SOCIEDAD / NO ÉS AIXÒ, COMPANYS, NO ÉS AIXÒ
No és això, companys, no és això
Las
manifestaciones son actos de catarsis colectiva que en muy contadas ocasiones (sí
en Rumanía y Ucrania, por ejemplo) pueden implicar un viraje de los
acontecimientos (la guerra de Irak se llevó a cabo desoyendo el clamor de
millones de manifestantes de todo el mundo). Las emociones se retroalimentan en
esos actos multitudinarios que implican una comunión entre los asistentes, y
más cuando detrás hay un hecho atroz que ha sacudido a la sociedad. La
espontaneidad de los asistentes, con su sensibilidad a flor de piel, sobrecoge.
Muchos
sabemos que el desencadenante de los brutales atentados terroristas de
Catalunya está lejano geográfica y temporalmente. Muchos sabemos que hay tres
personajes siniestros, que todavía nadie ha llevado ante un tribunal
internacional de justicia, a los que debemos los atentados suicidas que se
cometen en Europa y las masacres de musulmanes que tienen lugar en un sinfín de
países sacudidos por la lacra terrorista. Derribar a los sátrapas que ellos
mismo pusieron (Irak y Libia) ha propiciado el presente caos del que Estados
Unidos, desde hace muchísimo tiempo, es un actor principal e interesado. Hillary Clinton, en un alarde de
sinceridad, admitió en una entrevista la responsabilidad indubitada de su país
en el nacimiento de Al Qaeda e ISIS. La inseguridad es una fuente de negocios y
Estados Unidos está muy lejos de Europa para sufrir directamente los efectos de
ese desbarajuste. A la potencia americana le interesa una Europa débil,
desunida y sumisa.
Muchos
nos indignamos de la doble moral de buena parte de los políticos y de que
España sea un destacado exportador de armas a países como Arabia Saudita, gran
violador de los derechos humanos e implicada en las masacres de civiles que se
están produciendo en estos momentos en Yemen, sin ir más lejos, y de que quien
ostenta la máxima representación del estado, Felipe VI, haya ido recientemente a ese país que está detrás de la
difusión, mediante mezquitas e imanes, de la visión más radical del islam, el
wahabaismo, que profesan los terroristas del Estado Islámico.
La
manifestación contra el terrorismo de Barcelona ha visibilizado la división de
la sociedad catalana en un día que debería ser de unión, silencio y respeto por
las víctimas. Cada uno es libre de portar la bandera con la que se identifique,
la cuatribarrada o la independentista, como también la rojigualda. Los que
llevaron la enseña nacional de España en la manifestación de Barcelona fueron
tratados poco menos que como apestados a pesar de que estaban allí para sumar.
Se podrían haber mostrado en esa manifestación banderas canadienses, marroquíes,
francesas o inglesas y no se habrían producido momentos de tensión. Está bien
que se denuncie que nuestros gobernantes y su máximo representante, Felipe VI, comercien con los que
conculcan los derechos humanos (las dictaduras medievales del Golfo que
esponsorizan, por cierto, tanto al Barça como al Real Madrid, y también la
todopoderosa República Popular China en donde las libertades brillan por su
ausencia), pero no podemos reprocharles su solidaridad con lo acontecido en
Catalunya. ¿Son culpables del atentado? ¿Hasta dónde llega su responsabilidad
en lo que ha pasado?
En
nombre de nuestra sacrosanta libertad de expresión, la misma contra la que
atentó ese grupo de jóvenes que decidieron cercenar sus vidas y la de otros
tantos ciudadanos que paseaban por Barcelona y Cambrils, buena parte de la
ciudadanía que fue a la manifestación de Barcelona gritó y abucheó a Felipe VI, el Borbón, y a Mariano Rajoy en un acto que parecía
destinado a mostrar el músculo nacionalista catalán frente al estado español opresor.
Eso está implícito en el sueldo del presidente del gobierno y del Rey. Quizá no
era ni el momento ni el lugar adecuado para hacerlo aunque hubiera ganas y
motivos y la ocasión difícilmente se podía repetir. Quizá se politizó en exceso
lo que debería haber sido un acto unitario contra la barbarie terrorista que
sumara y no restara.
No és això, companys, no és això, cantaba mi admirado Lluis Llach cuando sólo ejercía de
cantante y era mi voz. De Barcelona me quedo con esos coches policiales
convertidos en floristerías ambulantes por el fervor popular, los abrazos de
los musulmanes, el parlamento de Rosa
María Sardá y Miriam Hatibi y el
Cant dels ocells de Pau Casals. Las Ramblas, más que nunca,
es la de las Flores.
***
La novela sobre el nazi más buscado y escurridizo, el siniestro doctor Aribert Ferdinand Heim, el Carnicero de Mauthausen, un implacable asesino cuyo rastro se pierde por medio mundo, y el policía que dedica toda su vida en buscarlo. Una novela adictiva.
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