EL ESCRITOR

Este es el prólogo que escribí para la última novela de José Vaccaro Ruiz, La Granja (Atlantis, 2011), que presentaré el sábado 21 de mayo a las 13 horas en la Librería Negra y Criminal de la calle La Sal número 5 de la Barceloneta, Barcelona. No falten.
JOSÉ VACCARO RUIZ,
POR EL FILO DE LA NAVAJA

José Luis Muñoz

Tener voz propia dentro del género negro que se escribe en España y huir del tópico no es nada fácil. La literatura negrocriminal, tan de moda en nuestros días, está incorporando nuevos valores que acceden al género con entusiasmo y reciben el premio de sus lectores. Son muchos y jóvenes. El de José Vaccaro Ruiz, un narrador al que no hay que perder la pista, es un caso extraño, un rara avis dentro del panorama, su excepción.


La afirmación de que dentro del género negro ya está todo dicho, que se puede aplicar, generalizando, a la novela, cae por su peso cuando se lee a este autor catalán, abogado y arquitecto, bagaje profesional que lleva al campo de la narrativa, enriqueciéndola con su rica experiencia profesional. Puede que el haber llegado tardíamente a la literatura, con 65 años y una cabeza extraordinariamente bien amueblada, redunde en beneficio de sus novelas. Seguro. Vaccaro no habla sobre sí mismo, porque quizá ya se le pasó el tiempo, ni se deja seducir por experimentalismos, porque no le interesan y dificultarían las tramas de sus novelas, sino que se limita a contar historias que circulan deliberadamente por los límites de lo políticamente correcto, y es un ejercicio que hace extraordinariamente bien, con una prosa eficaz, a la que ni le sobra ni le falta nada y está siempre al servicio de narraciones que no decaen en ningún momento y fluyen sin aspavientos. Su arquitectura narrativa es siempre impecable y tiene la virtud el autor de hacer creíble lo truculento y adentrarnos en zonas oscuras que nos atraen y repelen al mismo tiempo. Toda novela negra que se precie debe de tener un investigador poderoso, con unos rasgos psicológicos muy marcados, y Vaccaro Ruíz, tras haberlo invitado a los dos libros anteriores (Ángeles negros y La Vía Láctea) lo tiene perfectamente pergeñado. El encallecido investigador Juan Jover, que es su hijo literario, es todo un feliz acierto; tiene rasgos del Méndez de González Ledesma, porque perteneció a la franquista BIPS y no se arrepiente de ello, y del Carvalho de Vázquez Montalbán, porque, como aquel, se refugia, de cuando en cuando, en la gastronomía y es buen catador de vinos y del whisky Macallan, pero en su desencanto vital este experto conseguidor sin ningún tipo de escrúpulos morales no es tan inocente como sus ilustres predecesores y le aleja de ellos su ácida visión de la sociedad y la ausencia, aparente, de ternura, lo que en realidad es una coraza.
Divorciado, sin hijos y sin perro que le ladrara, la única persona capaz de manifestar un verdadero interés y algo parecido al cariño hacia su persona era Purificación Gracia Permanyer, Puri
Pero no puede evitar el autor arropar con algo de cariño a su hijo literario y de ahí algunos guiños al pasado que ayudan a la ubicación cronológica exacta del expolicía, porque Jover tiene su corazoncito, aunque sepultado por toneladas de desencanto férreo y, de cuando en cuando, piensa en los juguetes de su infancia, como ese Tibidabo obsoleto que no acaba de adaptarse a los nuevos tiempos y sucumbirá por no hacerlo. Jover, sin ser uno de esos nostálgicos, sí que recordaba las mañanas de los domingos echando monedas de uno o dos reales en las huchas de los autómatas para ver a un muñeco mover los brazos, un tren eléctrico darse una vuelta por una maqueta de cartón piedra, o a su padre pegándole martillazos a una plataforma para intentar evaluar la fuerza de sus brazos.
Juan Jover es hijo de estos tiempos de corrupción política y económica que nos ha tocado vivir, del pelotazo, es un paradigma del sistema, alguien que bucea con soltura en las cloacas, con la boca y las narices tapadas, para no asfixiarse.
Juan Jover constaba como investigador privado a efectos de epígrafe tributario y tarjeta de presentación, pero lo que definía su trabajo era el apelativo de Conseguidor de recalificaciones urbanísticas y atajos administrativos y políticos en los ámbitos municipal, comarcal y autonómico.
Me suena mucho todo esto. Es la actualidad de este país. Un tipo, en definitiva, anclado en la realidad y que ve la política como un negocio. Si Ángeles negros giraba en torno a la pederastia, y La Vía Láctea lo hacía en torno al canibalismo, La Granja, para no quedarse atrás, se centra en otro argumento horrendo, el cine snuff, esa perversión pavorosa que filma torturas y muertes en directo y tiene retorcidos aficionados en un mundo ávido de emociones fuertes.
¿Dónde encontrar personajes parecidos a los que salen de la cabeza de Vaccaro? Thierry Jonquet, un autor francés recientemente desaparecido, buceaba por universos semejantes en sus novelas Tarántula, La bella y la bestia, Ad Vita aeternam, en donde lo policial iba de la mano del horror, y las novelas más ásperas de Jim Thompson también iban en esa línea. Para encontrar la dureza argumental, que es marca de fábrica de sus novelas, tendríamos que remontarnos en España al primer Andreu Martín, el de Prótesis, por ejemplo, o a las novelas malditas de un Carlos Pérez Merinero, un novelista notable hoy desaparecido que tiene novelas como Llamando a las puertas del infierno, La mano armada y El papel de la víctima que irían por esos derroteros. Pero habría que ir, quizá, a Thomas Harris, el padre literario de Hannibal Lecter, el psicópata con el que los tremendos personajes tarados que pueblan las novelas de este autor barcelonés tienen puntos de contacto, en rendido culto al marqués de Sade y un gusto por transitar por las perversiones humanas. Porque Satán, uno de los cancerberos de La Granja, tiene rasgos semejantes al del inteligente caníbal.
Su mirada nerviosa de animales de presa y sus lenguas babeantes asomando entre dos colmillos afilados como cuchillos, dispuestos y a la espera de encontrar carne donde morder, no eran otra cosa que un apéndice de su propia alma.
De su propia mano sus futuros empleadores quedaron convencidos de que para él la humanidad no era otra cosa que un amasijo de carne que rajar, herir y maltratar, un mero objeto donde desahogar su furia.
Un asesinato, por error, y una red de traficantes de cintas snuffs están en el tuétano de la última incursión literaria de Vaccaro Ruíz. Como en anteriores novelas, el autor catalán se mueve en los terrenos movedizos de lo políticamente correcto, asomándose hasta el borde del abismo, y explora el lado más oscuro del género humano, aquí a través de una red de individuos sin escrúpulos que utilizan a un individuo malsano y deforme, de nombre Satán, que martiriza a sus cobayas humanos como carnaza para prácticas aberrantes que otros desaprensivos y retorcidos se descargan por internet en sus ordenadores.
Lo llaman La Granja. Un lugar donde lo que hay en su interior son puras reses marcadas, vigiladas y explotadas por ganaderos sin entrañas.
El cine snuff, del que tanto se habla, escribe o se hacen películas, no es un mito sino una realidad espantosa porque hay gente que todavía añora los sangrientos espectáculos del circo romano. De cuando en cuando aparece en prensa alguna noticia relacionada con esas filmaciones en las que no hay efectos especiales que valgan. Detrás del feminicidio de Ciudad Juárez, sin ir más lejos, del secuestro de niños y mujeres en países del Este o en Latinoamérica, está ese negocio cruel que se nutre de los estratos bajos de la sociedad para rodar esas infames cintas que, por sumas de mucho dinero, lo disfrutan algunos miembros de las clases altas en sus asépticos estudios adonde la sangre llega y se detiene en la pantalla de sus ordenadores, y Vaccaro pone todo esto en negro sobre blanco en La Granja, buen título para el establo en el que son recluidos mujeres y hombres venidos de la miseria para tocar el paraíso y se encuentran con el Infierno. Las mujeres que protagonizan escenas como la que ha visto viven encerradas en celdas en el interior del caserón, debe haber permanentemente entre diez y veinte. Por las grabaciones que he podido ver, las cambian dos o tres veces al año. La mayoría proceden de países del Este. Les prometen que España es el paraíso terrenal, que aquí se apreciará su belleza como es debido, que serán unas estrellas del cine o la televisión cargadas de dinero, brillantes y admiradores. Las convencen para que suban a un avión, las van a recibir al aeropuerto en esa furgoneta que usted ha visto aparcada, como si fueran reinas, y las traen aquí. Bueno, todas aquí no, una parte encuentra acomodo en la cadena de prostíbulos que la organización tiene por toda España. Allí los babosos de tierra adentro aguardan con impaciencia lo que denominan nuevo material.
En todas las novelas de Vaccaro Ruíz hay rasgos reconocibles. Sus delincuentes, sean pederastas, caníbales o monstruos que torturan a sus semejantes para lucrarse con el cine snuff, como en la presente, se guarecen tras fortalezas inexpugnables, ubicadas en parajes poco transitados, un poco como los escondrijos de Unabomber, el terrorista contra el sistema que vivió aislado durante décadas sin que la policía diera con su guarida, perdida en un bosque de la inmensidad estadounidense.
Por las páginas de esta novela transitan personajes como Manuel Saavedra, alias El carpetas, un policía en activo; el killer venezolano cuya profesionalidad se pone en duda; Puri, la secretaria maciza del protagonista Juan Jover; Grogués, el informático con mala estrella; Cerón, otro poli..., definidos todos ellos por su forma de hablar, de actuar, más que por unos rasgos físicos, lo que confirma la habilidad que tiene Vaccaro para crear personajes, algo fundamental para que una novela funcione.
José Vaccaro Ruíz tiene buen oído para los diálogos, está siempre atento a los detalles, arropa con pedazos de costumbrismo su narración y horroriza (con esas transcripciones de torturas inspiradas en la Santa Inquisición que ejerció durante siglos su magisterio en esa asignatura), o hace sonreír (como en la descripción de esa boda desternillante en la que se sirven pasteles eróticos formados por plátano y dos bolas de helado, por ejemplo), según el momento y el respiro que quiera dar a quien se sumerja en sus páginas. No es un autor apto para todos los lectores, y ahí está una de sus características y virtudes precisamente, en ese espíritu transgresor, que es poco común en lo que se publica, y en el que el escritor catalán parece encontrarse a sus anchas.
La novela, como buena pieza del género negro que es, tiene un final imprevisible, sorprendente: los amigos, por mucho que lo sean, nunca son de fiar y las cosas, todas, son más complicadas de lo que parecen y para todo hay una razón.
¿De qué van los novelas de José Vaccaro Ruiz? ¿Qué sentido tiene su literatura, más allá de entretener u horrorizar? ¿Y de qué va, en particular, La Granja, nombre que no podía ser más oportuno y descriptivo? Pues de capitalismo salvaje, empleando el adjetivo en su más absoluta literalidad, en la explotación, hasta el extremo, del hombre por el hombre, porque un lucro sin medida, sin impuestos que pagar, sin normas que cumplir, porque las víctimas carecen de todos los derechos, del fundamental de la vida en cuanto entran en ese limbo infernal de La Granja, es lo que rige en la última incursión de este originalísimo narrador de género negro. ¿Impensable esa reclusión en establos de seres humanos relegados a la ínfima situación de animales de granja que esperan a ser sacrificados? Que se lo pregunten a los seis millones de judíos inmolados por los nazis, les diría yo a los que dudan de la capacidad de maldad que anida en el ser humano.
José Vaccaro Ruiz es ya un valor literario firme, con una larga carrera por delante porque la sociedad y sus claroscuros, que con tanto acierto traslada al mundo de la ficción, van a seguir dándole temas. ¿Con qué nos va a sorprender próximamente?

Comentarios

Alicia Rosell ha dicho que…
Tengo el placer de conocer personalmente a José Vaccaro Ruiz. El y yo acompañamos a mi autor, Ramón Valls, en las dos presentaciones que hice de la novela de Ramón (El discipulo implicado)como su agente literaria, tanto en Llibrería Catalonia como en Castelldefels. Departir con él fue muy agradable y muy interesante nuestro debate (ellos hablaban en català y yo intermediaba en castellano)...

Me alegro mucho que Angeles Negros ya haya salido.

Alicia.
José Luis Muñoz ha dicho que…
¡Caramba, Alicia! El mundo es pequeño y al final todos nos conocemos. Conocí a Vaccaro en un Sant Jordi, comportíamos mesa de firmas y la misma editorial. Desde entonces nos hemos visto un montón de veces. Me pidió que le escribiera el prólogo de su libro y lo hice encantado. Ahora yo presento su última novela y él la mía.
Anónimo ha dicho que…
Soy compañera de José, ya que ambos compartimos editorial y puedo decir que es un conversador inteligente y ameno, y un gran escritor. Siempre es un placer reunirnos frente a un plato de buen yantar para hablar, como él dice, "de lo divino y humano".

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