CINE / BABYLONE, DE DAMIEN CHAZELLE
Sorprendente vuelta de tuerca la que da
Damien Chazelle (Providence, 1985). Su última película se aparta del
multipremiado musical La La Land,
aburrido hasta decir basta que hube de dejar a medias, de la histriónica Whiplash y de First Man, el académico biopic sobre Neil Amstrong, el primer
hombre que pisó la Luna, interpretado por Ryan Gosling. Babylon no oculta haberse
inspirado en el libro de Kenneth Anger Hollywood
Babilonia para retratar la época más enloquecida de la Fábrica de Sueños.
Babylon, a través de la historia de tres personajes cuyas vidas se cruzan, la
de Jack Conrad (Brad Pitt), un actor consolidado del Hollywood mudo cuya
carrera se desmorona con el paso al sonoro; la de Nellie LaRoy (Margot Robbie),
una arribista adicta al juego, al polvo blanco y al sexo dispuesta a conquistar
Hollywood a cualquier precio; y su fiel escudero y protector, el mexicano
Manuel Torres (Diego Calva), fascinado por el mundo del cine y que irá
escalando puestos en el establishment pasando de chicos de los recados a
ejecutivo en una productora, Damien Chazelle nos ofrece un fresco vitalista de
los locos años veinte, sus excesos sexuales y alcohólicos y sus fiestas sin
fin, y como todo eso cambió de forma radical con la llegada del cine sonoro y
posteriormente con el código Hays que instauró la censura cinematográfica.
Con
un preámbulo orgiástico, sencillamente hipnótico y demencial, en el que no es
difícil ver una recreación de las fiestas salvajes de Fatty Arbuckle, el actor
cómico más conocido por el Gordo Fatty, y algún homenaje a El guateque de Blake Edwards, irrupción de elefante incluido,
rodado con una cámara tan desenfrenada como lo que retrata, ya advierte el
director de La La Land lo que va a
ofrecer al espectador: tres horas, que no se hacen largas, sino todo lo
contrario, de sicalipsis, drogas, baile, buena música y escenas sencillamente
hilarantes —la toma que Nellie LaRoy ha de repetir una y otra vez en los albores
del sonoro porque alguien estornuda o abre una puerta en el estudio; el pago
con billetes de atrezzo al gángster James McKay (Tobey Maguire, también
productor de la película) para saldar las deudas de juego de la adicta
protagonista; la lucha de Nellie con la serpiente en el desierto—, una reivindicación del exceso cinematográfico para terminar con un
quiebro romántico y un epílogo nostálgico que es un homenaje a esa fábrica de
sueños que fue Hollywood en su momento y que hizo tan felices a generaciones de
espectadores que vivieron desde sus butacas las vidas de otros y se olvidaron
durante horas, en esa oscuridad, de sus mediocres existencias.
Damien
Chazelle pone toda a carne en el asador, se lanza a una piscina sin agua, asume
los riesgos de ser políticamente incorrecto en estos tiempos de extrema corrección
(hay escatología, sexo, desnudos, drogas y tacos, que hacen que en EE.UU. sea
calificada con la infausta R de restringida que le priva de buena parte del
público), filma con pasión y desenfreno contagioso y consigue hacer vibrar al
espectador en su butaca con un magno espectáculo que no decae en ninguno de sus tramos. Una película
grandiosa, divertida y desmesurada, una bacanal de imágenes orgiásticas para
retratar ese Hollywood que ya solo es un recuerdo, y un canto de amor al
Séptimo Arte —atención
a la entrevista que le hace la periodista Elinor St. John (Jean Smart) al ídolo
caído Jack Conrad sobre la inmortalidad que le da el celuloide: “Seguirás vivo
para los niños que nazcan dentro de cincuenta años cuando tú ya no estés"— en el que se lucen todos sus actores y muy especialmente ese Brad
Pitt, inmenso en una vis cómica en la que se siente muy cómodo, un Diego Calva,
que es todo un hallazgo proveniente del cine mexicano y de la serie Narcos: México, y la australiana Margot
Robbie, descubierta para el cine norteamericano en la también desmadrada El lobo de Walt Street de Martín
Scorsese, actriz que se consolida como una de las mejores del momento.
Electrizante e hipnótico el film el de Damien
Chazelle, como la banda sonora,
brillante, de Justin Hurwitz, que sin embargo se va a ir de la gran fiesta de
ese Hollywood que reivindica, como también la nostálgica Los Fabelman de Steven Spielberg, sin ninguna estatuilla porque la
Fábrica de Sueños ya no es lo que era.
Una trama que progresa a buen paso y que se cierne sobre el lector atrapando su atención sin contemplaciones, unos personajes de trazo fino y proceder impulsivo y unos diálogos sorprendentemente naturales son algunos de los valores de "La frontera sur". Pero aquello en lo que el autor consigue, a mi entender, un verdadero triunfo narrativo, es en el retrato de una ciudad dominada por la violencia, la corrupción y el todo vale y todo se compra. Un infierno en la tierra, una verdadera trampa para rapaces. Un ambiente desolador en el que el riesgo, como las miasmas de antaño, está en todas partes. EMPAR FERNÁNDEZ en ANIKA ENTRE LIBROS.
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