CINE / LA NOVELISTA Y SU PELÍCULA, DE HONG SANG-SOO
El universo creativo de Hong Sang-soo, uno de
los cineastas coreanos más prestigiosos y premiados del momento, se basa en la
extrema sutileza de sus películas en donde, en apariencia, nada sucede a simple
vista. En sus filmes costumbristas e intimistas, dialogados de principio a fin,
el realizador coreano huye del conflicto que
debe estar en el centro de toda narración para que esta no sea más que
una réplica de la vida cotidiana. Entrar en sus películas, disfrutar de ellas,
apreciar todos sus matices, requiere un esfuerzo voluntarioso por parte del
espectador porque en ellas no hay acción, sus planos son fijos y sus personajes
se enzarzan en charlas anodinas.
La
novelista y su película, filmada en blanco y
negro, gira en torno a la literatura, la creación y los libros. Jun-hee (Lee
Hye-young), una afamada y prestigiosa novelista que hace años que no publica,
entra en la librería de su amiga Hyunwoo (Park Mi-so), una escritora frustrada
que dejó la literatura para vender libros en su pequeño establecimiento.
Jun-hee atraviesa un bache creativo y quiere saber la opinión de su amiga sobre
su último libro. A esa charla se une la joven actriz Gil-soo (Kim Min-hee,
fetiche del director) que capta de inmediato la atención de la novelista.
Jun-hee propone la filmación de un cortometraje que protagonice Gil-soo al
director Hyojin (Kwon Hae-hyo), que prometió adaptar una novela suya y no lo
hizo.
Con estos levísimos mimbres, charlas intrascendentes, discretas borracheras en las que los implicados hablan sobre lo divino y lo humano, como la que tiene lugar monopolizada por el poeta Mansoo (Gi Ju-bong), planos estáticos de parques urbanos y paseos al sol, Hong Sang-soo construye su nueva película que es una historia de amor platónico entre la escritora y la joven actriz que se materializa en ese cortometraje en color que cierra el film. Como espectador me pregunto si ese débil hilo narrativo justifica los 92 minutos que dura el largometraje.
El cine de Hong Sang-soo, reiterativo, minucioso, costumbrista y de aspecto amateur (podría rodarse perfectamente con un teléfono móvil y no se notaría la diferencia) parece una indigestión de los preceptos de la nouvelle vague francesa o del dogma, pero si en estas corrientes cinematográficas había una cierta rabia rompedora e iconoclasta que sacudía al espectador en la butaca, el cine del coreano aparece sobrevolado por la nada absoluta, le permite al espectador hasta un pequeño sueño reparador sin que se pierda gran cosa de una trama inexistente.
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