CINE / 53 FESTIVAL DE CINE DE GIJÓN

53 FESTIVAL DE CINE DE GIJÓN. QUINTA JORNADA
            Entramos en la recta final y la jornada de hoy promete ser relajada, pero no puedo evitar el madrugón compensado con el desayuno abundante en Chez Meli a base de tostadas con mantequilla, galletas y rosquillas caseras, zumo de naranja y tazón de café con leche en el que uno se puede dar un baño si le apetece. Nada como este hotelito con encanto.
            Ir a los Cines Centro, cada mañana, me retrotrae al pasado, cuando mis obligaciones laborales me obligaban a hacer acto de presencia en una oficina. Pero no es lo mismo, evidentemente. Ver tantas películas en tan pocos días me lleva también a mis excursiones clandestinas a Andorra, Le Boulou, Ceret o Perpgnan, cuando la censura franquista impedía al cinéfilo ver cualquier tipo de películas y la solución era verlas en fines de semana, durante sesiones maratonianas, al otro lado de la frontera. O a mi infancia y adolescencia, recluido en cines de programación doble de mi querido barrio de Gracia, de los que no salía como no fuera para ir a cenar a mi casa. La cinefilia es un vicio compulsivo, pero no conozco a nadie que haya muerto por ello.
            The Diary of a Teenager Girl es, si no me equivoco, la única presencia norteamericana en la sección oficial del Festival de Gijón. Estética polaroid y sesentera para este relato cinematográfico rompedor ambientado en el San Francisco posthippie y prepunk que combina imagen real y dibujo. Basado en el autobiográfico Diario de una adolescente de Phoebe Gloeckner, álbum que editó La Cúpula en España en los años del apogeo del cómic, la película de Marielle Heller sigue el despertar a una sexualidad desbocada de la quinceañera Minnie Goetze (Bel Powley), la propia historietista, una jovencita algo gordita, desaliñada y de escaso atractivo, que se inicia con Monroe Rutherford (Alexander Skasgard), el novio guaperas de su madre (Kristin Wigg), del que se enamora locamente.  Marielle Heller conduce el relato hacia las antípodas de ese funesto cine de adolescentes que infecta las pantallas de medio mundo y tanto daño les hace al considerarlos subnormales, y pergeña un relato divertido, tierno, ácido y espontaneo que habla de la sexualidad sin coartadas morales y es, a la vez, el retrato fidedigno de esa época marcada por el secuestro de Patricia Hearts por parte del Ejército Simbiótico, al que constantemente se hace referencia en una película extraordinariamente bien ambientada hasta en la textura algo sucia de la imagen. Película que pasa ante los ojos del espectador como un soplo y ello es mérito de su directora, que consigue que una ópera prima no lo parezca en absoluto, y del talento de su jovencísima protagonista, la británica Bel Powley, que se mete perfectamente en el papel de esa teenager que se bebe la vida a grandes sorbos, y al mismo ritmo se va desengañando de ella, pero sin desdeñar (tríos, drogas lisérgicas, lesbianismo) ninguno de los caminos que se le abren y refugiándose en el dibujo, porque quiere seguir los pasos de Aline Kominsky, otra de las grandes de la historieta underground yanqui junto a su compañero Robert Crumb.

            Nada mejor que disfrutar para la hora de la siesta de un western. Y si es casi mudo, como el que veo, mejor. Desde que Estados Unidos ha dejado de interesarse por su género más emblemático, otros países, por fortuna, han recogido el testigo. Nunca me gustaron los westerns hiperbólicos que rodó Sergio Leone en Almería, y menos los discípulos poco aventajados que tuvo, así es que saludo con cierto alborozo productos como Blackthorn del español Mateo Gil o El perdón de Michael Winterboton. La salvación es una película danesa dirigida por Kristian Levring y rodada en áridos escenarios sudafricanos. No es la primera incursión de los daneses en el Salvaje Oeste. Jan Troell lo visitó con La esposa comprada y Los emigrantes hace más de tres décadas. De emigrantes daneses va el film de Kristian Levring, y del pésimo recibimiento que reciben por parte de un par de forajidos la esposa y el hijo del protagonista. A partir de allí se encadena el correspondiente círculo de venganzas en el que interviene un cacique despiadado llamado Delarue (Jeffrey Dean Morgan), que hace lo que le viene en gana y tiene atemorizado a un pueblo; un sheriff y pastor al mismo tiempo, que ni pincha ni corta, y una hermosa mujer fatal muda, porque le cortaron la lengua los indios, y a la que el protagonista le hace un favor liquidando a su marido. La salvación se mueve dentro de la más absoluta ortodoxia, salvo algún guiño a Sergio Leone en la composición de la banda de forajidos y la vestimenta de su jefe; no se aparta ni un ápice de los códigos del género que siempre han funcionado, y, sin embargo, resulta y engancha, a pesar de ser completamente predecible desde principio a fin, quizá simplemente por mono de western. Los personajes no tienen más de dos líneas de diálogo; los tipos son duros (ahí está Eric Cantona que parece haberle cogido gusto a la interpretación) y exhiben voces roncas, y a las mujeres ni se las oye. Además de los rubios que interpretan a los hermanos protagonistas, Madds Mikelsen y Mikael Persbrandt, encuentra el cinéfilo a ese gran actor que es Jonathan Pryce como enterrador, un oficio siempre lucrativo porque nunca le faltarán clientes. Que Kristian Levrig, el director, sea uno de los dogmáticos discípulos de Lars von Trier es un motivo de alegría por su reciclaje.  Confieso, sin disimulo,  habérmelo pasado en grande durante esos 92 minutos. Y de postre, Eva Green, en el papel de Princesa, aunque no acabe de lucir por culpa de ese tajo en los labios que le hicieron unos indios chapuzas al cortarle la lengua. 
He visto durante todos estos días un sinfín de mujeres embarazadas, por lo menos cinco, como si directores de muy diversas y apartadas nacionalidades se hubieran puesto de acuerdo en ello: la niña guerrillera de Alias María, la disminuida psíquica Dora, la protagonista femenina de Mon Roi y la vigilante de la fábrica de confección de Neón Bull. Además las he visto haciendo el amor en ese avanzado estado de gestación en todas las películas.  Ha habido sexo en la película marroquí Much Loved,  en la yanqui Diario de una adolescente, al final de Neón Bull,  en todo Black de principio a fin y en Dora; y violaciones explícitas en la película belga, e insinuadas en La salvación. El blanco y negro ha brillado en la rumana Aferim! y en la estonia
Risttuules.  Más raras que la rusa Test o la fábula marroquí de larguísimo título de Ben Rivers, imposible.  Ha faltado género negro.  Cero.  Tampoco he visto películas de romanos.  Me he reído entre poco y nada.  América Latina ha sido una cinematográfica poderosa. Pocas estrellas salvo Vicent Casel,  un tipo odioso por haber seducido a Mónica Belluci,  y Eva Green, muda heroína del Far West.

¿Hay cine polaco malo? Haberlo, haylo. Creía que no hasta la sesión de las 19 45. Walser. El nombre del protagonista que no se cambia de indumentaria y va con traje y zapatos por una selva que es un bosque alpino de, pongamos por ejemplo, el Valle de Arán o algún lugar por el estilo. El presupuesto no dio para rodar en Papúa Nueva Guinea.  El tal Walser,  hombre de edad provecta y de oficio inspector ferroviario, se despierta un día en medio de un bosque rodeado de salvajes en taparrabos.  Salvajes rubios y bien nutridos que irían a un puchero en Papúa Nueva Guinea. El tal Walser se pasa unas vacaciones con ellos de lo más aburridas, bebiendo agua de un cuenco. Cuando la imaginación del director no da para más, fundido en negro y música dodecafónica que invita a salir huyendo del cine. Ignoro si Walser es un trabajo de fin de curso.  Si es así, que lo suspendan y, a ser posible,  que lo expulsen.  Pero no, el director es un artista plástico llamado Zbigniew Libera. Que siga con la pintura, pero que deje el cine.
Paso el tiempo entre proyección y proyección en una cafetería antigua, de esas que ya no quedan en Barcelona, que está al lado del teatro Jovellanos, escenario de mi próxima película. Pido una caña y me la dan con dos bocaditos. A las nueve y media de la noche el local está a reventar. Y como me he quedado sin batería para el ordenador, echo mano del teléfono móvil para escribir, y si éste fallara, tiraría de la telegrafía sin hilos o el tam tam.

El teatro Jovellanos, todo hay que decirlo, no es muy cómodo, y nadie te asegura la visión de los subtítulos si se sienta en la fila de delante alguien con peinado afro, como así sucede, lo que me obliga a escorarme peligrosamente hacia el pasillo. Zurich, de Sacha Polak (Amsterdam, 1982), que presenta esta su segunda película tras Hemel (2012), es una coproducción entre Holanda, Alemania y Bélgica y el guion bien podría haber sido firmado por Michael Haneke. Película no recomendable para depresivos. Es decir, que yo no tendría que haberla visto, porque no estaba deprimido cuando me senté en la butaca del cine Jovellanos y sí lo estuve cuando me alcé. La historia se divide en dos partes, pero empieza por la primera, saltándose el orden cronológico. Nina (la cantante Wende Snijders) es un ser introvertido y solitario del que nada sabemos salvo que no sonríe nunca, no se comunica con la gente, frecuenta de forma asidua los aparcamientos de camioneros de las autopistas, roba un labrados negro de una casa y no parece tener a nadie que la eche en falta. En unos de sus merodeos, conoce a un camionero y entabla una relación con él, pero imposible que dure con su ensimismamiento profundo. La segunda parte, mucho más breve, arroja toda la luz sobre el comportamiento de la protagonista. Zurich, que tiene muchas posibilidades para hacerse con el premio gordo del festival, es un film sobre la pérdida y el duelo, en este caso insoportable porque nadie acompaña a Nina en él. La película de Sacha Polak es morosa y tiene una fotografía fría con la que capta el ambiente desapacible, huérfano de toda luz, en el que se desenvuelve la figura central de este drama. Hay un leopardo en la primera imagen de Zurich. Nadie se explica qué pinta. Quizá lo aclare mañana la realizadora en la rueda de prensa. Así es que salgo, salimos, todos cabizbajos de ver esta película notable, a enfrentarnos con un Gijón cuyas calles espejean por la lluvia que lleva cayendo todo el día.
Publicado en El Destilador Cultural
BOOKTRAILER DE MARERO



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