE MARERO
Comentarios