CINE / EL REY DE LA HABANA

EL REY DE LA HABANA
Agustí Villaronga
Paradojas de la vida que el anterior y, en mi opinión, mediocre film de Agustí Villaronga, el multipremiado con los Goya Pan negro, haya tenido tanto éxito como poco su último, y muy valioso film, El Rey de La Habana que pasó como un suspiro por las pantallas españolas.
 Viajamos a La Habana, pero no a la ciudad turística y amable que nos venden para que vayamos allá y mordamos el anzuelo, sino a una Habana caótica, de viviendas que se caen a trozos, cableado que provoca electrocuciones (la primera secuencia) y gente que malvive entre la suciedad y la pobreza, el mundo literario de Pedro Juan Gutiérrez, uno de los autores cubanos más interesantes del momento, con sexo sucio y personajes al límite que no son precisamente el ejemplo de la Cuba socialista que el régimen castrista quiere vender.

El mallorquín Agustí Villaronga se saca con El Rey de La Habana la piedra en el zapato que tenía con Pan negro, su peor película, y vuelve a los ambientes oscuros y a los personajes al límite con los que se siente tan cómodo y con los que ha nutrido su inclasificable filmografía que causa desasosiego. Dibuja el director de Tras el cristal con pulso firme unos personajes auténticos y carnales como el mulato Reynaldo (Maykol David Tortolo), El Rey de La Habana, y Magda (Yordanka Ariosa), una jinetera negra todo temperamento que se enamora del muchacho, apenas un adolescente, cuando se escapa del correccional. Marginación, miseria, sexo, hambre, pero también mucha ternura entre esos dos personajes primitivos que viven al límite en un mundo que es hijo de la picaresca y que se aman de una forma telúrica en la isla más isla de todas la islas posibles, Cuba. Circulan por la película de Augustí Villaronga tipos entrañables como el travestido Yunisleidi (Héctor Medina), enamorado de Reynaldo, o Fredesbinda (Ileana Wilson), la madre de Magda. El director mallorquín ha optado por limar el tono de comedia que tiene la narrativa de Pedro Juan Gutiérrez, una celebración a la vida a través del sexo, la única distracción que tienen los que no tienen nada, y ha optado por el registro dramático con una troupe de actores cubanos que son un prodigio de naturalidad. Y de nuevo encontramos la música de Joan Valent, el compositor de Mi gran noche, que prescinde  del son cubano para ir hacia un tipo de composición más clásico, y más triste.


Si no la han visto en la gran pantalla (yo la vi por casualidad y en el festival de San Sebastián) repésquenla por todos los medios posibles y legales.  Es una película tan sucia como tierna. Puro naturalismo. 
Publicado en Tarántula, El Cotidiano, Entretanto Magazine





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