CINE / NOMADLAND, DE CHLOÉ ZHAO
Nomadland de Chloé Zhao (Pekín,
1982), una directora independiente curtida en el festival de Sundance, es el
reverso del sueño americano, el dorso vergonzante de esa sociedad en permanente
desequilibrio que no le interesa mostrar al capitalismo triunfante porque es el
paradigma de su fracaso. No hay casas bonitas con jardines regados con
aspersores automáticos, urbanizaciones idílicas en donde los vecinos comparten
barbacoas, coches lujosos ni matrimonios felices con sus hijos en este film
inspirado en el libro de la periodista Jessica Bruder País nómada:
supervivientes del siglo XXI, firme candidato a hacerse con alguna de las
cinco estatuillas a las que está nominado en la ceremonia de los Oscar, sino
desolación, desarraigo, pobreza extrema y desencanto. Bruder se pasó
tres años acompañando a estos outsiders de la tercera edad que, jubilados, tienen que seguir trabajando
para mantenerse y no pueden permitirse un alquiler, y menos una hipoteca, y por
ello se convierten en nómadas sobre cuatro ruedas sin código postal que van de
un lado a otro en vehículos que son sus únicos hogares.
Fern,
una mujer de 60 años (Frances McDormand, antiestrella por antonomasia y
firme candidata al Oscar a la mejor interpretación en un papel que parece dibujado
para ella) no encuentra mucho sentido a la vida tras perder a su marido hace
muchos años; cuando en 2011 cierran la
fábrica de extracción de yeso en la que trabajaba en la población de Empire, en
el desierto de Nevada, como consecuencia de la crisis financiera del 2008, se
convierte en una nómada que hace de su furgoneta su casa y va de un lado para
otro por el país, trabajando de cualquier cosa con contratos temporales y mal
pagados (en Amazon durante las navidades, de empaquetadora; en una planta de
azúcar que procesa la remolacha, acarreando sacos; camarera de restaurantes
baratos; como mujer de la limpieza en un camping...), empleos que a duras penas le
dan para comprar un mendrugo de pan. Linda (Linda May), una veterana a
quien conoce trabajando en Amazon, le pone en contacto con una especie de tribu
de longevos pobres desahuciados de la vida que reivindican el nomadismo y
capitanea un líder llamado Bob (Bob Wells) contra la tiranía del dólar
(y curiosamente Amazon, una de esas empresas tiránicas del nuevo capitalismo,
ofrece su logo y sus gigantescos hangares al film) como una forma de vida en contacto íntimo con la naturaleza, lo
que los aproxima a los primitivos pioneros que colonizaron ese país.
Film de
escenarios grises y paisajes desolados (lluvia, frío, nieve) no exento de
ternura y lirismo el de esta realizadora china que retrata con precisión ese
segmento de la América profunda que es apeada por edad y escasez de recursos
del sistema, se convierte en invisible y acaban siendo material desechable como
los coches viejos que acaban en el desguace. Los personajes que rodean a Fern,
la protagonista absoluta (el rostro devastado de la actriz de Fargo
parece una modelo de Diane Arbus), arrastran todos ellos traumas (unos han perdido a sus parejas y lo
que desean es reencontrarse con ellas; otros a sus hijos en las guerras que ha
emprendido el país; los hay que son veteranos de la guerra de Vietnam y no se
han recuperado del shock postraumático). Cuando Dave (David Strathairn),
otro nómada que parece querer tener una relación sentimental con Fern,
vuelve con su hijo James (el músico Tay
Strathairn, hijo en la vida real del protagonista de Buenas noches y
buena suerte), para ejercer de
abuelo y le ofrece una vida cómoda en una casa decente, ella, como esos
mendigos que están acostumbrado a dormir sobre el asfalto y odian dormir bajo
techado, lo rechaza, regresa a la furgoneta y sigue su itinerario.
No hace
muchas concesiones visuales la realizadora al espectador salvo algunas imágenes
impresionantes de los gigantescos árboles del bosque Muir, ese río en la que se
baña desnuda Fern o esos acantilados de Alaska a los que regresa la vieja
trotamundos amiga suya para esperar la muerte y cerrar su ciclo. La fotografía
mantiene un tono gris y apagado deliberadamente para que miremos por los ojos
de la protagonista. El momento más luminoso de ese día a día es cuando Fern
saca su silla de tijera al exterior de la furgoneta, para recibir los primeros
rayos del sol en su cara, o cuando por las noches otea el cielo con un
telescopio, momentos mágicos de los que no disfrutan los urbanitas, y esos
instantes parecen paliar sus miserias cotidianas (defeca en el interior del
vehículo en un cubo de plástico; limpia los retretes de un camping; mordisquea
un bocadillo que deja a medias y guarda en una bolsa de plástico para más
adelante; tirita de frío bajo el montón de mantas en su camastro de la
furgoneta...). Una Fern que no es especialmente expresiva (se irrita con Dave
cuando, inadvertidamente, por ayudarla, rompe unos platos que luego ella pega)
ni habladora, una Frances McDormand que actúa desde el interior.
Nomadland
refleja esa
forma de vida libertaria, al margen del sistema, genuinamente americana e
impensable en Europa, heredera del movimiento beatnik (también aparecen
jóvenes en la película, desarraigados y anclados en la filosofía nihilista del no
future), que abraza un amplio sector de la población que se ha quedado al
mismo tiempo sin trabajo, sin recursos (las escasas pensiones no dan para tener
una casa) y han perdido, como consecuencia de lo anterior, los lazos afectivos con los suyos en un país
tan reciente en su formación y composición humana que nadie ha echado todavía
raíces y se está asentando.
Un tono
monocorde impregna todo el film rodado con una
cámara neutra que recoge ese día a día repetitivo que acerca Nomadland
al documental (muchos de los secundarios no son actores sino miembros de esa
comunidad y responden por sus propios nombres) por su realismo. Nomadland
es un film de silencios, miradas al vacío, y horizontes inmensos al que la
banda sonora excelente de Ludovico
Einaudi y algunas piezas country ayudan en su punteado. Fern celebra el año
nuevo con una bengala que agita en sus manos y se pasea con ella por todo ese
aparcamiento gigantesco de caravanas de los que trabajan en la temporada de
invierno en Amazon, en cuyos interiores se cuecen dramas como el suyo, gritando
Feliz año nuevo y nadie le responde: paradigma de esa enorme soledad.
Nomadlan, que podría ser perfectamente
un western sin tiroteos, cabalgadas ni épica (sus personajes intercambian
impresiones por la noche al calor de una fogata, como hacían los pioneros; las
caravanas y las furgonetas son los modernos carromatos de estos longevos
personajes), una revisitación
crepuscular de On the road de Jack Keruac (Nos vemos en la
carretera, suelen decir los personajes de la película al despedirse), o la puesta al día de Las uvas de la ira de
John Steinbeck, hace un homenaje especial a Centauros del desierto
del gran John Ford: Fern regresa a su abandonado hogar en Empire, ese
vacío en el mapa de EE.UU que perdió hasta su código postal y en el que fue
feliz con su marido, cuando ambos tenían trabajo y nada hacía suponer la
miseria del presente, abre la puerta que da al exterior y se enfrenta a ese
desierto nevado hasta el horizonte que vuelve una y otra vez a su memoria.
Libre en su soledad asumida.
La novela sobre el viaje de la vida
EL VIAJE INFINITO
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