LITERATURA / MIS LIBROS Y SUS HISTORIAS: LA CASA DEL SUEÑO


En 2020 cumplo 50 libros
1990
LA CASA DEL SUEÑO


Mejoramos la portada, aunque no mucho. Con el sexto libro regresé al género negro y a narraciones que surgían de mis sueños como El cadáver bajo el jardín. La casa del sueño fue una novela exorcismo. Luego vinieron más, y bastantes relatos. En aquella lejana época me acordaba mucho de mis sueños. A los catorce años los apuntaba todos y los convertía en relatos que debo tener en algún cajón polvoriento que encontrarán mis herederos y no sabrán qué hacer con ellos. El sueño recurrente lo tenía una noche sí y otra también. Estaba en mi casa, que no era mi casa exactamente porque era mucho mayor que el ático en el que habitaba de Barcelona (ese desde el que se veía la odiosa Sagrada Familia de Gaudí, escenario de la Barcelona negra distópica) y descubría una puerta, la abría y entraba en una dimensión desconocida en la que las habitaciones enormes, espaciosas, vacías, oscuras, se iban multiplicando y no tenían fin, como esos espejos que repiten tu imagen hasta el infinito. Era un sueño al mismo tiempo inquietante y gozoso. Gozoso porque me permitía disfrutar de un ala de mi casa mansión que yo desconocía y sentía, mientras avanzaba, el cosquilleo del explorador; inquietante porque ese fenómeno recurrente cada vez que me entregaba a Morfeo se repetía machaconamente. Para quitármelo de la cabeza empecé a escribir una novela sobre una casa misteriosa y un suceso que ocurre en ella y que el protagonista oculta en su subconsciente. Una amnesia, me doy cuenta ahora, bastante parecida a la de mi primera novela El cadáver bajo el jardín. ¿Una obsesión mía por borrar según qué pasado? La novela transcurría en su primera parte en San Diego, California, que conocía bastante bien por haber visitado a mi hermana norteamericana (luego Estados Unidos me ofreció muchos escenarios para mis novelas) para seguir después en Barcelona. El protagonista se llamaba Marc, como mi hijo pequeño. La novela siempre tuvo el mismo título con la que se publicó y no me rompí mucho la cabeza: La casa del sueño, claro. Esa casa fantasmagórica con la que soñaba desapareció en cuanto me puse a escribir sobre ella. Me di cuenta, entonces, que la literatura tenía una función terapéutica.


Los sueños que generaron esa novela, advierto ahora, tienen directa relación con mi obsesión, compartida con mi hermana, de averiguar qué hay detrás de las puertas cerradas. Esa curiosidad, a los doce años, cuando estudiaba en el colegio San Antonio María Claret de Barcelona, gobernado por los severos hermanos claretianos que eran peor que los curas (ese puto padre de disciplina llamado Casamitjana que era como un oficial de las SS hasta en su porte, quizá fuera un nazi huido de un campo de exterminio), me llevaba a escurrirme del patio durante los recreos, pasar a las dependencia secretas en donde vivían los hermanos, a oscuras y pegado a la pared para que no me vieran, después de forzar puertas misteriosas que abría con la habilidad de un ladrón de casas, y subir a la cúpula de la iglesia por unas escalerillas secretas que solo yo conocía: desde la altura, como el Orson Welles de El tercer hombre, miraba a mis compañeros de clase jugando en el patio y me parecían hormigas. Uno de esos niños que jugaban en ese patio era Joan Salvany (suya es la foto de la clase en la que se me ve lo contento que iba al colegio si me descubre algún fisonomista)  y entonces no nos conocíamos. La vida da vueltas y revueltas.


MI CLASE DEL COLEGIO SAN ANTONIO MARÍA CLARET

Le había tomado gustillo a eso de concursar a premios literarios porque en aquella época los ganaba todos. Debía escribir de una forma que seducía a los jurados. Envié por correo tres copias manuscritas a un premio de novela policial que organizaba una importante editorial barcelonesa que se llamaba Laia. La editorial tenía una colección de novela negra que se llamaba Alfa7 y el 7 de su logo era como un gran goterón de sangre. Publicaban muy buenos libros policiales y de terror. En su catálogo figuraban varias novelas de Jim Thompson, que competían con las publicadas por Júcar en Etiqueta Negra, Ed McBain, Ross Macdonald, Julian Symons, Ellery Queen, Juan Madrid, Andreu Martín y Manuel Quinto al que conocía de mi primera Semana Negra en Gijón (ese año ya estaba castigado por Paco Ignacio Taibo II que no me levantó la sanción hasta el 2001), y de José Giovanni, un delincuente francés que se convirtió en un buen novelista cuando dejó las rejas. Laia convocaba el premio Alfa 7. La casa del sueño no lo ganó, pero quedó finalista. El premiado ese año fue Carlos Pérez Merinero, un escritor de culto y maldito donde los haya al que se empieza a reconocer. El guionista de Amantes, una de las mejores películas de Vicente Aranda, ganó en esa convocatoria con una novela titulada Llamando a las puertas del infierno. Yo de él había leído en Etiqueta Negra La mano armada, que me gustó mucho por lo desquiciada que era y porque el autor no se cortaba ni un pelo a la hora de mostrar la violencia y el sexo en sus novelas. Llamando a las puertas del infierno, un título magnífico, también era buena. No se llevaba entonces la literatura ligth tan en boga en estos tiempos y nos importaba un comino lo políticamente correcto. El editor de Laia, a pesar de que la novela no había ganado, me ofreció publicarla. Y yo acepté encantado.

LA GANADORA DEL PREMIO ALFA 7

Leonardo Milla era el director de la colección. Firmé el contrato y la novela, de 155 páginas, se publicó en 1990. Me gustaban de los libros de Alfa7 que destacaban mucho el nombre del autor. El mío ocupaba la tercera parte de esa negra portada ribeteada de color amarillo que utilizaba imágenes en vez de ilustraciones. En un recuadro aparecía la foto de un tipo con la cabeza apoyada en la mano que podría ser yo cuando me dejaba bigote, pero era otro. La novela se la dediqué a mi hermana por dos razones. La primera porque ella vivía en San Diego desde que se hizo americana, y gracias a eso yo conocía California y la historia transcurría en parte en su ciudad; la segunda razón es que me inspiré en ella para uno de los personajes femeninos.

CARLOS PÉREZ MERINERO


Así cómo de las anteriores novelas había cobrado una cantidad respetable de dinero, por La casa del sueño no recibí una sola peseta, absolutamente nada. Andreu Martín me alertó que Laia estaba en bancarrota e iba a cerrar. Cuando fui a reclamar lo que me debían ya había quebrado la editorial y ni siquiera tenían línea telefónica. Los dueños emigraron a Venezuela para no hacer frente a sus deudas. Muchos años más tarde, en el 2004, la casualidad hizo que volviera a publicar con ellos en el país caribeño cuando gobernaba Hugo Chávez, nada menos. Los herederos de Laia habían montado en Caracas una editorial llamada Alfadil y en ella publiqué una novela erótica titulada El sabor de su piel. En Caracas me encontré con Leonardo Milla que pilotaba la editorial, un tipo muy agradable que murió pocos años después, y al que convertí en personaje de mi novela La caraqueña del Maní. Le dije que había publicado con él la novela La casa del sueño cuando estaba en Laia, pero no le reclamé, porque había pasado mucho tiempo, mis derechos de autor de esa novela por la que no cobré nada, y no fue la única.

LEONARDO MILLA


La contraportada de la novela era jugosa. No la escribí yo, quizá lo hiciera el propio Leonardo Milla. “Luego de un accidente automovilístico, Marc despierta en una clínica de San Diego, California. Ha perdido la memoria y no sabe quién es. Cuando regresa a Barcelona, recupera su casa y comienza una larga y lenta tarea de investigación para descubrir su verdadera personalidad: un crimen y una pasión amorosa parecen esconderse en el fondo de su amnesia. La novela es la lúcida y fascinante resolución de ese enigma psicológico y policial. Un relato que atrapa por su misterio y su suspense”.

 KIM NOVAK EN "VÉRTIGO"

La he hojeado mientras escribía esta historia de mis libros y me han entrado ganas de leerla porque el personaje femenino, fantasmal, es muy Kim Novack de Vértigo, una de mis películas fetiche del mago del suspense Alfred Hitchcock. Tenía, a lo que veo, en aquellos primeros tiempos literarios, un cierto afán necrófilo ya que los protagonistas de mis novelas (los de Barcelona negra, El cadáver bajo el jardín o La casa del sueño) se enamoraban de mujeres, u hombres en el caso de la segunda, que ya habían muerto, les seducían sus fantasmas, seguramente porque al no existir podían moldearlos a su antojo y el amor perfecto es el que no se materializa. Algún psiquiatra argentino me estará psicoanalizando.





En 2020 cumplo 50 libros y lo celebramos el 19 de marzo en la librería Alibri de Barcelona.




Comentarios

UFA747 ha dicho que…
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