LITERATURA / LA OCUPACIÓN, DE ANNIE ERNAUX
Annie Ernaux (Lillebonne,
Normandía, 1940), la flamante Premio Nobel de literatura, practica sin ambages
lo que se conoce autoficción y lo viene haciendo desde que se dio a conocer
literariamente hablando. Sus textos, breves y concisos, escritos con
extraordinaria pulcritud, son reflexivos más que narrativos, e ilustran sus
estados de ánimo o sus reacciones ante determinados acontecimientos de su vida:
Los armarios vacíos, La mujer velada, Una mujer, No he salido de mi noche, Perderse,
La ocupación, El uso de la foto, Los años, Mira las luces, amor mío, Memoria de
chica, El hombre joven.
Fui yo quien dejó W., y tras una relación
de seis años. Por cansancio, pero también al no verme capaz de cambiar mi
libertad, recuperada tras 18 años de matrimonio, por una vida en común que él
deseaba fervientemente desde el principio. Unos meses después, W. me anunció
que se iba a vivir con una mujer cuyo nombre no quiso decirme. A partir de ese
momento caí presa de los celos. La imagen y la existencia de la otra mujer se
convirtió en una obsesión, como si hubiera penetrado dentro de mí. esa es la
ocupación que describo aquí, dice Annie Ernaux en la contraportada aclaratoria
del libro.
La ocupación, editado por Cabaret
Voltaire, un sello que apostó por la autora mucho antes de que recibiera tan
prestigioso galardón, está centrado en el tema de los celos / Lo más
extraordinario de los celos es que se puebla una ciudad, el mundo, con un ser
al que no se conoce de nada./, los que experimentó, de una forma enfermiza
como ella misma reconoce, e irracional, cuando acabó su relación con un joven
amante, al que designa con la letra W., y él se relacionó con una mujer mucho
mayor que él. Que, entre todas las posibilidades que se presentan a un
treintañero, hubiera preferido a una mujer de 47 años, me resultaba
intolerable.
De forma muy gráfica la autora describe la
naturaleza de su relación con W. su joven amante al que ha dejado por no
comprometerse con él: Mi primer gesto al despertarme era cogerle el sexo,
empinado por el sueño, y quedarme así, como aferrada a una rama. “Mientras siga
asida a esto, me decía, no estaré perdida en el mundo.” Un amante, W., del
que rememora, y añora, sobre todo, su presencia física: Cuando me acuerdo de
su sexo, lo veo igual que en la primera noche, cruzándole el vientre a la
altura de mi vista en la cama donde estaba yo acostada; grande y potente,
turgente y con la punta en forma de maza.
A lo largo de algo menos de cien páginas,
intensas y dolorosas, Annie Ernaux pone negro sobre blanco su obsesión por esa
amante / Esa mujer me llenaba la cabeza, el pecho y el vientre, me
acompañaba a todas partes, dictaba mis emociones. / que no conoce, pero que
quiere conocer / Necesitaba a toda costa enterarme de su apellido y de su
nombre, de su edad, su profesión, su dirección. /, y que ocupa (de ahí el
título La ocupación) el suyo que dejó vacío. Unos celos enfermizos que
la llevan al borde del suicidio: Una noche, en el andén del RER, pensé en
Anna Karenina a punto de arrojarse a las vías del tren con su bolsito rojo.
Y por los que hará todo lo que esté en su mano para conocerla, saber quién es,
ver su cara y compararse, en definitiva: Hoy supe inmediatamente que era
ella. Mientras se sucedían las comunicaciones de los participantes, nuestras
miradas no paraban de atraerse y de desviarse inmediatamente después de
cruzarse.
Hay en el relato un apunte sencillamente
magistral sobre lo que verdaderamente duele a la protagonista de La
ocupación, no es la sensualidad de esa amante, su inteligencia o su cariño
hacia W., es algo más prosaico y más simple lo que le duele, la complicidad de
esos pequeños espacios que comparten las parejas, y lo expresa así: No eran
los gestos eróticos lo que más le iba a unirle a ella (esas cosas se practican
continuamente y sin mayores consecuencias en la playa, en el rincón de una
oficina, en las habitaciones de hotel alquiladas por horas), pero la barra de
pan que le llevaba a mediodía, las bragas y los calzoncillos mezclados en el
cesto de la ropa sucia, el telediario que veían juntos por la noche mientras
comía espaguetis boloñesa, eso sí.
Una novela negra ambientada en los tiempos del SIDA en la ciudad de San Francisco con la resaca de la guerra de Vietnam.
Comentarios