SOCIEDAD / REPÚBLICA


República
A mi no me ha sorprendido nada  el Corinnagate. Era cosa sabida en los círculos periodísticos los tejemanejes del anterior jefe del Estado, el rey emérito que fue forzado a abdicar por una conducta reprochable e indigna de un mandatario de este país tras el incidente de Botswana.

 Ya habían sido aireadas en la prensa las suculentas comisiones que cobraba Juan Carlos I de sus amigos árabes por el petróleo que exportaban a España, un dólar por barril (echen ustedes las cuentas y pongan ceros hasta el infinito); siempre se sospechó de su papel en el golpe de Estado del 23F (se vendió como el salvador cuando seguramente fue el instigador) y la sombra de la sospecha pesaba sobre su implicación en el caso Noos del que salvó in extremis a su hija (vean de nuevo la excelente entrevista que hizo Ana Pastor al juez Castro y reparen en ese sospechoso préstamo con acta notarial que hizo el padre a su hija para comprar la casa de Pedralbes)

Las revelaciones sustanciosas de Corinna zu Sayn-Wittgenstein, la amante del rey emérito durante siete largos años, compañera de cama y de negocios a partes iguales, evidencian la clase de persona que durante años muchos de los progresistas de este país, entre los que me incluyo (mea culpa) dimos apoyo. El rey era dicharachero, campechano, ocurrente y mujeriego, y todos reíamos sus gracias y su apetito insaciable de género femenino como buen Borbón. Parece ser que las juergas, los apartamentos de lujo y los viajes se los pagamos nosotros o bien se hizo mediante un entramado societario urdido por los profesionales en evadir capitales.

Las declaraciones grabadas de Corinna, que no creo que sean en nada inocentes (sabía que eran grabadas, máxime cuando estaba ante uno de los personajes más oscuros del aparato policial, un experto en las cloacas del estado como es el comisario Villarejo) tienen un halo de credibilidad y arrojan una serie de informaciones que deberían ser objeto de investigación y, si procede, procesamiento. Se aprecian, a bote pronto, delitos de cobro ilegal de comisiones, cuentas opacas al fisco en paraísos fiscales y puestas a nombre de testaferros (la propia Corinna y un primo llamado Álvaro de Orleans) y la implicación del monarca en el caso Noos. El rey emérito, y quizá eso lo desconocía Juan Carlos I, ya no tiene impunidad aunque sí es aforado, con lo que puede ser sentado en el banquillo de los acusados como un español cualquiera y condenado en juicio.

Corinna, que en la grabación aparece  como un guardián intachable de la rectitud, afirma que advirtió a su egregio amante de que estaba jugando con fuego y cometiendo ilegalidades, era el Pepito Grillo con faldas del monarca que, como el partido que durante muchos años gobernó España, confundía lo público con lo privado.

Los casos de corrupción de este país los desvelan los compañeros de  viaje traicionados o las amantes despechadas. A Corinna, y no es la primera vez que lo afirma, la amenaza de muerte el director del CNI, el general Félix Sanz Roldán, a ella y a su familia. Su conversación grabada, con un testigo de excepción como es Juan Villalonga, es un salvoconducto de vida. Si le fallaran los frenos de su coche hoy, todo el mundo sospecharía. En las esferas de poder todo es negrura y podredumbre 

Dada la envergadura del escándalo, del que se va haciendo eco la prensa internacional, sorprende como lo tapa buena parte de la prensa nacional pasando de puntillas sobre el asunto (ABC, La Razón, El País, La Vanguardia,  El Mundo), los poco fiables voceros del stablishment y la misma televisión pública TVE. EL único  partido que exige explicaciones, y lo hace en voz baja (pide a la ministra de defensa Margarita Roobles que comparezca el jefe del CNI) es Izquierda Unida; ni Podemos, ni los antiborbónicos PDCat y ERC, que tanto desencuentros tienen con la monarquía española, dan un paso para sumarse a ese clamor subterráneo republicano que se está cociendo sottovoce. No sé si ellos, y el PSOE,  que se proclama republicano aunque haya cerrado filas en torno a la monarquía tantas veces, se plantean un referéndum urgente dado el desprestigio en el que ha caído la institución monárquica.

Es el momento de la República, es el instante soñado por tantos republicanos para desembarazarse por las buenas de una institución anacrónica, parásita y retrógrada heredada del franquismo. Es la hora de abrir el melón porque estamos ante la tormenta perfecta.










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