LITERATURA / CROATOAN, DE JOSÉ CARLOS SOMOZA

CROATOAN
José Carlos Somoza

Brota sangre a chorros, los tajos producen crujidos húmedos. Es como si Nico estuviera masacrando un enorme escarabajo.
La facilidad que tiene José Carlos Somoza (La Habana, 1959) para perturbar es única dentro del panorama literario español. Este psiquiatra que dejó los divanes para dedicarse a novelar historias inquietantes habitadas por personajes oscuros, tiene siempre una prosa acerada al servicio de retorcidos argumentos que destacan por su originalidad y lo meticulosidad con que están trabajados. A lo largo de una carrera literaria ejemplar, en la que no ha habido un solo paso atrás, José Carlos Somoza se ha movido en el terreno fronterizo entre lo negro y el fantástico. La caverna de las ideas, Dafne desvanecida, Clara y la penumbra, La dama número 13 y Zigzag son las cartas de presentación de este autor que tiene en su currículo premios como el Fernando Lara, La Sonrisa Vertical o el prestigioso Hammett.

Una científica, Carmela Garcés, recibe un mail de su antiguo jefe Mandel con la palabra Croatoan. Solo que Mandel hace dos años que murió. A partir de ese momento una serie de sucesos extraños tienen lugar en diversas partes del mundo, como si la naturaleza hubiera dado el pistoletazo de salida para erradicar al hombre del planeta tierra y cambian los comportamientos de los humanos y de los animales en una secuencia caótica.
Araña camina detrás de Logan, el pelo lacio y negro como una gota coagulada de la noche, los ojos casi cerrados, la cara levantada, los pechos erguidos. Sus párpados se abren en ocasiones, por sus córneas caminan hormigas pequeñas, exploradoras, que viajan por la curva cristalina y lisa donde los humores han adherido granos de polvo.

Hay en Croatoan, una fábula futurista y distópica, ecos de Stephen King, Lovecraft y del cineasta M. Night Shyamalan, el director de El sexto sentido. Se aúnan, en esta novela hipnótica y profunda, el terror y el misterio. Cuando se retira tras el zarpazo, la mano de Aguirre arrastra los nervios ópticos del ministro mientras su acompañante (a quien por fin puede ver Laredo ahora, un hombre joven, apuesto) tuerce el cuello y aferra al ministro del pelo para besarlo en la boca, y, en un único y súbito tirón, emerge la lengua viva del ministro, fresca y clubreante salpicando chorros, atrapada entre el cepo de dientes.

A partir de un hecho misterio, la desaparición de una aldea en 1590 en EE.UU, que dejó una palabra escrita en un árbol, Croatoan, José Carlos Somoza propone una inquietante pregunta sobre el hombre y su papel en el universo. ¿Y si sólo, a pesar de nuestro individualismo, José Carlos Somoza escribiendo Croatoan, y yo, en este momento, hablando sobre esa novela, no somos más que simple especie y, cómo tal, absolutamente irrelevantes y prescindibles? ¿Y si no tenemos más enjundia que un ñu en un rebaño en estampida?
Desde los edificios iluminados más próximos, desde cada ventana y balcón, brotan personas. Se inclinan por la cintura y se dejan caer. Ancianos, adultos de ambos sexos, jóvenes, niños mayores y pequeños. Vestidos o no. Llueven como la propia lluvia, con aires de desperdicios, de cosas arrojadas a la calle por un agresivo personal de limpieza, piezas de un juego ya concluido lanzadas al aire.
Croatoan, sirviéndose del vehículo del psicothriller, con humanos en estampida que se suicidan, insectos mutantes físicamente, pero sobre todo en su comportamiento, y señales inequívocas del Apocalipsis, habla del totalitarismo, de uno y otro signo, que convierten al ser humano en una mera pieza y anula su individualidad. Ya fuimos enjambre en la Alemania hitleriana o en la Camboya de Pol Pot.  

José Carlos Somoza domina los resortes del horror y describe con una precisión de taxidermista secuencias que ponen los vellos de punta. Las mejillas de los rostros que hacen presión forman como grandes ventosas. El cartílago nasal de una cara sin ojos se ha partido en dos y se abre, rojizo. En la visión alucinada y horrorizada del pintor Nico Reinosa revisten el aspecto de un collage delirante de Francis Bacon lleno de deformidades expresionistas.
Sus monstruosas criaturas parecen sacadas de Alien, el octavo pasajero. Es como un globo oscuro. Fuerza la mandíbula al hincharse y lanza un chorro de sangre. Ojos, fosas nasales y oídos también estallan. En el vientre y entre los vellos de los brazos hierven nuevas burbujas. Los pantalones abultan rasgando las costuras y escupiendo botones. Todo su cuerpo crepita como una carne carbonizada. La visión es grotesca e irracional.

En una entrevista en la revista Qué Leer, el autor de esta fábula terrorífica vierte unas no menos inquietantes reflexiones. ¿Qué pasaría contigo, conmigo, con todos aquellos que nos tenemos por honrados o, de alguna manera, de este lado de la ley, si resulta que la ley se amplía y permite matar a los semejantes? La ley se amplía en las guerras. En las guerras, y ahí tenemos, al lado, la que desmembró a la ex Yugoslavia, el asesinato, la tortura y la violación se “legalizaron” y miles de voluntarios se aplicaron en ello.
Una novela, la de José Carlos Somoza, que entretiene al mismo tiempo que obliga a reflexionar sobre nuestro futuro. E inquieta.  
Publicado en Revista Tarántula, Calibre 38, El Cotidiano.
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