LITERATURA / EL CONTADOR DE GOTAS, DE FRANCISCO JAVIER IRAZOKI
EL
CONTADOR DE GOTAS
Francisco
Javier Irazoki
Sin lugar a dudas Francisco Javier Irazoki (Lesaka, 1954)
es una de las voces más relevantes de nuestra poesía. Este navarro radicado en
París desde 1993, fue periodista musical en Madrid, formó parte de CLOC, grupo
de escritores surrealista, y cursó estudios musicales: armonía y composición e
historia de la música. Cielos segados
(Universidad del País Vasco, 1992) recopiló toda su poesía hasta 1990: Árgoma, desiertos para Hades, y La miniatura infinita. Hiperión le
publicó en 2006 el libro de poemas en prosa Los
hombres intermitentes; en 2009 La
nota rota, semblanzas de músicos de épocas variadas; en 2013, el libro de
versos Retrato de un hilo; en 2015,
el libro de poemas en prosa Orquesta de
desaparecidos; en 2017, 190 espejos.
Hiperión publica El contador de gotas, una recopilación
de textos breves escritos en París entre 2016 y 2019 en forma de poemas en
prosa en los que el autor repasa situaciones, etapas y personas que le tocaron,
y lo hace con la lucidez que siempre le acompaña, con un estilo conciso libre
de artificios que va a lo medular en un ejercicio de síntesis del lenguaje que
tiene como resultado una poesía conceptual. Irazoki es un maestro a la hora de
juntar palabras, crear atmósferas surreales y dejar abiertas respuestas entre
las costuras de sus textos. La brevedad de ellos, su desnuda concisión, es
inversamente proporcional a su intensidad. Su menos es más requiere una lectura
lenta y atenta para captar su intensidad poética entre palabras.
El conflicto vasco aparece
en una serie de textos a lo largo del libro. En Brindis a la oscuridad hace referencia a esa parte de la sociedad
que jaleaba las muertes del contrario: Muchos
vascos festejaron esta pesadilla. Uno de mis vecinos brindó con su vida.
Disimulaba su violencia en disparos contra aves, liebres o jabalíes, y lo
tratábamos con cautela. Pocos días antes de su detención, coincidimos en un
local. Me habló con frases encarceladas. También lo hace en un texto
dedicado a Maite Pagazaurtundúa, amiga personal del autor, rememorando un paseo:
En aquel breve paseo era muy fácil
imaginar con qué silencios triunfaron las grandes tiranías del siglo 20.
Tampoco costaba saber cómo fue la vida cotidiana con el fascismo y el nazismo,
el sistema soviético. Y del silencio impuesto en los años del plomo en Casas libres: Hasta llegar a la madurez, el silencio fue parte de nuestro vestuario.
Los zapatos, la camisa, el pantalón y la chaqueta estaban conjuntados con el
mutismo.
Los seres que ama aparecen
en Una mujer duplicada: Los edificios, un puente y los animales de
la ciudad componen el cuerpo de una mujer que amo. Susurro su nombre. Ella
nació en la clínica que visito. Antes del viaje, he sentido en sus brazos las
estancias, los ascensores, las puertas que ahora reencuentro. Y también
están en Las mujeres excavadas en
donde rinde homenaje a las mujeres que amó, algunas irremisiblemente perdidas
que no consiguieron sobrevivir a la vida: Salen
con rapidez de un aula de mi adolescencia, de un edificio de Madrid, de un
concierto de blues. Huyen de una feria de Marrakech, de un bazar de Nueva
Delhi, de una plaza de París. Agitan la chaqueta de cuero, el sabio, la
camiseta perforada por sus pasiones. Dos de ellas, con los pies inmóviles en
una charca de alcohol, no consiguen llegar al destino. Hay personas que
pierde en la niebla de la desmemoria en Citas con la nómada: Terminada la cena, Hélène deposita sus restos de lucidez en una
bandeja de Alzheimer. Se levanta. Caminando lentamente, abre un tabique de
niebla y se introducen en el itinerario que forman los seres a los que liberó.
Irazoki
rememora etapas de su
vida con breves apuntes. Los paisajes rurales de su infancia están en Humo paralelo: Nací en una familia de campesinos y pastores feos que enamoraron a
mujeres de gran belleza. El paso de
los años está reflejado en Grieta
ambulante: Me veo en una hilera de
superficies quebradizas que llamo edad. Mi niñez pasa deslizándose sobre unos
libros de hielo. /Con el paso de las estaciones, integro el camino en mi
cuerpo. Soy una grieta ambulante. Me curvo y la grieta supura un líquido: es la
alegría que va a deshacerme y esparcirme. Y también en El contador de gotas, que da nombre al volumen, hay una mirada al futuro: Lentamente me apago en una silla
de ruedas que empujo.
Poesía como salvación: El hilo surge cuando ella elige la poesía
para tamizar su angustia. Poesía con la que Irazoki construye adoquín a adoquín su casa: Algunas letras se unen y forman la frase que me recluye en una casa sin
puertas. Un libro extraordinario El
contador de gotas.
“Roberto
Luis Wilcox parece predestinado por su nombre; su padre, un hombre de saber
enciclopédico y bon vivant de ascendencia británica, se lo puso en homenaje al
gran escritor Robert Louis Stevenson, y como él tendrá una salud frágil durante
su infancia, viajará por medio mundo y será escritor, aunque no de éxito sino
maldito.
La
vida, los amores, los desamores, las frustraciones, las alegrías y los golpes
del destino de ese personaje narrados desde todas las habitaciones de los
hoteles que lo vieron pasar, desde modestas pensiones a hoteles de lujo, de París
a Nueva York, de la India a Samoa, en donde yace tusitala, el que cuenta historias, el autor de Cuentos de los Mares del Sur y La
isla del tesoro, en un viaje constante que no parece tener fin y a través
del cual Roberto Louis deja de ser un niño, pasa a ser un joven lleno de
ilusiones, madura perdiéndolas todas, envejece y se acerca a su final. Una
novela en la que se fusionan literatura, viaje y vida.”
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