CINE / EL AMANTE DOBLE, DE FRANÇOIS OZON

EL AMANTE DOBLE
François Ozon


Provocar es un arte con el que hay que tener mucho cuidado si no se quiere salir malparado. Las últimas provocaciones de Lars Von Trier (Nymphomaniac) y David Lynch (Inland Empire), dos de mis directores fetiche, los han sumido en un prolongado silencio del que no acaban de despertar (Lynch sí, para retomar, elevado al cuadrado en oscurantismo, Twin Peaks). Para provocador Luis Buñuel del que muchos cineastas de ahora siguen bebiendo. François Ozon con El amante doble, en la que hay personajes dobles y hasta los títulos de crédito se duplican, monta un aparatoso artificio provocador que termina no provocando por excesivo y evidente.


Cuando voy a ver una película de François Ozon lo hago siempre con  una enorme prevención. ¿A qué Ozon voy a ver? ¿Al genialmente inspirado y sensible de Frantz, por ejemplo, la que para mí es su obra más redonda, o al desmadrado de Una nueva amiga, uno de sus films más fallidos y ridículos? Sabiendo que era difícil que El amante doble llegara a las cotas artísticas de Frantz, imaginé, seguramente por su protagonista femenina, la frágil, andrógina y exquisita Marine Vatch, que me encontraría al Ozon de Joven y bonita, ese acertado tratamiento cinematográfico de la prostitución voluntaria. Pues me equivoqué.


El amante doble es un permanente juego cinéfilo en el que el espectador, si tiene sentido del humor, entra a ratos y se va perdiendo por sus vericuetos porque, aunque sea mínimamente, el realizador francés le entretiene. Lo que empieza siendo un thriller psicológico entre la singular paciente Chloe (Marine Vatch) y su inquietante psiquiatra Paul (Jérémi Renier), que se lían a la cuarta sesión saltándose el segundo el código deontológico, deriva luego hacia un cine erótico  bastante explícito (quizá el tramo en el que François Ozon demuestra su mayor valía) para acabar en el thriller de misterio y hasta el fantástico con un grave inconveniente, la absoluta artificiosidad del producto, la sensación de que el director de Ocho mujeres se lo está pasando muy bien a costa del espectador pero sin conseguir, o quizá no le importe, que éste le acompañe porque el guión, si lo hay, inspirado libremente, se dice, en una novela de Joyce Carol Oates que firmó como Rosamond Smith (otra doblez), del mismo modo que muy libremente se inspiró Pedro Almodóvar en una novela de Ruth Rendell para su Carne trémula, es absolutamente demencial, y François Ozon lo sabe, con lo que toda esa puesta en escena elegante y sofisticada, planos y contraplanos en el mismo fotograma gracias a los juegos especulares de los que abusa, ese clítoris experimentando un orgasmo (Gaspar Noe le supera con el pene eyaculando filmado desde el interior de un sexo femenino en la no estrenada Amor) y esa vagina rosácea y suave con la que se abre la película que se transforma en el ojo de la protagonista que llora, no es más que un carrusel de vacuidad que no llega a los extremos sangrientos de The Neon Demon de Nicolas Winding Refn, más epatante.


El cinéfilo, eso sí, disfrutará a lo grande reconociendo en las excesivamente elaboradas, y por ello impostadas, imágenes de El amante doble homenajes a Luis Buñuel (ojo/vagina); Orson Welles (los juegos de espejos de La dama de Shangai); Alfred Hitchcock  pasado por Brian de Palma, hasta en la banda sonora de Philippe Rombi y en ese espejo que se rompe a lo Carrie con susto incorporado; Pedro Almodóvar en las escenas de sexo, y, especialmente en el pegging, la penetración  masculina por parte de la mujer (reivindicación del cambio de roles sexuales muy explícito); David Cronemberg (en el tema del doble y en las fantasías onírico sexuales de Chloe que remiten inevitablemente a Inseparables); Roman Polanski de La semilla del diablo (la singular vecina de los gatos disecados y aspecto de bruja; el falso embarazo de ella y ese ser peludo que lleva en el vientre); una pincelada del Stanley Kubrick de Eyes Wide Shut (la fiesta de los psiquiatras) y hasta al Ridley Scott de Alien en una de las escenas más demenciales que regala el director al espectador como guinda del soufflé.


Pretender que el espectador trague todo eso, a pesar de la belleza magnética de Marine Vatch y de las estimulantes escenas de sexo protagonizadas por ella y los psiquiatras gemelos (Paul y Louis son como el Jekyll / Hyde de Robert Louis Stevenson, uno es suave, y por eso no le pone suficientemente, y el otro es brutal), y el incomprensible papel adjudicado a una recuperada Jacqueline Bisset que conserva intacta su belleza, es pedirle demasiado. Veremos con qué nos sorprende la próxima vez François Ozon. Le toca ponerse en serio y hacer una buena película porque tiene un talento inmenso y delito es que lo desperdicie de esta forma.

El rastro del lobo
La novela sobre el asesino en serie más cruel y escurridizo del III Reich, el Doctor Muerte, El Carnicero de Mauthausen, Aribert Ferdinand Heim, el hombre de las mil identidades cuya vida es una fuga continua.



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