LITERATURA / MI PROFESOR DE LITERATURA
Mi profesor de literatura
Cada X
tiempo buceaba por Internet para saber de mi profesor de literatura. A él, y a
mi padre, les debo mi pasión por los libros y la escritura. Recuerdo sus clases
en el instituto Milá y Fontanals, como si fuera ayer, grabadas a fuego en mi
memoria, en donde tuve la suerte de
encontrarlo como docente cuando tenía catorce años. Era un hombre de una
extraordinaria cultura y cabeza bien amueblada
que no quería agobiarnos con las lecturas impuestas en el programa
oficial, así es que no leíamos, ni comentábamos en clase, a los autores del
Siglo de Oro sino a algunos maestros de la literatura juvenil y de aventuras: Jack
London, Julio Verne, Emilio Salgari, Robert Louis Stevenson, y nos animaba
a leer a esos autores para aficionarnos a la literatura antes que a los
clásicos. Recuerdo que leíamos a viva voz en el aula Colmillo blanco, La
isla del tesoro, Los tigres de Mompracem o La vuelta al mundo en
80 días. Su sistema funcionaba porque los treinta alumnos que éramos por
clase no hacíamos ascos a esos libros y éramos ávidos lectores.
Veinte
años después, cuando gané el premio Tigre Juan y el Azorín con las novelas El
cadáver bajo el jardín y Barcelona negra, quise visitarlo para
agradecerle esas amenas clases que había recibido de su parte y tanto habían
influido en mi vertiente creativa. Vivía en una casita del barrio barcelonés
del Guinardó que me costó encontrar. Me abrió su mujer. Pregunté por él.
Básicamente no había cambiado, llevaba el mismo tipo de gafas, muy grandes, y
fumaba menos de lo que lo hacía en las clases del instituto que empalmaba
cigarrillo tras cigarrillo. Yo sí había cambiado después de 20 años, así es que
fue imposible que me reconociera a pesar de que intenté refrescar su memoria
diciéndole que solía puntuar con notas muy altas mis redacciones. Le regalé
dedicados, con orgullo, mis dos primeros libros publicados y le dije que él,
sin duda, mucho había tenido que ver en
mis éxitos literarios. No tardó en escribir un par de reseñas elogiosas en El
Periódico sobre esos libros. Esa fue la última vez que lo vi, pero a lo largo
de todos estos años fui siguiendo sus pasos.
Joaquín
Marco fue
catedrático de literatura en la Universidad de Barcelona, filólogo, poeta
excelso incluido en la Antología de la nueva poesía española, crítico
literario de El Periódico, La Razón, La Vanguardia, ABC, Ínsula y Destino,
editor de Seix Barral, director de la editorial Salvat y de la colección Ocnos
en donde publicaron Manuel Vázquez Montalbán, Leopoldo María Panero,
José Agustín Goytisolo, Fernando Quiñones, Lezama Lima y Nicanor
Parra, entre otros, y recibió la Cruz de Sant Jordi por parte de la
Generalitat por su trayectoria en defensa de la cultura. Fue un poeta
experimental que dejó libros como Abrir una ventana a veces no es sencillo,
Algunos crímenes y otros poemas, en donde coqueteaba con el género negro
a través de la lírica, Aire sin voz, El muro de Berlín y Poesía
secreta. Era amigo de José Batlló, el editor de Taifa y de la
librería del barrio de Gracia de la calle Verdi por la que siempre paseo cuando
voy a sus multicines.
Ayer,
al hacer la periódica consulta sobre su persona, me enteré de su muerte en
julio del 2020, ese año fatídico en pérdidas cercanas. Lamento no haberlo
tratado más que en esas dos ocasiones en que nuestras vidas se cruzaron, cuando
fue mi maestro ejemplar que me enseñó que la literatura era, sobre todo, una
ventana al placer, y cuando fui a su casa a agradecerle lo que me había
enseñado.
Una novela sobre el viaje más apasionante, el de la vida. "El viaje infinito" (Bohodón Ediciones, 2020), un homenaje a la literatura indisolublemente unida a la vida del protagonista. La vuelta al mundo a través de 40 hoteles y setenta y cinco años.
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