CINE / LA GOMERA, DE CORNELIU PORUMBOIU
LA GOMERA
Corneliu Porumboiu
Quién se acerque a esta extravagante película
rumana de Corneliu Porumboiu (Vrasliu, 1975), un director con casi una
docena de largometrajes a sus espaldas,
y se pregunte por la lógica de su enloquecido guion, escrito por él
mismo, es que no ha entrado en la película. La Gomera es una de esas
cintas que, mientras la estás viendo, disfrutas por ese humor corrosivo que
recorre sus escenas (algunos creen ver el marchamo de los hermanos Coen),
los homenajes a dos maestros del cine, a Alfred Hitchcock en ese remake
de la escena de la cortina rasgada de Psicosis (por cierto, una película
del maestro, y ahora caigo, se autohomenajeaba a sí mismo y se llamaba Cortina
rasgada), y a John Ford (casi vemos en una cita en un cine toda una
secuencia de la magnífica Centauros del desierto, puede que el mejor
western de la historia del cine).
¿Qué hace el silbo canario, utilizado en la
Gomera, en un thriller rumano rodado a medias en esa espléndida isla soleada y
en la brumosa Bucarest? Y la respuesta es tan simple como que su director viajó
a esa pequeña isla canaria, se enamoró de sus paisajes, como lingüista le llamó
la atención ese lenguaje tan autóctono y original de comunicarse de los isleños
y, a la medida de todos esos elementos, escribió un guion que sobre el papel
podría ser descacharrante, lindante con el absurdo, pero que puesto en imágenes
funciona como comedia negra.
La Gomera,
el film, tiene todos los elementos que se le puede pedir al noir: un
policía corrupto llamado Cristi (Vlad Ivanov), que debe sacar de la
cárcel al mafioso Zsolt (Sabin Tambrea, que se parece como dos gotas de
agua a Henry Silva, parece su reencarnación), el empresario que evade
millones de euros metidos en colchones; una femme fatal bellísima, que
es morena y no rubia, llamada, no por casualidad, Gilda (la espectacular modelo rumana Catrinel Menghia);
unas cuantas escenas muy violentas y sangrientas clonadas de otro maestro del
género por su profusión de hemoglobina, Martín Scorsese, pero muy
creíbles —Claudiu
(Istvan Téglás), ese aparentemente pacífico recepcionista melómano y
educado de un hotel romántico de citas que es también un hábil matarife—; personajes inquietantes,
como el del mafioso Paco que interpreta el director de cine mallorquín Agustín
Villaronaga; la extraordinaria Barcarola de Los cuentos de Hoffman
de Jacques Offenbach, que realza cualquier imagen que acompañe; buenas
tomas nocturnas y escenas de carretera; una explícita secuencia de sexo para
lucimiento del físico de Catrinel Menghia; y una balacera que parece
otro homenaje al western y que tiene lugar, nuevo guiño (como el asesinato de
un director de cine que busca escenarios para su película), en unos estudios
cinematográficos en desuso. Y todos esos elementos están aderezados con la
salsa del humor corrosivo —las clases de silbo a que es sometido el protagonista Cristi por parte
de Kiko (Antonio Buil) no tienen desperdicio—, giros y regiros
sorprendentes, en los que se entra como si uno estuviera a bordo de una montaña
rusa, y una narración fragmentada como un rompecabezas que rompe los tiempos
cinematográficos en un continuo vaivén de pretérito a presente y cambio
constante de escenario.
Comentarios