SOCIEDAD / SUICIDIOS A LA CARTA

SUICIDIOS A LA CARTA



No hace mucho se produjo en España un suicidio bajo sospecha. Miguel Blesa, personaje oscuro ligado a esa inabarcable red de corrupción que envuelve al PP, partido que sigue rigiendo los destinos del país, se disparó en su coche con un rifle de caza en el curso de una cacería a las que era muy aficionado. El causante de la ruina de una de las entidades financieras más importantes de España, Bankia, salvada con dinero público después de haber sido saqueada, se dio muerte después de un opíparo desayuno campestre del mismo modo que el condenado a muerte en EEUU puede pedir un menú especial el último día de su vida antes de su cita con el verdugo.



La desaparición súbita de Miguel Blesa, que, por su personalidad, no entraba dentro de los parámetros de los suicidas (era un bon vivant amante del lujo, los viajes, las cacerías en África, las casas, yates y coches de alta gama) ha abierto un debate sobre si se suicidó o lo suicidaron, máxime teniendo en cuenta que hay una larga lista de muertos entre los implicados por casos de corrupción que atañe al partido que gobierna España.



La historia de la humanidad está llena de suicidios sospechosos. Marilyn Monroe se suicidó, o la suicidaron,  cuando se convirtió en un personaje molesto para los hermanos Kennedy porque conocía muchos secretos inconfesables de sus dos amantes. Roberto Calvi, el responsable de las finanzas del Banco Ambrosiano ligado al Vaticano, fue encontrado colgado bajo un puente de Londres, un suceso siniestro como lo fuera la fulminante desaparición de Juan Pablo I (33 días de pontificado, tantos como los años de Cristo), una muerte sospechosa (incluida en la tercera parte de El padrino de Francis Ford Coppola) que sacudió  las catacumbas del Vaticano para dar paso a Wojtyla, personaje clave en el desmantelamiento del bloque soviético. Una conocida actriz española del destape saltó por el balcón de su casa, o la hicieron saltar, después de sospecharse que llevaba en su vientre el hijo de un personaje muy relevante que todavía colea y al que se le achacan cuatro mil amantes, más que Georges Simenon.


El método que el suicida elige es variopinto entre los suicidios no sospechosos. El genial Vincent Van Gogh se disparó con un revólver con tan mala fortuna que tardó días en morir. Paul Lafargue, yerno de Karl Marx y autor de El derecho a la pereza, se quitó de en medio antes de ver el triunfo de la revolución bolchevique. Adolf Hitler se disparó en el paladar en su búnker de Berlín casi al mismo tiempo de su fiel Goebbels y toda su familia se iban a hacerle compañía mediante cápsulas de cianuro o disparos de Luger. Jim Morrison optó por las drogas, dejando abierta la incógnita de si realmente quiso matarse. En la cumbre de su carrera cinematográfica dijo adiós a la vida Rainer Werner Fassbinder. El cantante Kurt Cobain se voló los sesos con una escopeta.



Entre los escritores el suicido es una forma más de exteriorizar su disociación con el mundo real. Lucio Anneo Séneca se desangró en una bañera. El mismo método fue adoptado por el árbitro de la elegancia y autor del Satiricón Petronio para librarse de los infumables poemas de Nerón. Ángel Ganivet, precursor de la Generación del 98, se arrojó dos veces a un río en Riga, Letonia, hasta que se ahogó. Mariano José de Larra se disparó un tiro en la sien a los 27 años. El escritor Jack London se quitó del medio a los 40 años después de un proceso autodestructivo con alcohol. La escritora Virginia Woolf optó por llenarse de piedras la falda y dejarse llevar por la corriente de un río. El filonazi Pierre Drieu La Rochelle optó por desaparecer del mundo cuando supo que el III Reich se hundía. El escritor austriaco Stephan Zweig se mató, por el contrario, cuando creyó que el Tercer Reich iba a dominar el mundo. Lo mismo pensó Walter Banjamin que eligió la población costera de Portbou y la morfina. Primo Levi, superviviente del Holocausto, nunca soportó haber sobrevivido y se arrojó por el hueco de la escalera. Cesare Pavese dijo que “El suicida es un homicida tímido” antes de quitarse de en medio. La muerte de Malcom Lowry, el genial autor de Bajo el volcán, no está muy clara: mezcló antidepresivos con una de sus abundantes dosis de alcohol. Con menos años, 30, la escritora norteamericana Sylvia Plath inhaló una dosis letal de monóxido de carbono. El escritor y disidente cubano Reinaldo Arenas escogió la ciudad de Nueva York para matarse. El escritor norteamericano Jerzy Kosinski echó mano de los barbitúricos y de una bolsa de plástico, para rematar la faena, y tuvo cierto sentido del humor al dejar una nota en la que decía que se había ido a dormir por un rato mayor de lo habitual, la Eternidad. David Foster Wallace se ahorcó con 36 años siendo un escritor de éxito y con una más que prometedora carrera por delante. El suicidio de Yukio Mishima mediante el harakiri fue de los más sangrientos siguiendo escrupulosamente el ritual nipón. El escritor Emilio Salgari se degolló agobiado por sus deudas. El vitalista escritor Ernest Hemingway se disparó en la boca con su escopeta de caza cuando vislumbraba su ruina física… La lista es interminable y quizá podría ser objeto de un tratado que escriba si no me suicido antes, claro.



A lo largo de mi vida algún suicidio me ha tocado muy de cerca. Quien se quita la vida, aunque esa no sea su intención, hace sentir culpable a su entorno que se lamentará hasta el fin de sus días por no haberlo detectado. Por otra parte, el suicidio es uno de los actos más libres que puede cometer uno aunque su principal inconveniente es que no tiene vuelta atrás, no hay manera de rectificar. Por depresión, por no saber arrostrar responsabilidades o ante una enfermedad incurable y degenerativa, por un desengaño amoroso, por ruina económica, por sentirse acosados o acorralados, los seres humanos se quitan de en medio.

Quien más quien menos ha coqueteado en algún momento de su vida con la muerte. El novelista tiene la ventaja de que antes de suicidarse él suicida a sus personajes. Yo lo he hecho en multitud de ocasiones. Ante esa tesitura vital (el tipo que soy ahora se dice que se largará cuando no se pueda valer por sí mismo, pero estoy seguro de que el tipo que no se pueda valer por sí mismo no opinará de la misma forma cuando llegue el momento) y dada mi aversión por la sangre, que pocos sospechan, quizá decida perderme por los bosques de las montañas que me rodean, pero me temo que prevalecerá mi extraordinario sentido de la orientación.


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La increíble historia de Aribert Ferdinand Heim, el criminal de guerra más atroz y escurridizo del nazismo en una novela adictiva.


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