LITERATURA / MIS LIBROS Y SUS HISTORIAS: EL BARROCO
EN 2020 CUMPLO 50 LIBROS
1988
EL BARROCO
Mi
tercer libro fue completamente experimental y nació de un fiasco gastronómico.
Por aquel entonces, ya muy lejano, yo formaba parte de esa clase media que
ahora ha sido exterminada por las sucesivas crisis. Eso quería decir que, por
lo menos, una vez a la semana me iba a cenar con mi mujer a cualquier
restaurante nuevo que abriera sus puertas. Empezaba a llevarse entonces la
cocina snob, la nouvelle cuisine, los
experimentos culinarios, y Barcelona estaba llena de restaurantes de postín que
crecían como los hongos. Aquel sábado por la noche tocaba La Renaixença, nombre
de lo más sofisticado. Barcelona era una ciudad muy cool, estaba a la vanguardia de todo. Eran los tiempos de la Escola
de Barcelona y sus películas vanguardistas para sesudos intelectuales. A lo que
íbamos. La Renaixença estaba ubicada en un precioso torreón de esa época en la
parte alta de la ciudad, más arriba de la Vía Augusta y cercana a la avenida
del Tibidabo, zona pudiente. Reservamos. Fuimos. Abrimos la verja que chirrió,
cruzamos un oscuro jardín en el que había una fuente y un estanque con ranas y
empujamos la puerta. No había nadie.
El
local era tétrico. Alfombras, pesados cortinajes de castillo, mesas con
manteles antiguos, copas con reborde dorado y velas. Nos íbamos a ir cuando
salió la dueña: una mujer guapa, delgada, muy morena, sofisticada, que parecía
deslizarse por el suelo del restaurante. Nos acomodó tras comprobar la reserva
y desapareció tras las cortinas.
La
Renaixença era uno de esos restaurantes con música. A mí me revienta bastante
comer con banda sonora aunque sea música de Vivaldi. El diseño de la carta
estaba muy trabajado. Debajo de cada plato venía su descripción prolija: huevos
de gallinas de Afganistán cocidos con esmero, gratinados al horno, reahogados
con dos cucharitas de vinagre balsámico, con virutas de jamón, etc. etc. Había buena literatura. Y los precios de
los vinos eran desorbitados. Perdidos en la carta pedimos una ensalada de lo
más sofisticada y ancas de rana, puesto que había pocos restaurantes que las
sirvieran. La ensalada era una porquería y las ranas rebozadas y fritas las habían
sacado del estanque puesto que ya no se las oía croar. Cenamos, eso sí, a la
luz de las velas, y en la más completa intimidad, porque nadie más entró en ese
restaurante en las más de dos horas que permanecimos en él. Estaba de espaldas
a los cortinajes y temía que de ellos surgiera en cualquier momento un súcubo,
un nosferatu, el mismísimo conde Drácula, y me mordiera la yugular. El montante
de la cuenta fue épico. Dejé exactamente una peseta de propina. Marchamos de
esa sofisticada torre, cruzamos el oscuro jardín y respiramos al alcanzar la
calle. Pienso que nos estuvo bien empleado por snobs.
Durante
semanas el tema de nuestra experiencia en la Renaixença nos sirvió para echar
unas cuantas risas, pero yo seguía con la espina por semejante timo
gastronómico, así es que, como venganza, empecé a escribir El Barroco, una novela de horror gastronómico en donde las incautas
mujeres que van a cenar a ese restaurante desaparecen misteriosamente y
aparecen bien condimentadas y cocinadas en los platos de futuros clientes.
Desarrollé la idea e inventé mazmorras en ese castillo que parecía el de Vlad
Drakul. Las mujeres secuestradas permanecían amarradas con grilletes en celdas
y eran alimentadas como ocas hasta que sus carnes fueran lo suficientemente
sabrosas y tiernas como para ser sacrificadas. Era una novela caníbal que
estaba escrita con un muy retorcido, por mi parte, sentido del humor. Utilicé
una técnica literaria novedosa para mí, y muy libérrima, que pasaba de la
primera persona, a la segunda y a la tercera sin solución de continuidad,
insertaba cartas desesperadas de las reclusas y diarios de las víctimas. Sobrevolaba
Sade por todo el relato. No por casualidad el protagonista, el autor de tamaños
desmanes carnívoros, era un personaje enigmático que respondía al nombre de El
Marqués. Dudé si titularla El Renacimiento o El Barroco, y finalmente me
decanté por el segundo título. Era una novela fantástica, también, además de
gastronómica y terrorífica, y humorística. Estructuré sus 168 páginas en seis
bloques narrativos independientes: La iniciación, La cárcel dorada, Diario de
Lot, Cartas a Nadie, Los ritos del infierno y Subida a El Barroco. Fue un
ejercicio literario estimulante en el que me aparté de la narrativa
tradicional.
Se
convocaba por entonces un importante premio literario en torno a la gastronomía
llamado La Odisea, que era el nombre de un restaurante exquisito, ese sí,
regentado por Antonio Ferrer Taratiel,
cocinero y poeta que maridaba sus creaciones gastronómicas con literatura de la
buena. Tenía La Odisea, que estaba ubicada en la calle Copons 7 que iba de la infausta Jefatura Superior de
Policía de Vía Layetana a la Catedral, una selecta clientela en la que
descollaba Manuel Vázquez Montalbán.
El premio se convocaba anualmente y yo había quedado finalista con otra extraña
novela titulada Serás gaviota que se
publicaría más tarde. Una vez que puse fin a El Barroco en marzo del 1987, la envié al premio La Odisea con el
pseudónimo de Judith Colomer (un homenaje a la Colometa, imagino) y, tres meses
más tarde, se alzó con el galardón. De nuevo me quedaba sin palabras cuando
recibí la llamada del propio Antonio
Ferrer Taratiel.
En el
jurado estaban tipos importantes, además de Manolo: José Antonio
Labordeta, Ignasi Riera, o Nani Riera, pesuquero y gastrónomo de pro como Manolo y del que cuarenta años después me hice muy amigo durante
su exilio en Madrid y lo invité al Black Mountain Bossóst, y Margarita Riviere. A
esta última no le hizo ninguna gracia la novela: eso de que se
comieran solo a mujeres le parecía un gesto machista, así es que ella rompió la
unanimidad del jurado que disfrutó mucho con mi texto. Recibí el testigo de Manuel Quinto, que lo había ganado en
la anterior edición con una novela de su detective Buenaventura Pals llamada Cuestión de astucia. A Quinto lo había conocido fugazmente en
la Semana Negra de Gijón y también había publicado, como yo, en la Etiqueta
Negra de Silverio Cañada. Los
caminos se entrecruzan una y otra vez y ahora Manuel Quinto, un tipo formidable y un experto en cine, sube al
Black Mountain Bossòst a presentar las películas que se proyectan en el
festival, pero el 1987 nos decíamos hola
y adiós.
La
dotación del premio era buena, muy buena: 400.000 pesetas y colaboraban Radio
Minuto, Radio Barcelona y la editorial Plaza Janés. Me llamaron de La
Vanguardia para hacerme unas cuantas preguntas. Les dije cuatro tonterías, que
mis autores de cabecera eran Dashiell
Hammett y Chester Himes (del
doblemente negro Himes había leído alguna
novela publicada en Etiqueta Negra con Sepulturero Jones) y de los nacionales
nombraba a Andreu Martín de quien había
leído la magistral Prótesis, A navajazos y El caballo y el mono. Más repercusión tuvo la entrevista que me
hizo Anabel Campo Vidal en el diario
Avui y salió en la contraportada, después de una cena con la periodista en un
restaurante, ese bueno, de la parte alta de Barcelona que descubrí gracias a
ella y que luego frecuenté con mi familia.
Estaba
contento porque la novela la editaba Plaza y Janés, una de las grandes. Tardaron
un montón del tiempo en hacerlo porque querían encajar el libro en una colección
de diseño espantoso que la encabezaba un título de Ramón de España. Temí que el editor de Plaza Janés me hiciera una Felicidad Orquín. Finalmente se
pusieron manos a la obra, pero la cagaron de pleno. Primero me pusieron en la
portada José Luis Muñoz Jimeno. Les
dije que quitaran el Jimeno puesto que había empezado a publicar como José Luis
Muñoz, pero se equivocaron con el título y pusieron El barroco, en minúscula, en vez de El Barroco, como si fuera un libro de arte. La portada era
sugerente: un tenedor y un cuchillo con unas gotas de sangre. Pero se veía que
aquello no era sangre sino pintura Titanlux. El texto de la contraportada era
sugerente. Lo escribí yo, claro.
“Tras
la doble incursión en el llamado género negro - El cadáver bajo el jardín y Barcelona
negra - José Luis Muñoz abandona momentáneamente la novela policíaca para
ofrecernos este relato de horror y fantasía.
Un personaje enigmático, el Marqués, seduce y atrae hacia su guarida - un palacete
incrustado en no importa qué zona de Barcelona - a sus mujeres. Se produce un
proceso de seducción. En un ambiente extraño y enrarecido, marcado por la
rigidez de los comportamientos sociales de los personajes implicados, Marqués,
cual atemporal Pigmalión, irá introduciendo a sus invitadas - víctimas en los
rituales secretos de la gastronomía. Un peligroso y delirante descenso desde
las máximas cumbres del placer a la brutalidad más abyecta y terrible en aras
de carnalidad más absoluta”.
Aparecieron
muy buenas reseñas en diarios y revistas. “Potencia en sus relatos la
fantasía y el humor y no se siente tan partidario del realismo como de emplear
técnicas narrativas experimentales “ (Manuel
Longares – Cambio 16). “José Luis Muñoz demuestra en esta y en anteriores
novelas , poseer un mundo propio, marcado por la violencia, y sabe construir
bien sus relatos” (El Correo Gallego). “La trama se construye a un ritmo vivo y
con atención renovadora” (Alerta) “Estamos ante un juego y sometidos a éste
continuamente por el autor. Y por añadidura, un juego plural” (Ramón Acín – Heraldo de Aragón).
El libro se lo dediqué a Gloria, mi mujer, y lo encabezaba
un fragmento de La noche boca arriba
de Julio Cortázar. En la foto de la
solapa aparezco con una cazadora sentado en un banco del Paseo de Gracia y el
texto habla de mi afición por el cine (durante cinco años dirigí un cine-club
de Barcelona), la literatura por mimetismo familiar (ese padre que me inoculó
el virus) y me declaro hijo del mayo del 68. Esas tres afirmaciones las
mantengo.
A Anabel Campo Vidal
la recuperé y la perdí hace poco tiempo. Lo mismo sucedió con Antonio Ferrer Taratiel que vino a la
presentación de una novela mía y se acordaba mucho de El Barroco. Nos volvimos a perder. Manuel Quinto e Ignasi Riera son dos de mis dos buenos amigos. No volví a publicar más con
Plaza & Janés. No me acuerdo si lo intenté. Volví al
género de terror al siglo siguiente con El
hijo del diablo sobre la figura de Vlad Drakul. También había canibalismo.
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