CINE / DUNKERQUE, DE CHRISTOPHER NOLAN
DUNKERQUE
Christopher Nolan
Una de las gestas de la Segunda Guerra Mundial fue
la retirada de Dunkerque de las tropas aliadas, principalmente británicos y
franceses, pero también canadienses y holandeses, atrapados en esa inmensa
playa sometida a las mareas de la ciudad francesa fronteriza con Holanda y a
muy pocos kilómetros de Gran Bretaña. En poco más de una semana Winston
Churchill consiguió sacar de esa playa a casi cuatrocientos mil soldados
atrapados y repatriarlos al Reino Unido visible desde el arenal, tan cerca pero
tan lejos para los angustiados soldados que esperaban ser embarcados en navíos
particulares y pequeños (Churchill no quería arriesgar el grueso de su flota
ante el temor de una invasión nazi de la isla: deseaba reservarlos para esa contingencia),
sometidos al fuego de la Lutftwaffe que fue incapaz de impedir, en lo que sin
duda fue un grave error militar de Hitler y sus generales, la repatriación de
los soldados (con unidades de marina y un uso masivo de los aviones de
Dunkerque no habría salido nadie con vida).
El acercamiento de Christopher Nolan (Westminster, 1970) a este acontecimiento
histórico podemos calificarlo de novedoso y original. El director de Memento desecha la narración lineal y opta
por la fragmentación absoluta para ofrecer una visión poliédrica de ese hecho,
dejando a un lado el heroísmo presente en muchos films sobre la Segunda Guerra
Mundial que le han precedido: la película gira sobre la huida, el miedo y el
instinto de supervivencia (esa camilla con un herido moribundo que se agencian
esos dos soldados desubicados y solitarios que se encuentran en la playa para
así poder acceder al buque de la Cruz Roja y partir lo antes posible de ese infierno).
Christopher Nolan divide su
película en los tres elementos en donde tiene lugar el conflicto: aire, tierra
y mar. Y narra con precisión y tensión dramática una serie de acontecimientos
que se desarrollan en paralelo. En el mar el protagonismo lo tiene un heroico
ciudadano que con su velero y en compañía de su hijo y un amigo pone rumbo
hacia Dunkerque para repatriar al mayor número posible de los suyos porque se
lo debe a su hijo mayor, piloto de la RAF que ya murió en los primeros días de
la guerra. En el segmente tierra el protagonismo recae en ese soldado cuya
patrulla es diezmada antes de que arribe a la playa y el misterioso y
silencioso soldado que encuentra enterrando un cadáver en la playa: una y otra
vez intentan embarcar, incluso con artimañas (esa camilla con el herido) y son
rechazados; una y otra vez se suben a embarcaciones que son hundidas en cuanto
se adentran en el mar: parecen condenados a sufrir una pesadilla interminable,
un bucle infernal del que no es posible salir; el tercer fragmento, el del
aire, lo protagoniza una pequeña escuadrilla de tres aviones de la RAF que se
enfrentan a los stukas de la Luftwaffe que atacan una y otra vez a los barcos
enviados al rescate del cuerpo militar y van cayendo, tras agotar el
combustible, al mar.
Christopher Nolan opta más
por una película de desastres (aunque la guerra es una sucesión de desastres
siempre) que por una película bélica al uso, así es que con un brillante
ejercicio de planificación, montaje frenético, secuencias cortas como
relámpagos y una fotografía muy estudiada (tenebrosa y deslucida, como las
fotos en color que se tienen del conflicto) consigue meter al espectador en los
110 minutos que dura la película en esa pesadilla, le hace naufragar un montón
de veces o nadar entre esa mancha de petróleo que se incendia y abrasa a los
infelices que flotan en ella.
No hay apenas épica en la película más allá de esas
batallas aéreas que se hacen algo monótonas salvo cuando un piloto británico es
rescatado in extremis de la carlinga que se inunda una vez ameriza por el señor
Dawson, prototipo del héroe anónimo que interpreta Mark Rylance. Las huidas y
las derrotas militares carecen de ella. Solo se muestra ésta cuando el
comandante Bolton que interpreta Kenneth
Branagh, uno de los pocos rostros conocidos del reparto junto a un
irreconocible, como siempre, Tom Hardy
(el piloto Farrier de la RAF, que siempre permanece con el casco de aviador
puesto y al que prácticamente sólo se le ve la cara en la secuencia final) se
emociona cuando vislumbra en el horizonte esa flotilla de barcos civiles
británicos que acuden al rescate de los suyos en una muestra de patriotismo (el
espíritu galvanizador de Winston Churchill, uno de los políticos más brillantes
con los que contó el Reino Unido) o el recibimiento caluroso de la población a
los soldados repatriados que no están muy orgullosos de haberlo sido y se
muestran avergonzados de su estatus.
El director de Insomnio
dota al film de una atmósfera malsana e inquietante, subrayada por una banda
sonora muy efectista de Hans Zimmer,
consigue envolver en un halo de originalidad una narración bélica, imprime ritmo con su montaje frenético y
fragmentado para que el espectador no se aburra, prescinde tanto de los
diálogos como en una película silente (los jóvenes intérpretes Fionn Whitehead y Harry Stiles lo tienen fácil a la hora de memorizarlos), se sirve
de buenos efectos especiales (los hundimientos sucesivos de las embarcaciones
son pavorosos) para introducir al espectador en ese infierno. En la parte
negativa del film la incomprensible ausencia de figurantes en esa enorme playa
(apenas hay un millar de soldados británicos y franceses haciendo cola para
acceder a los barcos); la ausencia de vehículos militares (había tanques,
camiones, piezas de artillería que no salen en el film); la escasez de
embarcaciones (las 25 o 30 que salen no pueden efectuar la evacuación de casi
cuatrocientos mil efectivos); la ridícula presencia de aviones en las
operaciones de ataque y defensa (tres de la RAF y otros tantos de la Lutfwaffe)
y la invisibilidad absoluta de los soldados alemanes (dos al final, difuminados,
cuando atrapan a ese piloto de la RAF que aterriza en la playa planeando porque
se ha quedado sin gasolina, uno de los momentos estéticos de Dunkerque) que uno
achaca a un presupuesto restrictivo.
El último film de Christopher Nolan, del que asume una total responsabilidad (es el
director, guionista y productor), es un ejercicio cinematográfico correcto y
original, pero uno que ya tiene unos cuantos años encima y buena memoria
cinéfila echa de menos películas como la monumental El día más largo o el genial desembarco de Normandía de Steven Spielberg en Salvar al soldado Ryan. En el oído este
parco diálogo: “¿Cómo sabe que sube la marea? Porque el mar empieza a devolver
los cuerpos”. En la retina esa imagen de un soldado harto de la agónica espera que
se mete en el mar ante la indiferencia de sus compañeros. A veces morir es más
fácil que resistir.
Sabe recrear como pocos el asfixiante ambiente concentracionario, hasta hacernos sufrir con las vesanias increíbles allí cometidas. Lo mismo que nos introduce en los sórdidos callejones de El Cairo; las soledades del latifundio suramericano; las oficinas de los agentes israelíes del Mossad o del Centro Wiesenthal; las dulzuras de Baden Baden o la laboriosidad de Stutggart, territorios implicados en la siempre frustrada persecución de Heim.
(Manuel Pecellín en Diario HOY DE EXTREMADURA)
Lea reseña Diario Hoy de Extremadura
(Manuel Pecellín en Diario HOY DE EXTREMADURA)
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