CINE / PEQUEÑOS DETALLES, DE JOHN LEE HANCOCK
PEQUEÑOS DETALLES
John Lee Hancock
El cerco a un astuto asesino en serie de mujeres, que deja su firma en los cadáveres de sus víctimas (una mordedura, además de múltiples punciones) y realiza puestas en escena truculentas con ellos, pone en contacto al atormentado policía Deke (Denzel Washington), un veterano traumatizado e inestable, con el bisoño detective Baxter (Rami Malek), un ultrarreligioso que le sucedió en su puesto cuando el primero, en el curso de esa investigación del asesino serial, tuvo una mala praxis por la que fue apartado del caso y de la policía de Los Ángeles y relegado a un condado del interior.
No es
nuevo el tema de los asesinos en serie en el cine norteamericano, uno de los
filones de su cinematografía, que refleja una realidad criminal de la que, por
suerte, nos libramos en Europa y padece ese gran país, ni tampoco es novedoso
el que se junten un par de policías antagónicos, cine de colegas, para dar caza
al delincuente. Más que los continuos giros de un guion, escrito por el propio
director, que no está bien armado (el desenlace en ese descampado es muy poco
creíble), lo que prima en este thriller atmosférico y fundamentalmente
nocturno, con algunos buenos momentos de tensión (durante el largometraje el
peculiar ruido del motor del coche que utiliza el asesino es una pieza
fundamental, parece un guiño a El diablo sobre ruedas de Steven
Spielberg) es el retrato psicológico de esos dos policías tan distantes
socialmente el uno del otro — Deke,
divorciado y alejado de sus hijas, durante la investigación que lo retiene en
Los Ángeles malvive en infames cuartos de pensiones baratas y mata su perenne
insomnio mirando una y otra vez los retratos de las victimas del asesino en
serie; Baxter, por el contrario, está casado con Anne (Isabel Arraiza),
una bella mujer, tiene un par hijas encantadoras, vive en una casa con piscina
y encuentra en Dios su razón de ser—
pero que finalmente se convierten en cómplices por otra mala praxis policial.
El film
de John Lee Hancock (Longview, 1956), director con una larga trayectoria
sobre sus espaldas que abarca todos los géneros (El Álamo, Un sueño
posible, Emboscada final, El novato) no es Seven, la magnífica película de
David Fincher, aunque la liturgia que el asesino en serie utiliza para
mostrar a sus cadáveres lo recuerde en algún momento, ni Zodiac, dos paradigmas brillantes de este tipo de cine, pero se deja ver
bien a lo largo de esas algo más de dos horas de metraje, es un recital actoral
para los que sean devotos de Denzel Washington y su histrionismo—que da un pequeño papel a una de sus hijas, Olivia
Washington—, tiene diálogos brillantes,
recrea buenas atmósferas y permite ver a Jared Leto en una composición
excelente como el villano absoluto que es ese Albert Sparma del que al
principio solo vemos sus botas. Dios, y la justicia, a veces escriben con
renglones torcidos: en esta película, sin ir más lejos.
Pablo Campos, un oscuro y anodino policía que presta sus servicios en la siniestra BDS, la Brigada de Delitos Sociales, es elegido por su superior para una importante misión: suplantar la personalidad de un militar, el coronel Eduardo Paz, que debe coordinar un golpe militar para restablecer la democracia en su país, y para ello debe citarse en Estambul con quien le dará los nombres de los militares proclives a la sublevación. Lo que no sabe ese policía, que por fin va a ser alguien, es que el personaje suplantado va a terminar fagocitándolo y su misión se va a complicar hasta límites insospechados.
La
muerte del impostor
es una narración hipnótica que bascula entre la novela negra, la de espías, la
denuncia social y la fantasía, un relato centrado en la impostura, y en el
impostor que todos llevamos dentro, en el que el victimario se vuelve víctima
en un escenario cada vez más kafkiano y enrarecido.
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