SOCIEDAD / LA LEVEDAD
Produce alarma y bochorno comprobar el nivel
de frivolidad al que está llegando nuestra sociedad en referencia a tres
noticias estúpidas y banales, que no deberían ocupar la atención de los
telediarios, pero que sin embargo tuvieron una sonora presencia en medios de
comunicación de los llamados solventes, y no hablo de cadenas privadas sino de
estatales y públicas. Estos tres sucesos, los tres del ámbito privado que así
quedarían de no ser que sus protagonistas son muy mediáticos, han eclipsado acontecimientos
dramáticos como la cruenta guerra de Ucrania, enquistada, a la que nadie parece
ponerle punto final.
Comenzamos esta crónica de la frivolidad con
que el Premio Nóbel de Literatura, el peruano nacionalizado español Mario
Vargas Llosa, se hartó de su esposa, la filipina caza fortunas Isabel Preysler,
de profesión socialité (¿qué demonios
es eso?) y abandonó su domicilio conyugal para siempre. Dimes y diretes sobre
los motivos de la ruptura tras más de un lustro de matrimonio y elucubraciones
sobre las posibles causas han saltador por doquier. Como lector y admirador del
peruano, aunque no coincida con su pensamiento ultraconservador que desvaría
tanto como para preferir la victoria de Bolsonaro en Brasil, he de decir que la
noticia me congratula. Lejos del esplendor de la jet set, en la que el escritor de La ciudad y los perros se había instalado, según él como
entomólogo, sin encajar mucho en ese ambiente vacuo, quizá aún pueda facturar
alguna obra maestra para la literatura. Los analistas del corazón ya vieron un
indicio de esa ruptura en un relato que publicó el autor hace algunos años y en
el que su protagonista, y alter ego, se lamentaba de haber reflexionado con sus
genitales en vez de con su cabeza cuando abandonó a su esposa de toda la vida y
la cambió por la frívola viuda oriental cuyo currículo de maridos ilustres y
adinerados no tiene parangón.
Seguimos con la crónica amarilla. El príncipe
Enrique, duque de Sussex, la oveja negra y díscola de la nada ejemplar familia
real británica, decide hacer caja publicando sus memorias con el título En la sombra, que mucho me temo sea un bestseller. ¿Memorias un tipo con 38
años? Para calentar motores y sacar el máximo rendimiento posible, el hijo de
la princesa Diana concede entrevistas en donde avienta los trapos sucios de la
familia real, carga contra su supuesto padre, que tiene dudas más que
razonables sobre su paternidad, y contra su hermano mayor, el heredero al
trono. El duque de Sussex que, no sé si recordarán, tuvo el mal gusto de
ponerse el uniforme de oficial de las SS en una fiesta de disfraces, alardea en
el libro de haber ido voluntario a combatir a Afganistán y haberse cobrado la
vida 25 talibanes, como si fueran piezas de cacería, lo que ilustra sobre su
catadura moral y escasa inteligencia. En
la sombra apareció en España al mismo tiempo que en Inglaterra y le
reportará pingues beneficios por si su padre, el rey Carlos de Inglaterra, toma
la decisión de desheredarlo, cosa que yo haría en su lugar.
Tercer acto de esa crónica amarilla y rosa.
La cantante colombiana Shakira, movida por la infidelidad que terminó con su
relación, lanza una canción en la que carga contra su ex marido, el futbolista
del Club de Fútbol Barcelona Gerard Piqué, contra la nueva novia del
futbolista, a la que compara con un Twingo y un reloj Casio mientras ella es un
Ferrari y un Rolex, y hasta con la
suegra, qué no sé, la pobre, qué le habrá hecho, y se convierte de inmediato en
un éxito internacional, en lo más escuchado del momento, lo que dice muy poco
del oído y sensibilidad de la gente. Pocos reparan en que la canción, además de
sencillamente infumable musicalmente hablando y con una letra sonrojante, es
muy poco elegante, más teniendo hijos en común que seguramente la tendrán que
escuchar y soportar.
Estos tres acontecimientos, por llamarlos de alguna manera, han copado durante la segunda semana de enero todos los informativos de mi país, y mucho me temo que de otros muchos. Esto es el espejo de una sociedad cada vez más frívola y estúpida, en donde no es extraño que se produzcan fenómenos como los de Bolsonaro o Trump. Dicen, que cuando no se entiende el mundo que nos rodea, hay que abandonarlo. Estoy en ello.
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