SOCIEDAD / EL LABERINTO CATALÁN
El laberinto
catalán
El llamado procés,
apoyado sin desfallecimiento por sus acólitos, tiene visos de eternizarse y convertirse en quiste. No hay avances
entre los que creen en esa utopía de la República Catalana, que no se
materializó, y los que miraron con
profundo escepticismo y estupor todos esos pasos que han llevado hasta el
callejón sin salida en el que nos encontramos. La imposibilidad de alcanzar ese
objetivo utópico y las consecuencias penales que han tenido las actuaciones
concretas del gobierno de Catalunya que se embarcó en ese viaje a ninguna parte
han acrecentado el secular victimismo que ya forma parte del ADN de Catalunya. Podría
ser motivo de debate y sesudo estudio esa actitud. Victimismo en la sociedad
catalana, la única en el mundo que conmemora todos los años una derrota de 1714
y rinde homenaje a un héroe que no fue mártir: el austracista Rafael de Casanova no fue colgado,
fusilado ni descuartizado por los borbónicos, sino que acabó apaciblemente sus
días a los 83 años tras ser amnistiado prontamente.
Decir que los problemas de Catalunya siempre vienen de fuera
es eludir nuestras propias responsabilidades, dar por bueno el discurso
heredado del pujolismo y su eterna
queja. A bote pronto me parece ciertamente exótico un movimiento ciudadano de
desobediencia civil de una enorme magnitud encabezado por señores con pinta de
ejecutivos de algún consejo de administración, lo que se entiende por gente de
orden, y que se suban al mismo carro unos que dicen estar en la extrema
izquierda, pero dejan en un segundo plano su agenda social para cuando se
instaure la república, y dos asociaciones cívicas y culturales de una enorme
envergadura. Agua y aceite. Las derechas, históricamente, enfrentan territorios
y sus poblaciones, mientras las izquierdas suprimen fronteras y aproximan
pueblos, se ponen al lado de los desheredados de la tierra, que haylos, a los
que les importa poco bajo qué bandera o idioma se les explote:
internacionalismo proletario. Debe ser que está pasado de moda ser
internacionalista del mismo modo que todo acabó en la IV Internacional y no hay
visos de una V.
El conflicto catalán, que ha abierto una brecha en el
principado y provoca ataques de hastío en el resto de España, lo tendrán que
resolver los catalanes, pero todos. No podemos tomar la parte por el todo ni en
Catalunya ni en España. España no es PP, Ciudadanos y Vox, de la misma manera
que Catalunya no es PDeCat, o como se llame, ERC o la CUP. En Catalunya, según
los resultados de las elecciones, hay dos millones de desconectados, y puede
que medio millón más de dubitativos. No me salen las cuentas. Tienen que convencer
esos dos millones a los tres y pico restantes de electores qué van a ganar con
una nueva frontera. ¿No tendrá ejército la República Catalana? ¿Será un paraíso
fiscal? ¿Será el puerto de Barcelona epicentro de la flota rusa del
Mediterráneo? ¿Cómo se resolverá el tema de las pensiones? ¿Tendremos dos
pasaportes? ¿Quedaremos fuera de Europa? ¿Cómo afectara a nuestro comercio
exterior estar fuera de las instituciones europeas? Y así hasta mil preguntas a
la que los que lideraron el proceso no han dado respuesta o hicieron
predicciones equivocadas.
Suele decirse del MHP Jordi
Pujol que era buen negociador, correoso a la hora de pedir. A ratos. Al
jefe de ese clan familiar le faltó negociar, o exigir cuando tenía una posición
de fuerza ante los gobiernos del PP o PSOE, una hacienda propia como la que
disfrutan en el País Vasco, recaudar desde Catalunya los impuestos y hacer la
correspondiente aportación a la hacienda española, lo que pidió Artur Mas y no concedió Mariano Rajoy. No sólo no la pidió Jordi Pujol sino que la rechazó el MHP cuando
se la ofrecieron. En 1980 se la sirvieron en bandeja al entonces conseller de Economía y Hacienda Ramón Trías Farga. ¿Por qué la
Generalitat rechazó un concierto económico parecido al vasco? ¿Para seguir
echando las culpas a Madrid? ¿Porque el papel de víctima le exoneraba de sus responsabilidades?
El partido del 3%, el partido del orden y la corbata, el que
impartió másteres en corrupción al PP, se convirtió bajo la egida de Artur Mas en el líder de los recortes
sociales, las privatizaciones en sanidad y educación, los últimos nichos de
negocio que le quedaban al capitalismo depredador y rampante. Pero Artur Mas se cayó del helicóptero
cuando el 15M cercó el Parlament (y los mossos
cargaron con tanta brutalidad en la Plaça de Catalunya como los piolines cargaron contra los votantes
del 1 de octubre) y despertó como Moisés para guiar al pueblo escogido.
Desconfío de ese independentismo de corbata, de ese liderazgo de la derecha
catalana al que se han subido dos partidos de izquierda como son ERC y la CUP.
Ni somos más guapos ni más listos que el resto de los pueblos
de España, tampoco más tontos. La derecha española, cuyo ADN arranca de la
Reconquista y últimamente vuelve a ella, criminaliza lo catalán por el rédito
que obtiene de enfrentar territorios y personas; además los catalanes, cuando
hablamos castellano, adolecemos de un acento inconfundible que no tienen los
vascos, por ejemplo, sí los gallegos, pero ellos no quieren marchar. Paradójicamente
el nacionalismo vasco, ensangrentado por el terrorismo de ETA, ha sido más
respetado que el catalán, mucho más pacífico. Si se solucionara el déficit
fiscal y otros agravios importantes (el eje del Mediterráneo, una omisión
imperdonable de la España radial) podríamos empezar a hablar, pero hay que
tener ganas.
Era un adolescente cuando oí que las autopistas de Catalunya
serían en pocos años públicas y gratuitas. Ni una cosa ni otra, somos la
excepción en España. Moriré sin verlo. Si los sucesivos gobiernos autonómicos
no han conseguido eso, que es una nimiedad, me pregunto cómo podrán gobernar un
país independiente, con la complejidad que ello entraña, en una Europa de la
que nos autoexcluimos automáticamente. La Catalunya prometida en la que lligarem els gossos amb llonganissses se
ha desmoronado a golpes de realidad. Ni Europa quiere un nuevo estado que
inicie un efecto dominó y lleve a una desmembración general del continente, ni
el capitalismo mira con buenos ojos la aventura secesionista.
Jordi Cuixart, un
dirigente independentista de firmes convicciones, dijo sentirse orgulloso de
ese movimiento cívico y pacífico de desobediencia sin parangón en los últimos
años en Europa durante el juicio que está teniendo lugar ante el Tribunal
Supremo. Justo es reconocerlo. El músculo movilizador del independentismo,
espectacular y disciplinado, ha abierto, no obstante, un debate fundamental que
crea consenso en España: monarquía o república. En eso casi todos podemos estar
de acuerdo, en la viabilidad de una consulta. A su manera Catalunya abandera la
lucha republicana que podría dar por finiquitada, si se unen los demás pueblos
que conforman España, un sistema obsoleto, corrupto e inútil impuesto por el
franquismo. Luego habría que hablar de una federación y un pacto
interterritorial que alumbrara una nueva constitución y en donde todos estuviéramos
a gusto. Hay que seducir por los dos bandos y bloquear el discurso de los
separadores.
Comentarios