LITERATURA / MIS LIBROS Y SUS HISTORIAS

en 2020 cumplo 50 libros
1987
EL CADÁVER 
BAJO EL JARDÍN

El primero siempre es especial, una experiencia inolvidable, una alegría doble en el caso de El cadáver bajo el jardín. La novela la tenía escrita, guardada en un cajón, como todo lo que había estado escribiendo desde que tenía uso de razón. Partía de la idea motriz del encuentro del protagonista, tras una noche de borrachera, del cadáver de un desconocido en el jardín de su casa. La novela surgió de una pregunta inquietante. ¿Qué sucedería si una mañana nos despertáramos con un cadáver de un desconocido en nuestra casa que no supiéramos cómo había llegado? A partir de esa premisa se desarrolla una novela en la que yo, su autor, tengo tanto control sobre el texto como quien lo lee. Es una novela negra porque hay un muerto, alguien que ha sido asesinado, y se investiga su muerte, sobre todo quién es y lo que ha pasado, aunque se omite en esa investigación a la policía. Pero a mí, más que la parte policíaca de la novela, que es evidente, me interesaba, sobre todo, la parte psicológica, meterme en la mente de Javier Armengol que, no por casualidad, es profesor de literatura sudamericana – tengo una profunda devoción por todo lo que huela a Cortázar o Borges –, y hacer con él ese periplo inquietante que le llevará a descubrir la verdad y, lo más importante, descubrirse a sí mismo. En algunos momentos la novela parece una historia de terror. Yo, mientras la escribía, me inquietaba y el desasosiego pasa al lector.


El cadáver de un hombre desnudo aparece en el jardín de la mansión de un maduro profesor de literatura. No lo conoce, no sabe cómo llegó hasta allí. Ignora el móvil del presunto asesinato. La investigación policíaca corre pareja con la introspección a qué, a través de la narración, se somete el protagonista, en un crescendo que deviene imparable hasta su sorprendente final. Rezaba en la contraportada de la novela. Hasta aquel momento no había hecho ningún movimiento para publicar nada de lo que había escrito. Escribía para mí mismo, cosa que sigo haciendo. Era una novela breve que no llegaba a las 100 páginas y la terminé de escribir en Barcelona el 22 de febrero de 1984. La acción de la novela tiene lugar en un barrio alto de Barcelona y los personajes son un poco de la gauche divine, progres desencantados que se encuentran algo desubicados una vez desapareció el franquismo, como me sucedió a mí. La protagonista femenina, una escritora, es una muchacha desgarbada y feucha, lo que no es gratuito. ¿Es fea o la ve fea Javier Armengol que a lo largo de la novela parece navegar hasta encontrar su identidad sexual? Un psiquiatra me habría dicho que la había escrito para exorcizar al homosexual latente que uno lleva dentro.

Como en algunos de los relatos cinematográficos negros que me han fascinado – Vértigo de Hitchcock, por ejemplo – en El cadáver bajo el jardín hay un amor hacia un muerto, una persona que ya no existe y que por lo tanto, no nos puede corresponder, lo que es una situación al mismo tiempo dramática y romántica. Curiosamente, sin un ánimo premeditado por mi parte, algo parecido venía a suceder en mi posterior novela Barcelona negra. La presenté a un concurso de prestigio con la convicción de que no iba a ganarlo: el premio Tigre Juan, en honor a una novela humorística homónima del mismo nombre de Ramón Pérez de Ayala, que se concedía en Oviedo por parte del Centro Asturiano desde el año 1977. Lo habían ganado con anterioridad Carmen Gómez Egea, José Luis Mediavilla y Antonio Pérez Henares, entre otros, y con posterioridad Luis Sepúlveda, Martín Casariego, Francisco Casavella, Belén Gopegui, Tino Pertierra, Antonio Orejudo, Pablo Tusset, José Luis Borau, Blanca Riestra, Raúl Argemí, Esther Bendahan Cohen, David Torres

Cuando recibí la llamada del jurado presidido por Emilio Alarcos Llorach me quedé mudo, no me lo creía, me parecía estar viviendo un sueño. Estábamos en 1985 y yo tenía 34 años. La dotación del premio era de 200.000 pesetas, una cantidad respetable entonces. El Centro Asturiano promovió su publicación a través de la Editorial Júcar de Gijón dirigida por Silverio Cañada. Tuvo la suerte de caer en la editorial asturiana precisamente cuando se estaba gestando, con la dirección de Paco Ignacio Taibo II, la colección Etiqueta Negra que lanzaría al mercado unos cuantos centenares de títulos de novela negra internacional. La portada  del libro era de Silverio Cañada (me confesó que era un cuadro de su hijo)  y Juan Cueto. Fue el título 35 de esa mítica colección, se publicó en 1987  y estuvo en la Primera Semana Negra de Gijón.


Cuando me llegaron los libros a casa hube de tocarlos una y otra vez para creer que no era un sueño. Con ella supe que era un escritor negro por triple motivo (editada por Etiqueta Negra, portada del libro de un negro absoluto, y presente en la Semana Negra). El prólogo lo escribió Paco Ignacio Taibo II que pilotaba la colección. En él decía: …es una obra que resulta difícil encasillar dentro de un solo género. Pertenece al género negro, puesto que un cadáver desnudo que aparece en el jardín de la casa del protagonista es el desencadenante de toda la narración, pero paralelamente a la investigación que se lleva a cabo, al margen de la policía, existe una meticulosa descripción de la psicología del protagonista narrador que, a medida que avanza la novela, descubre aspectos ocultos de su vida tan inquietantes como el macabro hallazgo que da título a la novela. También era una novela de terror. Hay terror porque el protagonista no sabe lo que sucede, pero hay terror, sobre todo, porque el protagonista teme saber quién es. El prólogo del libro recogía lo que sería mi modus operandi, con alguna excepción, en cuanto a la creación literaria: Cuando comencé a escribir la novela yo mismo ignoraba lo que iba a suceder, situé al personaje central ante una situación límite y esperé. El resto vino por añadidura, casi sin contar con mi voluntad. Por ello, cuando comienzo una novela, procuro no tener ninguna ide4a predeterminada y prefiero dejarme guiar por el instinto: la escritura se convierte así en algo profundamente creativo, libre, espontáneo capaz de seducirte hasta a ti mismo que eres quien le estás dando vida.   


Se la dediqué a mi progenitor aunque él ya no estaba para saberlo: A mi padre, a quien tanto debo. Él me inoculó el virus de la literatura. Le hice llegar el libro a mi antiguo profesor de literatura de bachillerato,  el poeta y ensayista Joaquim Marco, que publicó una breve reseña en el Diario de Barcelona. Salió otra, medianamente positiva, en El País que me tildó de esperanza blanca dentro de la literatura negra. Rosa Mora, de El País, sencillamente la detestó, y creo que me lanzó una especie de maldición gitana de que jamás volvería a publicar. Le voy a dar cincuenta desmentidos. Me la crucé hace pocos días por Barcelona. Podría haberle preguntado el porqué de tanta inquina con un autor primerizo que era yo en 1987.  Tenía entonces la piel muy fina y que hablaran mal de mi libro era como un puñetazo en el hígado. Puede que fuera por esa cara de prepotente fumador que aparecía en el libro, con jersey cosido por mi madre en mi casa de la calle Dos de Mayo. Nunca nos hemos presentado y eso que un día comimos espalda contra espalda en un chiringuito de la Barceloneta citados por Paco Camarasa o la tuve enfrente cuando Andreu Martín ganó el premio Pepe Carvalho en la sala del Consell de Cent del Ayuntamiento de Barcelona. Quizá en otra vida coincidamos y me lo diga. Mejor no. Me preguntó años más tarde Silverio Cañada qué le había hecho a esa especialista en género negro para generar tanto odio por su parte. Cosas de los críticos: te aman o te detestan.


Mucho más sesudo que la querida Rosa Mora es el análisis de la novela que realiza el erudito francés y catedrático Sebastien Rutes en su estudio Narradores locos y lógicas ilógicas en la novela neopoliciaca:
“Sin embargo, desde un principio quiero subrayar que no siempre el narrador psicótico sirve para deconstruir la lógica narrativa de la trama policial clásica. En algunos casos, la viene a reforzar, como en El cadáver bajo el jardín (1987), una novela del español José Luis Muñoz en la que el narrador, un profesor de literatura, descubre el cadáver desnudo de un joven en su jardín e investiga su muerte sin acordarse de que el mismo lo mató. Desde un principio, esta novela se inscribe en la filiación de las novelas de whodunit, a través de las referencias intertextuales a la obra de Agatha Christie y la irónica asimilación del detective a la figura de Hércules Poirot. Irónica, porque resulta evidente que el protagonista se parece más a James Sheppard  el coma el narrador The murder of Roger Ackroyd, como lo confirma Paco Ignacio Taibo en su prólogo a la novela: el lector solo ve- lee que le interesa a Javier Armengol, el protagonista, y desconoce muchas parcelas de su vida que permanecen voluntariamente en la sombra. Taibo, citado en Muñoz 1987. Lo que, en realidad, no es absolutamente exacto: el lector no lee lo que quiere Armengol, sino lo que logra recordar. La amnesia viene a sustituir a la mentira y a justificarla, lo que no era el caso del polémico relato de Sheppard, que vino a romper la regla clásica del género según la cual, el autor no puede mentir al lector. Así, pues, la trampa narrativa de la novela de Muñoz estriba en la patología del personaje, que puede ser o bien una amnesia parcial, o más probablemente un trastorno disociativo de la personalidad, ya que no solo ha olvidado su crimen, sino también su homosexualidad. En este caso, la psicopatía del narrador viene a justificar la estructura elíptica de la novela detectivesca, al explicar la ausencia de lo que el crítico francés Jean-Claude Vareille nombra “el capítulo censurado”.



"Resulta interesante observar que en El cadáver bajo el jardín la revelación final de este capítulo censurado no la tome a cargo el detective narrador, y que no sea la conclusión de su investigación. Tiene que ver con el hecho de que sea también el autor del crimen que está investigando, paradoja narrativa que posibilita su psicopatía disociativa. Se trata de un narrador deficiente, en los dos sentidos de insuficiente y deficiente mental: se ve afectado de ciertos disturbios psíquicos que hacen que no disponga de todos los elementos ni de todas las capacidades intelectuales necesarias no solamente para resolver el caso, sino tampoco para narrar lo de forma que el lector pueda resolverlo por su cuenta. Por más que investigue, no podrá reconstruir el crimen, censurado por su inconsciente criminal. Por eso, un narrador intradiegético tiene que suplirlo al final. De esta forma, en El cadáver bajo el jardín la psicosis del narrador resulta ser otra forma de la ingenuidad de un Watson o de las mentiras de un Sheppard: permite al autor hacer caso omiso de algunos indicios cruciales y dejar al lector pendiente de una revelación exterior, que preserve el misterio hasta el final”.

Curiosamente, la técnica del personaje intradiegético, el tramposo narrador protagonista que oculta hechos relevantes al lector, la volví a utilizar muchos años más tardes en Último caso del inspector Rodríguez Pachón.


La novela me la presentó Andreu Martín en una librería, ya cerrada, de la calle Balmes. Vino mucha gente. Nada mejor que tener al autor de Prótesis, que publicó A navajazos y A martillazos en Etiqueta Negra, como padrino. De ahí arranca mi amistad con ese gran escritor que no se desvanece.

Y una curiosidad. El director de cine Jordi Cadena se interesó por el libro para hacer una película de él. Había rodado previamente Barcelona sur. Vendí los derechos a la productora de Paco Poch. Cobré una cantidad respetable y la película no se hizo.


Nunca sabremos los ejemplares que imprimió el bueno de Silverio Cañadlo cierto es que siempre hay Cadáveres bajo el jardín en la librería de ocasión de la Semana Negra de Gijón. Un día, porque me había quedado sin ejemplares de la novela que se vendía a 5 euros, quise comprarme. El chico que estaba en la caja se negó a cobrarme.

Con El cadáver bajo el jardín tomé conciencia de que lo que escribía podría interesar a otros.  



En 2020 cumplo 50 libros y lo vamos a celebrar el día 19 de marzo a las 19 horas en la librería Alibri de Barcelona


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