LITERATURA / LA CIUDAD BAJO LA LUNA, DE NEREA RIESCO
Escribir es un don que no
todo el mundo tiene, no nos engañemos, pero detrás de una novela, como la
última de Nerea Riesco, La ciudad bajo la
luna, de una ambición considerable, forzosamente hay mucho oficio, muchas
horas pegada a la pantalla del ordenador. Al proceso creativo le sigue el
artesanal, tan importante como aquel pero mucho menos gratificante. La piedra
en bruto tiene que ser pulida una y otra vez para convertirse en gema y lucir
en el anillo.
La aparición de un cadáver
el día que el Graf Zeppelin aterriza por primera vez en Sevilla, marca al
inicio de esta novela. La escritora vasca, afincada en Sevilla desde hace
muchos años, combina en esta historia a la perfección tres géneros muy
populares: el policial, el histórico y el melodrama sentimental. Con precisión,
a base de una labor de documentación exhaustiva (cada capítulo de la novela va
precedido del recorte de un periódico de la época), la escritora nos sumerge en
esos frenéticos años veinte de los que se cumplen precisamente un siglo.
En el epicentro de la novela
hay una historia de amor apasionado entre el capitán francés André Chevalier,
que sufre traumas físicos y psíquicos derivados de la Gran Guerra, y la bella,
explosiva, vitalista, seductora y misteriosa cantante y bailarina cubana
Belinda Miller —Su madre era una mulata
cubana. Su padre un norteamericano de origen inglés. En el reparto genético
Belinda se había quedado con lo mejor de cada uno. De ella heredó el cuerpo cimbreante, la carne prieta, los labios
gruesos, los dientes blancos, la voz de terciopelo, los movimientos lentos de
gata seductora. De él los huesos largos, la nariz recta, la perspicacia para
los negocios, la mirada altanera. —, la protegida de un peligroso gangster
neoyorquino de origen italiano llamado Leone. Una relación, la del francés y la
mulata cubana, compleja, con altibajos, desencuentros y ausencias misteriosas,
que se alarga durante años, empieza en Sevilla y sigue en Nueva York.
A la Gran Guerra, la Primera
Guerra Mundial de cuyas heridas se recupera el protagonista masculino, y sus
horrores nos remite Nerea Riesco con flashbacks contundentes: Cuando le hablaban de honor y valentía, a él
le venían a la cabeza las imágenes del chico que se adentraba en mitad de la
noche en tierra de nadie para arrancarle los dientes de oro y las botas a los
alemanes muertos. Eso no tenía nada de honorable. Y descripciones
dantescas: Tras la conmoción del impacto
contra el suelo, se dio cuenta de que tenía los oídos, la boca y la nariz
llenos de una sustancia viscosa que él, en un primer momento, creyó que era
barro putrefacto. Pero la realidad es que había caído sobre el vientre de uno
de esos cuerpos que se descomponían en tierra de nadie.
La Exposición Iberoamericana
del 29, que se montó en Sevilla para hermanar España, Hispanoamérica, Estados
Unidos y Brasil, está muy presente en la novela porque propicia ese encuentro
entre el militar francés y la bailarina y cantante cubana y el hermanamiento de
esas dos ciudades, Sevilla y Nueva York, transformó la capital andaluza, la llenó de
monumentos hoy emblemáticos, nada menos que 117 de los que solo se conservan
25, y Nerea Riesco deja constancia de su caótica organización: Un desbarajuste de operarios que quitaron
árboles para plantar postes de teléfono, que quitaron esos mismos postes dos
meses más tarde para hacer zanjas en las que introducir las canalizaciones del
cable del servicio automático, que aprovecharon las zanjas para volver a
colocar árboles que hiciesen un poco de sombra.
La novela es un canto de
amor a Sevilla, la ciudad de la autora está muy presente en apuntes sobre su
pasado, como cuando cayó bajo una horda de vikingos: A Belinda la trajo el río. El río ha traído y llevado infinidad de
cosas, unas muy buenas y otras no tanto, En tiempo de los omeyas recuerdo que
trajo vikingos. Remontaron la corriente en ochenta barcos con mascarones de
proa acicalados para que pareciesen dragones furibundos. Esa horda de salvajes
pasó a cuchillo a ancianos, mujeres y niños. El río se tiñó de rojo. Y a su
parte lúdica y sensual: En ese ambiente
que olía pescadito frito, humo de tabaco, vino de Sanlúcar, aceitunas aliñás y
sudor de días con sus noches,
Describe Nerea Riesco los
encuentros amorosos entre los amantes —La cama con baldaquín, con sus cojines,
cortinillas con flecos y lacitos de raso, se bamboleaba peligrosamente en los
momentos más agitados. Mientras tanto, una corte de muñecas de loza, de ojos de
cristal y pelo de muerto, los observaban imperturbables desde lugares
estratégicos. —sin hurtarnos la sensualidad de sus encuentros: Pero ante todo prevalecía el placer, tan
intenso y delicioso que le mantenía inmóvil. Un placer olvidado, lejano, como
un rumor de olas en un mar demasiado tiempo en calma. Unas olas que comenzaban
a enervarse, arrastrando con ellas la sal, las partículas de arena, las algas y
los fragmentos de conchas, para romper espumadas en la orilla. Ese goce se
propagó desde el centro mismo de sus entrañas, extendiéndose por cada
centímetro de su piel.
Los episodios que se
inscriben dentro del género negro transcurren en Nueva York: Sacó su automática y le descerrajó un tiro a
la altura del occipital. La sangre estalló, estampando la silueta de un diente
de león rojo en el cristal de la oficina. Leone la observó con orgullo, como si
fuese el pintor de la Capilla Sixtina. Leone, el mafioso sanguinario bajo
cuya protección está Belinda Miller, hace gala de una violencia despiadada y
muy cinematográfica: Estaba a punto de
introducirse en la boca un ovillo de espaguetis que llevaba un buen rato
enrollando en el tenedor, cuando tres disparos en el pecho le frenaron las
intenciones. Se dio de bruces con el plato, momento que los dos tipos
aprovecharon para dispararle en la nuca.
Nos adentra Nerea Riesco en
el Nueva York de la ley seca, en sus tugurios clandestinos en donde se bebía
por el placer de lo prohibido: En el
Nueva York de aquellos días era necesario susurrar una contraseña ante una
puerta con mirilla para poder acceder a los clubes en los que se saltaban la
ley Volstead. Una ley seca que no servía para reducir la conflictividad social
ni la violencia que reinaba: Los pobres
seguían igual de pobres, los maltratadores continuaban con la mala costumbre de
sacudir a sus esposas, los obreros no resultaban más productivos, los ricos
estaban consumiendo el triple de alcohol que antes de la prohibición y las
mujeres, con las “flapper” como abanderadas, habían puesto de moda llevar una
petaca en la liga.
Nerea Riesco nos invita a
visitar el Cotton Club, en donde luce la estrella rutilante de Belinda Miller y
los negros estaban vetados como espectadores a pesar de que eran los que
actuaban en esa sala de jazz mítica que inmortalizara Francis Ford Coppola para
el Séptimo Arte: La parte inferior no
resultaba tan comedida. Sus pantaloncitos parecían más bien braguitas
revestidas de lentejuelas y adornaban sus tobillos con pulseras de plumas. Sus
piernas bien musculadas marcaban un ritmo duro, haciendo que los zapatos con claquetas acompañaran su baile.
Hay frases muy brillantes a
lo largo de la novela —Cuya voz sonaba
como uñas arrastrándose por un pergamino./ Belinda olía a manzana de caramelo,
a pan con aceite y azúcar a la hora de la merienda. / Se sentían flojos, como sin huesos, como si la sangre se les hubiera
vuelto almíbar y la piel fuera un papel de seda colocado junto a una cerilla
encendida. —y reflexiones profundas: La
mentira es el aceite que permite que el engranaje de la sociedad no se
desgaste.
La ciudad bajo la luna reúne los ingredientes precisos para convertirse en
una lectura placentera, disfrutable, sin apartarse de los cánones clásicos de
la buena literatura: una trama bien armada con final sorpresa, personajes bien
trazados, diálogos brillantes, exhaustiva documentación para conseguir una
ambientación precisa, dosis pertinentes de erotismo y violencia y una potente
historia de amor como eje de toda la narración. Si los libros son un viaje,
Nerea Riesco tiene la virtud de llevarnos con su última novela a esas dos
ciudades, Sevilla y Nueva York, cien años atrás y sumergirnos en las vidas de
sus protagonistas. La vida es el ensayo general
de una sinfonía en la que tenemos que improvisar porque no nos dan la
partitura. Y lo peor de todo es que no se puede aprender de los errores porque
ya no queda tiempo para el estreno. Una
función perfecta de más de quinientas páginas que se leen como si fueran un
soplo.
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