LITERATURA / OTRO MUNDO, DE ALFONS CERVERA
OTRO MUNDO
Alfons Cervera
Todo
autor, remarco lo de autor, tiene su corpus literario y en él, aunque no sea
consciente de ello, sus señas de identidad, su ADN. En una cata a ciegas de
libros creo que podría distinguir, sin margen de error, un texto de Coetzee o de Thomas Bernard, y los autores elegidos no son casuales. El mundo de
Alfons Cervera, su mundo literario,
se circunscribe a Los Yesares, su Macondo, y el tema recurrente, obsesivo, la
memoria, la suya propia. El pasado no
regresa, siempre está ahí, en la forma de una escritura llena de lagunas, de
espacios en blanco, de vidas y muertes, de silencio. Extrapolando su memoria individual, se puede
tener la memoria de la postguerra, el desgarro de los perdedores obligados a
vivir su humillación de vencidos. Para
ti, escribo. Para sacar tu memoria del silencio a que te condenaron los años de
la infamia.
Otro mundo,
en cuya portada figura la foto familiar del hermano de Alfons Cervera interpretando El
idiota, es un largo monólogo, porque
el interlocutor no respondió cuando pudo hacerlo, ni puede responder ahora que
ya no está, del autor con el padre. Pero
esta vez te lo cuento a ti en este diálogo que llega con tantos años de
retraso, cuando la memoria igual ya tiene más lagunas que tablas para cruzarlas
con garantías de salvación, cuando a lo mejor ya es demasiado tarde para casi
todo.
Otro mundo,
como toda la literatura de Alfons
Cervera, es metaficción, género que practican desde Paul Auster hasta Enrique
Vila-Matas, y aquí tampoco los ejemplos son casuales. La última novela del
valenciano de Gestalgar es un diálogo imposible con su padre muerto, más bien
una interpelación a su fantasma para romper tantos años de silencios
compartidos que en vida fueron incapaces de romper. En lo del diálogo con el
padre muerto podríamos encontrar otro excelente referente reciente, La isla del padre de Fernando Marías. Como el bilbaíno
radicado en Madrid, el valenciano de la Serranía construye un libro que bascula
entre la tristeza y el dolor, atrapando recuerdos que si no quedaran en el
papel se perderían. La mirada perdida de
los muertos en las fotografías antiguas. El traje y la corbata que le pintó el
fotógrafo para que la mirada fuera menos que sin traje y corbata la mirada de
un muerto. Así es que es un libro intimista, como lo son todos los de este
escritor inmenso, pero en el que muchos pueden reconocerse porque radiografía
esa generación que con la guerra perdió todas sus ilusiones y fueron muertos en
vida hasta que la muerte los alcanzó definitivamente. Después de muchos años me preguntaba si sería aquella la misma pistola
que utilizaste, con otros de tus compañeros, la noche de la revolución
libertaria en Los Yesares. Nunca conoceré la respuesta porque sólo tú la tienes
y es imposible saber cómo podemos hablar con los muertos.
En
pocas líneas, en un ejercicio de economía textual (Alfons Cervera huye de la literatura de sonajero que tanto detesta Juan Marsé) describe a su padre y su
noble oficio: panadero. Heredaste del
abuelo Claudio, además del nombre, la sólida compostura de la piedra. Ahí
estabas, en la boca del horno, con la pala en las manos y el insignificante,
rutinario, vaso de cazalla para aliviar el calor insoportable de las brasas.
Rememora
el autor esas jornadas laborales compartidas en el horno, admirando el milagro
de la masa de pan fermentando. Las noches
en que la masa engordaba en el tablero, como la piel mordida por las avispas en
los charcos marrones del lavadero viejo, mientras mi hermano y yo nos moríamos
de sueño y tú recitabas como en un susurro “La canción del pirata”.
Alfons Cervera,
como Thomas Bernard, o el mejor Coetzee, el de sus novelas más áridas,
domina la frase corta, destila las palabras hasta ir a la esencia de las
mismas, golpea con ellas las entrañas del que las lee. Hay un remolino de agua estancada llena de larvas muertas en el
recuento de lo que no dijiste nunca a nadie, en ningún sitio, como si hubiera
una vida para ser vivida y otra para que permanezca hasta la muerte en una
terca, invisible, geometría de lo oscuro.
Es
Otro mundo un libro cuya brevedad de
páginas, no llega a las 150, es inversamente proporcional a su intensidad. La
prosa extraordinaria de este gran escritor es para leerla de forma pausada,
recreándose en ella, y volverla a leer, así es que este es un libro que se lee
lentamente porque cada una de sus páginas valen por diez de las de un libro
convencional, porque el autor de Maquis
hace de la parquedad un ejercicio de estilo extraordinario, y ahí entraría Thomas Bernard, otro de los grandes, y
en la radiografía del dolor.
La
muerte no es el fin; el fin es el olvido. La
muerte súbita y la otra. El corazón explota en medio del paseo. No sabías que
por dentro se te habían encogido las ganas de vivir. Cómo saber eso si lo que
hacemos es vivir por fuera. La miseria física, la impersonalidad de los
hospitales, la sensación de trasto viejo de los que enfilan el camino de la
muerte, lo plasma Alfons Cervera con
una contundencia no exenta de emociones. Todo
te daba vueltas. Como en las viejas carreteras de la Cofersa y el sidecar. Todo
te daba vueltas entre la cómoda, el armario y la ventana de madera repintada
que da a la calle larga. Aquellos domingos por los caminos de tierra Serranía
arriba. El pasillo del hospital. La sordidez. Una ruina de huesos al desnudo y
sábanas inútiles. Tú allí. La inmovilidad de los muertos.
Tiene
el libro textura de prosa poética. Hay en
el horizonte de sabinas un polvillo de niebla que oculta el giro mecánico de
los molinos blancos movidos por el viento. Habla el autor de la literatura,
de la que inhaló en sus orígenes, de esos libros populares de quiosco escritos,
entre otros, por Silver Kane: Francisco González Ledesma. Dicen que las primeras lecturas dejan
huella en quienes luego dedicarán su vida a la literatura. Seguramente es
verdad. Por eso no me reconozco en otro origen que no sea el de esas pequeñas,
insignificantes novelitas que vendían en los quioscos y que los jueves llegaban
en el autobús de línea para que pudiéramos cambiarlas por las de la semana
anterior.
Alfons Cervera
huye, a propósito, de los cenáculos y los oropeles, detesta el éxito porque su
literatura no es un bien de consumo, es un escritor de raza, de los pocos. Escribir es no llegar a ningún sitio. El
final está en el mismo comienzo, nunca en otra parte. Un anacoreta de las
letras, uno de los grandes del panorama literario español.
El golpe de cazalla. Uno de tus dedos espachurrado
como un grumo de carne picada entre los rodillos del cilindro. Los recuerdos,
padre. Esa mierda.
Un
libro sobre la muerte, la memoria y el olvido. Un desgarro literario expresado
de forma magistral en una literatura hiriente ante la que uno es incapaz de no
conmoverse. La muerte es tal vez la
escritura más abrupta, la que niega sin ninguna contemplación las reglas del
relato.
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