CINE / LA DECISIÓN DEL REY, DE ERIK POPPE
La decisión del rey
El cine se ennoblece de cuando en cuando con
discursos morales como los de La decisión
del rey. La película candidata al Oscar 2016 por parte de Noruega es un
sólido drama histórico que bascula sobre el tema de la neutralidad y su licitud
en un conflicto que atañe a buena parte de la humanidad como fue la Segunda
Guerra Mundial. Noruega, un pequeño y modélico país de monarquía electiva, es
invadida por la soldadesca hitleriana con la excusa de defender su territorio
de la pérfida Albión que ha sembrado de minas sus costas el 9 de abril de 1940
dentro de la operación Weserübung. El rey Haakon II, cuyo papel es meramente
testimonial y representativo, se convierte en un referente de su pueblo que vive
pendiente de su decisión de entregar el país a Hitler o resistir y afrontar
bajas entre sus ciudadanos. La invasión nazi consigue dividir a la sociedad noruega
y ello cristaliza en el golpe de estado de los pro alemanes dan (recordemos que
el gran escritor y premio Nobel Knut Hamsum era un ferviente admirador de Adolf
Hitler), situando a un títere de Alemania, el nazi Vidkun Quisling, en la
cúpula de un gobierno ilegítimo mientras que el legítimo y el rey están en
permanente huida para no ser atrapados por la Wehrmatch. Finalmente Haakon II y
su gobierno en la clandestinidad trasladado a Narvik, cuando Oslo cae, decide
no doblegarse por dignidad democrática al nazismo aun sabiendo que es una guerra
perdida y la resistencia al invasor inútil, pero prevalece la dignidad nacional.
Erik Poppe construye un sólido drama político y moral alrededor
de un acontecimiento histórico poco conocido quizá porque carezca de la épica
del desembarco de Normandía, por ejemplo, o de la retirada de Dunkerque. Con
buen pulso narrativo el director de la excelente Mil veces buenas noches interpretada por Juliette Binoche, describe al detalle y de forma cronológica ese pulso
de tres días que el III Reich le echa a la popular monarquía noruega con su
intervención militar y en paralelo la negociación del embajador alemán Curt
Bräuer, otro de los personajes centrales de este drama histórico, paradigma de
la duda y ninguneado por el estamento militar, que a toda costa quiere evitar
un conflicto sangriento en su país de acogida en el que ha nacido su hijo.
La película de Erik Poppe se beneficia de las interpretaciones ejemplares de Jesper Christensen, el anciano, frágil pero firme en sus convicciones morales Rey Haakon VII; Anders Baasmo Christiansen, el pusilánime príncipe heredero Olaf que va creciendo moralmente en cuanto el drama se recrudece; y de Karl Markovics, el embajador alemán Curt Bräuer, el hombre que intenta maniobrar de buena fe para que no se produzca la sangría, un diplomático que cree que su cometido es evitar como sea el conflicto armado.
Erik Poppe, con pocos medios (quizá demasiado pocos y en alguna escena bélica se nota: el enfrentamiento entre una patrulla de jovencísimos soldados noruegos, casi niños, con tropas de la Wehrmatch), una excelente fotografía que recoge la belleza de los paisajes nevados de Noruega y un equipo actoral de primer orden construye este drama político, ético y a la vez intimista (la dramática despedida de la familia real que marcha a Suecia; el rey pretextando cualquier excusa para pasear por última vez por su palacio; las conversaciones entre padre e hijo que tienen en privado el rey y el príncipe heredero, centradas en la ausencia de su madre inglesa, en un descanso en su ruta de escape) en 133 minutos que no pesan.
A destacar esa modélica secuencia perfectamente musicada del acorazado alemán que surge de entre la bruma espesa y empieza a ser bombardeado por las baterías costeras de la ciudad de Oslo en lo que es una apertura de hostilidades, una lección de tensión dramática con escasísimos medios. En contra, unos molestos barridos de cámara en lugar de los adecuados planos y contraplanos en las secuencias de diálogos y el carácter excesivamente hagiográfico del film.
Erik Poppe, con pocos medios (quizá demasiado pocos y en alguna escena bélica se nota: el enfrentamiento entre una patrulla de jovencísimos soldados noruegos, casi niños, con tropas de la Wehrmatch), una excelente fotografía que recoge la belleza de los paisajes nevados de Noruega y un equipo actoral de primer orden construye este drama político, ético y a la vez intimista (la dramática despedida de la familia real que marcha a Suecia; el rey pretextando cualquier excusa para pasear por última vez por su palacio; las conversaciones entre padre e hijo que tienen en privado el rey y el príncipe heredero, centradas en la ausencia de su madre inglesa, en un descanso en su ruta de escape) en 133 minutos que no pesan.
A destacar esa modélica secuencia perfectamente musicada del acorazado alemán que surge de entre la bruma espesa y empieza a ser bombardeado por las baterías costeras de la ciudad de Oslo en lo que es una apertura de hostilidades, una lección de tensión dramática con escasísimos medios. En contra, unos molestos barridos de cámara en lugar de los adecuados planos y contraplanos en las secuencias de diálogos y el carácter excesivamente hagiográfico del film.
Sabe recrear como pocos el asfixiante ambiente concentracionario, hasta hacernos sufrir con las vesanias increíbles allí cometidas. Lo mismo que nos introduce en los sórdidos callejones de El Cairo; las soledades del latifundio suramericano; las oficinas de los agentes israelíes del Mossad o del Centro Wiesenthal; las dulzuras de Baden Baden o la laboriosidad de Stutggart, territorios implicados en la siempre frustrada persecución de Heim. (Manuel Pecellín en Diario HOY DE EXTREMADURA)
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