CINE / EL INFORME AUSCHWITZ, DE PETER BEBJAK
Tras la
excelente película rusa El profesor de persa de Vadim Perelman,
el cine de la Europa del Este vuelve a poner el foco sobre el inagotable tema
del Holocausto para contarnos la historia real de Alfred Wetzler (Nöel Czuczor)
y Walter Rosemberg (Kamil Nozinsky), dos presos judíos eslovacos que
consiguieron escapar del horror del campo de exterminio de Auschwitz Birkenau
para contar al mundo lo que allí dentro sucedía.
Espinoso
y controvertido tema el que aborda Peter Bebjak (Partizanske, 1970),
inspirado en el libro testimonial de Alfred Wetzler Lo que Dante no
vio, que no solo trata del horror nazi sino que aborda también el de la
complicidad de los aliados, por su pasividad, con los crímenes nazis al no
reaccionar para, como piden esos dos supervivientes que con heroicidad
consiguen dejar atrás el infierno, liberar ese matadero o, si ello no es
posible, lo destruyan con bombardeos desde el aire. Ni una cosa ni la otra (los
internos de Auschwitz estaban dispuestos a sufrir las bajas que fueran
necesarias si esto implicaba la destrucción de la infernal maquinaria de
asesinato masivo del Tercer Reich). Finalmente fueron los rusos los que
liberaron el campo, porque se lo encontraron en el camino, no porque fuera
ninguna prioridad en su estrategia bélica.
La
película del eslovaco Peter Bebjak es un film notable de denuncia que
debería remover conciencias ahora que sobre algunos países del Este de Europa
comienzan a hacer mella las teorías negacionistas, se instalan en los gobiernos
políticos que lindan ideológicamente con el fascismo o hay otros, como el
polaco, que persiguen a los historiadores que insinúan que hubo ciertas
complicidades con los nazis que permitieron que el mayor matadero de la
historia de la humanidad estuviera a solo 40 kilómetros de una de las ciudades
más bellas de Europa, Cracovia, y nadie detectara ese insufrible olor a carne
quemada de más de un millón de seres humanos que se esparcía por los
alrededores. Alemania perpetró esa masacre de judíos, gitanos, homosexuales y
disidentes, y muchos otros fueron
testigos pasivos que cerraron los ojos a la evidencia. Seis millones de seres
humanos no desaparecen así por así, sin dejar rastro ni sin que toda la
sociedad sospeche lo que se hace con ellos, pero lo más cómodo era mirar hacia
otro lado mientras la maquinaria de exterminio estaba bien engrasada.
El
director eslovaco narra la vida cotidiana del campo, un barrizal en el que los
que no son gaseados en los envíos mueren de frío, hambre, agotamiento o enfermedades;
la crueldad extrema de uno de sus responsable, Laussman (Floria Panzner)
que patea con su caballo los cráneos de prisioneros enterrados hasta el cuello
como venganza por la muerte de su hijo en el frente ruso; esos exasperantes
tres días, con sus noches gélidas, en los que los ocupantes del barracón 9, del
que faltan los evadidos Freddy y Juzek, permanecen en formación para que den
cuenta de su paradero; o esa fuga, narrada con cámara subjetiva que se arrastra
literalmente por la maleza, cae con ellos por las pendientes boscosas de las
montañas, se desenfoca o gira ciento ochenta grados para que el espectador
comparta la angustiosa fuga de esos dos seres humanos que son elegidos por sus
compañeros para dar cuenta de lo que dentro de Auschwitz sucede.
Para su
desgracia, y los que quedaron en ese campo de exterminio, la heroicidad de
estos dos hombres no tuvo la recompensa buscada, que Auschwitz fuera destruido
por el aire, aunque sus informes salvaron a alrededor de 120.000 personas. La
Cruz Roja, que había visitado el complejo dos años atrás, no solicitó una nueva
inspección y puso en duda su testimonio y ninguna bomba aliada cayó para
detener esa maquinaria infernal de muerte (espeluznante esa escena en la que
los protagonistas se citan para ultimar los detalles de su fuga en el almacén
de cadáveres en donde están amontonados los cuerpos desnudos de los que van a
ser incinerados que no causan ningún horror a personas familiarizadas con la
muerte).
Film
tan áspero como necesario este El informe Auschwitz, que arranca con una
secuencias estremecedora (la lenta agonía del prófugo que cuelga a la entrada
del campo con un cartel sarcástico sobre su pecho: “¡Hurra, he vuelto!”), que
utiliza el cromatismo de sus imágenes (ese naranja con que se retrata las
gélidas escenas nocturnas del campo, con los presos formados ante su barracón,
que van cayendo, y la imagen de fondo del horno crematorio que funciona día y
noche; o el tono azulado de esas imágenes invertidas, que es la visión que
tienen de los soldados nazis que los buscan desde su escondrijo los dos
protagonistas de esta historia) como un elemento dramático más e incomoda al
espectador con sus planos subjetivos.
Película
la de Peter Bebjak desazonadora
sobre ese horror a la que una y otra vez vuelve el cine para documentarlo y que
no caiga en el olvido y que termina con una serie de clips sonoros, sobre los
títulos de crédito, en los que se oyen
los discursos racistas de Viktor Orban, Matteo Salvini, Marie
Le Pen o Donald Trump (echo en falta a Santiago Abascal) para
recordarnos que la hidra sigue viva.
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